Escribí este extraño texto el 4 de diciembre de 2002, mientras la marea negra del Prestige llegaba a las islas Cíes. A cualquiera que como yo haya estado allí alguna vez la noticia le reventaría el alma de lágrimas; y no hay que olvidar que las lágrimas no son más que agua salada. En realidad nosotros mismos somos en la mayor parte agua salada. Los gallegos lo sabemos bien y eso explica por qué entonces todos saltáramos a las playas y a la costa para defenderlas: simple instinto de supervivencia. Son nosotros.
El día anterior, veinte días después de la primera marea negra vino el rey. Le dijo a las cofradías de marineros de Muxía que lo importante era arrimar el hombro. Textualmente: “como en Fuenteovejuna, todos a una”. Pero lo que me sorprendió en aquel momento fue que el rey hizo la declaración haciéndose acompañar por el comendador. Se ve que este borbón lee poco a los clásicos -pensé-.
Así que salió esto. No es un cuento. No sé qué es. Son sólo nombres. Tal vez los nombres eternos de sal y de hierro de quienes sólo se tienen a sí mismos. Puede que en voz alta sean música. Y por supuesto... no tienen rey.
Y los nombres, primero, son los nombres del norte azotados por el viento: Estaca de Bares, Punta Muller Mariña, Isla Coelleira, Punta do Castro, Siguelos, Punta da Bandexa y Pena Furada. Los nombres de sus gentes y de sus sitios: Praia Sarrigal, Praia de Eirón, la bella Ortigueira, Punta Cabalar e Illa de San Vicente. Y también el nombre de la dulce Cariño que se adentra en el mar por Pico Gargacido y después, como una doncella desesperada, se arroja por los riscos de Cabo Ortegal hasta Cabalo Xoan, el reino intocable del rey robaliza.
Así son los nombres de aquí. Nombres mágicos que dejan en la lengua un viento salado y eterno: Serra da Capelada, Teixidelo, San Andrés, Punta Valteira la ciudad de las pardelas; Furado Vello, Prado, Valdoviño, Illa Castelo y Santa Comba. Y dentro de estos nombres resuenan los otros, los de verdad. Los de las mujeres y los hombres de Cabo Prior y Punta Xarrido, hijos de las ballenas y de los peces. Y otros de oro como Mugardos, Ferrol, Ares, Illa de Miranda, Seselle y Praia de Raso, donde los gavilanes y las ardillas se alimentan del mar; o Cabanas, Punta Redonda, Bañobre, Miño, Sada, Gandarío e Illa do Carbón. He aquí los nombres hermosos de los sueños; los de los cuervos oceánicos; los del país de los calamares y las esponjas reunidos al fin: Praia de Lobos, Cornoedo, Punta Lourido, Seixo Branco, Garroteira, Punta Redonda.
Amanece en Illa A Marola y el último de los araos grazna a las estrellas de la mañana otros nombres aun, los perdidos, los de sus hijos imposibles que nunca vendrán. Y ese sonido hermoso y terrible a la vez llega a Punta Rosa y se extiende como un lamento fúnebre por la ensenada de Canabal y Punta de Mera. Pues los nombres sin fin son también Betanzos, Bastiagueiro, Santa Cristina, la indómita Barrañán, Caión, Malpica la brava, Muxía y Punta de Castro. Y Sisarga Grande, la isla triple de los alcatraces; y Barizo, Punta Queimada, Corme, el Roncudo, Camelle, O Capelo y Praia do Trece.
En Cabo Vilano un albatros navega contra el sol en un día blanco y su imagen se proyecta como un destello sobre Vilán de Fora. En Punta de Oidos las nutrias cruzan el canal de O Centolo y se lanzan jugando y volando sobre las olas hacia O Costado. Y al mismo tiempo en Praia Lourido, en Cuño, en Coido das Negras, en Nemiña, en Praia do Rostro bandadas de correlimos y andarríos recorren los arenales y las rocas como diminutos ejércitos inquietos y alados en busca de un rey. Piando tal vez los nombres secretos de este otro final del mundo: Cabo da Nave, Langosteira, Mar de Fora, Fisterra, Cabanas.
Y desde Corcubión a Punta Gures; desde la atalaya de O Pindo donde duermen las águilas hasta Carnota; desde Punta Queixal hasta la Illa de Creba suenan también otros nombres en el viento. Son los de sus hijos alados: fulmares, colimbos boreales, pardelas, gaviotas de Anduin, frailecillos, alcatraces de pies azules, paíños de Wilson, príncipes en fin del agua y del cielo.
Más abajo los nombres se vuelven dulces y amargos a la vez: Noia, Barro, Punta Barquiña, Portosín, Punta Sagrada donde van las ballenas antes de morir, Arnela y Baroña la ciudad de piedra que nació del mar; y Prado do Río, Pedras Negras, Furnas y Espiñeirido. Y en Corrubedo el chorlito y el avefría silban entre las dunas mientras el diminuto esmejerón se lanza en pleno vuelo, azul y mortal, sobre una presa, y su agudo chirrido de victoria despierta del sueño inmóvil a la garza y al orondo negrón.
Así son los nombres de estos sitios, hechos de agua y de luz. Castiñeira, Santa Uxía, A Pobra, Niñeiriños, Boiro, Mañós, Pedra Rubia y As Redondas. Ferreiros, Lobrigo, Praia das Cunchas y Malveira. Y los de las islas Fociño do Porco, Con de Raño, Castelete, Carballás, Arousa, Sálvora, A Cruz, Ons y Beiro. Y el nombre único de Punta Faxilda, donde las mujeres se hermanan con las aguas. Y los nombres de Portonovo, Canelas, Samieira, Poio y Pontevedra.
En la isla de Tambo y en Cabo Udra los álamos inundan las playas con el secreto de sus hojas pequeñas en voz baja, y desde Samil hasta Baiona y Santa Tegra las rocas batidas por el mar siguen cantando una letanía de nombres eternos: Cabo Silleiro, Covaterrea, Punta Centinela, Mougás, Porto da Espuma, Oia.
En las playas de Portomaior y Tulla, en septiembre, los charranes se arremolinan y se zambullen en las aguas bajas, llenando el mundo con sus gritos de oro. Y al oirlos en la distancia los señores arroaces de la Punta de Aldán recorren la Costa da Vela hasta Cabo Home y las islas Cíes. Y al llegar a Monte Agudo, enfrente a Punta do Cabalo, las alcas, los pendencieros págalos, los ceñudos cormoranes y las gaviotas patiamarillas, reidoras y sombrías los reciben con un griterío ensordecedor en el que si se presta atención, se pueden distinguir claramente los nombres. Estos nombres. Todos los nombres...
2 comentarios:
Como te comentaba, Galicia tiene una toponimia preciosa. Los nombres de nuestros lugares tienen tanta carga literaria que, de por sí, componen un poema. En este texto -nada extraño- se nota que tú has sabido leerlo.
Se nota tu amor por la tierra y por los nombres.
Yo soy una a la que le caían las lágrimas cuando pasó, y eso que no estuve allí, pero sentí una pena inmensa.
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