29/6/09

El cuervo y la zorra revisados


El cuervo que engañado por la zorra abrió el pico y dejó caer el queso, actuó con una torpeza y una falta de sentido común increíble. Es cierto que la raposa fue muy hábil lisonjeando al cuervo, pero no se entiende que éste no se diera cuenta del engaño, pues había demasiados indicios de que la raposa no era del todo sincera. Muchos autores de prestigio, desde Esopo hasta Lamartine, han contado la historia con detalle y casi siempre de la misma forma. A sus libros remito a quienes quieran leerla entera.


Juan Ruiz, nuestro Arcipreste de Hita lo hizo también en El Libro del Buen Amor y por supuesto, no tenemos ningún motivo para dudar de su palabra: el Arcipreste es de fiar.


Sin embargo hay algunas cosas en la fábula que no cuadran. Que la zorra era una mentirosa compulsiva está claro. Parece ser que se llamaba Radamantis y provenía de una antigua familia cretense. Pero lo que no es posible es que el cuervo fuera tan ingenuo.


El principio del primer verso “¡Oh, cuervo tan apuesto!”, ya resultaba sospechoso. Cualquiera recelaría. Usted mismo, si oyera que alguien se dirige a usted diciendo “¡Oh, cuervo tan apuesto!”, lo primero que haría es ponerse en guardia: a ver qué va a pasar aquí. Claro que también puede ser que el ave tuviera una gran opinión (acertada o no) de su apostura y si así fuera, el saludo pudo haberle parecido lógico.


Hasta ahí bien. Pero su reacción ante el siguiente piropo: “del cisne eres pariente en blancura y en donaire”, sí que no tiene ninguna explicación. Ningún cuervo en su sano juicio pasaría por alto semejante animalada. Los cuervos son negros. Eso lo saben hasta los propios cuervos. Y no son tontos. Es más, se trata de aves extraordinariamente inteligentes, capaces de resolver problemas matemáticos y de realizar tareas complejas. Los famosos cuervos de Nueva Caledonia, por ejemplo, construyen herramientas y transmiten sus conocimientos de una generación a otra con toda naturalidad, tal como hacemos los humanos.


Se sabe de un cuervo natural de la ciudad de Rouen que sabía hallar raíces cuadradas y recitar la tabla periódica. Y muchas de estas aves tienen más de una carrera universitaria, pues son muy longevas. Pueden llegar a vivir más de trescientos años y por tanto dedican mucho tiempo al estudio. Isócrates de Apolonia, por poner otro caso, tuvo una grajilla muy inteligente que le escribía los discursos y se dice que esta ave era tan discreta y modesta que con respecto a este punto guardó silencio toda su vida.


Pero sigamos. Algunos investigadores han apuntado que el final del verso, “fermoso e reluciente”, al incluir dos adjetivos correctos y perfectamente ajustados a las características físicas del ave, pudo haber suavizado la mentira anterior y sirvió al mismo tiempo, para distraer al propietario del queso de las lógicas y naturales suspicacias que le habrían suscitado las primeras palabras de la zorra.


Es posible. El caso es que a continuación la zorra se lanza sin ningún pudor, a un encendido elogio de las capacidades cantoras del ave: “más que todas las aves cantas muy dulcemente, / mejor que la calandria ni que el papagayo, / mejor gritas que tordo, nin ruiseñor nin gayo”. Anonadante. Aquí se ve que la osadía del astuto cánido no tenía límites. En estos versos la suma de disparates es tan grande que llegamos a dudar de que la zorra quisiera engañar al cuervo.


Por su parte la actitud del ave no tiene justificación. ¿Realmente se creyó todo aquello a pies juntillas, tal como sugiere la fábula? No parece probable. Es más lógico pensar, como han apuntado recientemente algunos analistas, que el pájaro abriera el pico mucho antes. Cualquiera con un mínimo de sentido común y de decencia lo hubiera hecho en su situación. Al menos aunque sólo fuera para censurar con firmeza la actitud de la zorra y también, por supuesto, para aclararle que con semejante sarta de mentiras nunca conseguiría su propósito.


NOTA: La ilustración que encabeza este cuento no es mía. Aclaro esto porque en internet todo se roba, y en este blog el 99% de las fotografías o ilustraciones que se publican son mías. Pero en este caso no he podido evitar tomar prestada esta ilustración maravillosa, creo que de Trevor Boyer, extraída de una guía de campo de aves de Europa. Como he sido y soy un comprador compulsivo de esta clase de guías de animales y plantas (ocupan una buena parte de mi biblioteca), espero que el señor Boyer, a quién no conozco pero cuyo trabajo como cualquiera puede ver, es extraordinario, sepa perdonarme. Por si acaso y para que no se note mucho, he puesto la ilustración al revés (!).

Los aficionados a la ornitología sabemos bien como estos ilustradores especializados son capaces de retratar no sólo las características físicas más sobresalientes del ave, sino al ave misma. Hasta tal punto de que cuando la vemos por fin en vivo a nuestro lado, o la espiamos con los prismáticos desde lejos, descubrimos que en nuestra mente alguien la había pintado ya una vez de la misma forma: perfecta. Gracias, Mr. Boyer.

28/6/09

Ciudades mágicas: Magerit


Visigoda, árabe, judía, cristiana, plebeya y real. Así fue y es todavía hoy Magerit, la ciudad interrogante que descansa sobre los huesos calcinados de los Omeyas, junto al Palacio de los reyes de España. Un gigantesco acertijo sin respuesta que yace abandonado a su suerte en la meseta de Castilla, cerca de las antiguas y desoladas tierras del Cid.


Según un código secreto que se ha perdido, la suma de las letras de Magerit arrojaría como resultado un número infinito y misterioso que ni siquiera Fátima la Sabia, la hija de Maslama ibn Ahmad, que dedicó largos años a su estudio siguiendo las enseñanzas de Al Juarismi, pudo descifrar. Pues Magerit es un azulejo de versos que no se puede entender.


Aquí vivió la Virgen de los Castillos, la Almudena; y también el santo árabe Isidro, que era capaz de obrar milagros como la ascensión de las aguas y la conversión de las piedras en pan, como hacía Jesús. Pero Magerit, que fue inicialmente una simple atalaya militar, acabaría por convertirse con el tiempo en la única Villa y Corte del mundo, desde la que el Rey Felipe Víctor el IV, a los quince años de edad, habría de iluminar los siglos con sus magníficas colecciones de arte, y también con sus inacabables correrías nocturnas. El Rey Planeta. No es extraño que lo llamaran así: a su alrededor giraban en órbita las Corralas enteras de Madrid.


Madrid, ciudad de patios y de puertas: Puerta de Alcalá, Puerta de Hierro, Puerta de San Vicente, Puerta de Toledo... El laberinto llegó a tener tantas que incluso hubo una que daba paso al infierno, antes de que vinieran los cristianos y la cerraran con sus siniestros ritos de incienso y miedo. Mucho tiempo después Ricardo Bellver levantaría en pleno parque del Retiro, en honor a aquella puerta mágica perdida, un monumento al último habitante del inframundo que osó traspasarla: un ángel.


Desde entonces los madrileños que son ciudadanos confiados, audaces y corteses, peregrinan los domingos buenos por la mañana hasta ese ángel hermoso y doliente que es la imagen de los hombres, y a su sombra explican a los niños las vidas y los nombres de los pájaros, les muestran las flores de La Rosaleda y les enseñan a rezar oraciones negras.


Y es que Madrid es una ciudad de ángeles, como Berlín. Una ciudad hecha de sueños, de cadáveres y de plumas. Magerit, la semihumana, la vigilante, la almenara en la que los hijos del cielo y los del infierno hermanos al fin y convertidos en piedra, observan a los vivos y se ríen de su destino, pues ellos sí son conscientes del porvenir.


Pero sobre todo Madrid es una ciudad pintada. Una de la que uno regresa como si volviera de un cuadro habitado por monstruos. Una ciudad de mentira, y tal vez por eso más real que otras. Un tríptico del Bosco que se abre hacia afuera desde el Prado y llena la experiencia del visitante de inquietudes y maravillas sin nombre. Un jardín gris a la primera mirada, pero que de pronto se apodera del mundo y se despliega Gran Vía abajo en una insólita locura de cifras, colores, borrachos y magia.


Magerit, el número prohibido, las manos del diablo. Ven conmigo, hermano, y verás. La malicia que recorre la Castellana cada noche. La lujuria emboscada en jardines que fueron diseñados para las princesas de Francia. El pecado, la concupiscencia y la ternura agazapados a la puerta de las Cortes. Y el placer prohibido del Barrio de las Letras.


Cantemos este sueño. Cantemos Madrid. Las sonrisas oscuras y cómplices en el Retiro a la madrugada. El miedo en el Parque del Oeste y el perdón o la muerte en Atocha, ante el de Sebaste: “Si vos sois tan caballero / que eso será cosa llana, / a las seis de la mañana / junto a San Blas os espero”.


Y la pena junto al Palacio Real: la pena de los reyes que lloran. Madrid, cuando la dejan todos creen llevársela consigo.


Pongamos que hablo de.

26/6/09

Catro rapaces da Puebla (breve estudio)

La famosa canción “Catro rapaces da Puebla roubaron un rodaballo”, está plagada de inexactitudes. Tantas que resulta de todo punto de vista increíble que siga cantándose una vez tras otra de la misma forma. Tan sólo una absurda cabezonería rayana en la estupidez (y aquí hago también mea culpa), puede explicar un comportamiento tan irresponsable por parte de todos los gallegos. Aunque la canción es bien conocida, no estará de más recordarla:


Catro rapaces da Puebla

roubaron un rodaballo,

nunha lancha de Marín

coa proa de carballo.


O patrón que alí mandaba

tamén era de Marín,

e díxolle o rodaballo:

moito miras para min.


Mala chispa te coma,

mala chispa te dé,

mala chispa te trague,

¡Uh! ¡Ah! ¡Eh!


Fórono vender á lonxa

con moito disimulo.

¿E quén lle lo foi mercare?

O fillo do Cachirulo.

Pues bien, para empezar no todos eran de la Puebla. Uno de ellos, Simón da Roda era natural de Ribeira y vivía en Boiro; y otro, Germán Lourenzo “O Rubio”, había nacido en Marín. Tal vez por eso en el segundo verso de la segunda estrofa se dice del patrón que “también” era de Marín, pues la lancha no lo era, como veremos después. En cualquier caso los versos primero y tercero son falsos.


El asunto de si la lancha tenía la proa de roble o no, aun está por aclarar, pero lo que sí es seguro como ya hemos apuntado, es que ni la lancha ni el patrón eran de Marín. La lancha se llamaba Eudosia II y pertenecía a un tal Guillermo da Conta que había puesto a la embarcación el nombre de su segunda hija (la primera también se llamaba Eudosia). Guillermo había comprado la lancha nueva en Porto do Son a un afamado constructor de barcas y conservaba la factura, lo que demuestra que no era de Marín.


El patrón, Alberto Barros, muy marinero y hombre bien querido en La Puebla tampoco era del famoso puerto pontevedrés, sino de Malpica de Bergantiños donde aun residía toda su familia.


El rodaballo no era tal. En realidad se trataba de un rémol. Este error reviste una extrema gravedad ya que aunque un profano puede confundir un rodaballo con un rémol, tanto los cuatro chavales como el patrón sabían perfectamente qué se traían entre manos.


Ambas clases de peces son bótidos, peces planos que tienen los dos ojos en el lado izquierdo; si bien el rémol es más pequeño y tiene escamas, y el rodaballo no. Algún autor moderno ha aventurado la sorprendente tesis de que el pez podría haber sido una platija, un pez también plano pero que tiene ambos ojos en el lado derecho. Esta teoría se cae por su propio peso. El excelente trabajo de investigación titulado “Three men on a boat” (Oxford Press) del profesor Frank Lieberman, no deja lugar a dudas.


En el capítulo tercero del citado ensayo, el brillante estudioso británico hace una documentada reconstrucción escenográfica de la situación exacta de los personajes en la lancha, lo que junto con la información que proporcionan los versos séptimo y octavo, “...e díxolle o rodaballo: moito miras para min.”, nos da la clave: Si el pez hubiera sido una platija tendría los ojos en el lado derecho y, desde su posición le hubiera resultado imposible ver al patrón.


La tercera estrofa “Mala chispa te coma...”, es la única que resulta verosímil pues el enfado del pez es lógico y se sabe que muchos rodaballos hablan gallego perfectamente. Sin geada.


Por último, el hijo de “O Cachirulo”, un mecánico de motos cuyo nombre real era José Galiñanes, no pisó la lonja en su vida, por lo que no pudo comprar el rodaballo o rémol. En los últimos años sus herederos han presentado varias reclamaciones bien documentadas ante las autoridades competentes, en las que se demuestra fehacientemente que no fue el comprador del pez robado.


Aunque estas cosas a primera vista puedan parecer intrascendentes y futiles, es conveniente aclararlas para corregirlas y evitar así que en el futuro se sigan reproduciendo los mismos errores.


Una buena forma de preparar un rodaballo o rémol es guisado con patatas. Para ello se limpia bien el pez y, sin pedirle permiso, se corta rápidamente en rodajas de dos dedos de grosor. Después en una cacerola grande se hace un sofrito con ajo, mucha cebolla y tomate pelado y picado. Cuando esté listo el sofrito se agregan las patatas en rodajas y se revuelven con una cuchara de madera. Se le echa agua (preferiblemente un caldo de pescado) hasta que queden cubiertas, y se cuece todo a fuego lento quince minutos. Después se agrega el pescado, se sala y se deja al fuego diez minutos más. Al ir a servirlo se espolvorea con perejil picado.


Muchos dicen que si el rodaballo o rémol es robado, sabe mucho mejor. Es cierto.

Cuando ruge la Marabunta


Eleanor Parker y Charlton Heston en “Cuando ruge la Marabunta”. De niños veíamos esta película por la tele (la ponían constantemente en sesión de tarde), y creíamos que era una película infantil de aventuras. Las hormigas y todo eso.


Pues no, no lo es. Vuelvan a verla y no pierdan detalle. Sobre todo de la escena en la que Eleanor Parker, mientras toca el piano le aclara al contrariado Charlton Heston que acaba de descubrir que ella es divorciada (y él se jacta de tenerlo todo nuevo, piano incluido) que “es usted un ignorante, si supiera algo de música sabría que un piano usado... suena mucho mejor”.

Goya y la alta política

Volviendo a leer un antiguo boletín del Museo del Prado (número 39 del año 2003) descubro en un excelente y documentado artículo de Carmen Garrido, que tras el hermoso retrato de la condesa de Chinchón pintado por Goya en 1800, se ocultan otros dos retratos, en este caso masculinos.


Uno es del marqués de Villafranca, esposo de la duquesa de Alba; y el otro de Godoy, esposo de la propia condesa. Según explica Carmen Garrido con detalle, en el análisis radiográfico de la pintura se pueden apreciar con toda claridad los dos retratos tan sólo con girar el lienzo 180º. Ambos hombres están bajo las faldas de la condesa.


He leído el artículo entero con estupor.

19/6/09

Historia de dos libros


El libro que se ve en la foto es un ejemplar de “Arte y percepción visual” de Rudolf Arnheim, publicado en español por Alianza Forma en 1983. Salvo que haya salido a algo, suele estar en un estante en la biblioteca de mi casa. El libro, que todo diseñador gráfico conocerá, se abre con estas palabras: “Este libro ha sido reescrito en su totalidad...”.


Cuando leí la frase en cuestión sentí el deseo de pintar y reescribir yo mismo todas y cada una de sus casi seiscientas páginas. Así que me puse a ello. Lo hice con rotuladores, bolígrafos, lápices, pintura acrílica y mucho entusiasmo durante semanas hasta que el texto original desapareció casi por completo, engullido por la creciente marea de nuevos dibujos y colores que avanzaban imparables desde la página uno.


Como al mismo tiempo que lo pintaba lo leía, en algún momento del proceso las páginas pintadas sobrepasaron el punto de lectura, lo que me obligó a comprar un segundo ejemplar para poder acabar de leerlo. El nuevo, limpio e intacto, está junto a este. Creo que son amigos.


Absurdo ¿verdad?

18/6/09

Clases de cuerpos


Los cuerpos se dividen en tres clases: luminosos, transparentes y opacos. Entre los cuerpos luminosos podemos citar el de Cortázar, o los de Saint-Exupéry y Stevenson. Entre los transparentes el de Pla.

El resto de los humanos solemos tener cuerpos opacos.

16/6/09

Cómo convertirse en Dios

Pocos saben que a lo largo de la historia ha habido muchos hombres que llegaron a convertirse en Dios, si bien a ninguno le resultó fácil. Llegar a ser Dios es bastante costoso, exige esfuerzo y lleva mucho tiempo. A veces toda una vida.


Los hombres que se convirtieron en Dios lo hicieron de muy distintas maneras. Una buena fórmula que se empleaba a menudo antiguamente, era construir algo imponente como un templo. Después tenías que meterte dentro y conseguir que los demás te adoraran. Un truco clásico que podía dar buen resultado. Pero hay otros. Aquí, como en todo, cada maestrillo tiene su librillo.


Ieyasu, el gran Shogun de los Tokugava que murió a principios del siglo XVII era un gran general y guerrero; y un hombre muy apuesto. Pero para convertirse en Dios no bastaba con eso. Primero tuvo que liquidar a todos los demás señores feudales que también querían ser Dios como él, y después conquistar todo el Japón y convertirse en emperador. Una vez hecho esto, mandó construir un templo en Nikko donde los japoneses podrían adorarlo en cuanto fuera Dios. Cuando murió, fue enterrado allí junto con un caballo blanco que tenía y efectivamente, se convirtió en Dios.


En la puerta del templo Ieyasu puso tres monos guardándola: uno sordo, otro ciego y otro mudo. Si se le preguntaba algo al primero no se daba por aludido; el segundo no podía ver; y el tercero no hablaba con nadie. De esa forma Ieyasu se aseguró de que todo el mundo pudiera entrar al templo libremente. Entonces los japoneses, un pueblo sintoísta pero lógico donde los haya, empezaron a peregrinar hasta allí para adorarlo como a un verdadero Dios.


Y se convirtió en Dios.


El caso de Ieyasu es llamativo, pero hay más. El mismísimo Buda fue hombre antes de ser Dios. Aunque Buda era hijo de un rey y eso siempre ayuda, el Gautama consiguió convertirse en Dios él solito y prácticamente, sin gastar nada. Era muy ahorrador. Sin embargo el de Buda fue un caso excepcional. Generalmente y como ya hemos apuntado antes había que invertir mucho esfuerzo, dinero y tiempo. Y aun así, muchos de los que lo intentaban no conseguían el objetivo que se habían propuesto.


El sha Dshahan, quinto grande de la dinastía de los mogoles, trató de convertir en Dios a su esposa favorita, la princesa Aryumand Banu Begam. Aunque resultaba difícil convertir en Dios a una chica, el tipo lo intentó con todas sus fuerzas. Para eso empezó por cambiarle el nombre a la muchacha, ya que el que tenía no le pareció adecuado. Le puso uno muy bonito: Mumatz i Mahal, que significa “La Joya del Palacio”. Aquí se ve que el sha la quería mucho. Tuvo siete hijos con ella. Después mandó llamar al mejor arquitecto del mundo, un tal Ostud Isa, y le encargó levantar un impresionante mausoleo en Agra, rodeado de magníficos jardines. Cuando la princesa murió, la enterró allí. Es el Taj Mahal. Pero la cosa no salió bien. La princesa no se convirtió en Dios y cuantos visitan el monumento, incluso hoy en día, aun maravillados ante la belleza y magnificencia de la construcción, no dejan de considerarlo como lo que es: una simple tumba, y a quien está enterrada en ella, una mujer.


Mausolo, virrey de Caria, también puso en práctica este sistema con su famoso “Mausoleo” y tampoco resultó. Nadie lo consideró nunca un Dios.


Los soberanos kemeres de Camboya eran un caso aparte. Todos sin excepción se convertían en dioses en vida, al contrario que los emperadores romanos que lo hacían después de muertos. A los kemeres los llamaban los reyes divinos, y se exhibían desnudos ante sus súbditos a menudo, para que aquellos pudieran apreciar la fabulosa perfección de la naturaleza no humana de su cuerpo. Suryavarnam II, un rey kemer que reinó durante el siglo XII de nuestra era en Laos, Birmania y Camboya, fue uno de los más famosos. Era muy bien plantado y tenía los ojos azules. Su esposa fue también una mujer bellísima y según se dice, la contemplación de su cuerpo desnudo volvía locos a los hombres cuerdos: tenía siete cabezas y veinte brazos bien torneados.


Los emperadores de la dinastía Ming, que construyeron la Gran Muralla entre los siglos XIV y XVII a costa de las vidas de miles de chinos, también intentaron convertirse en dioses, pero ninguno lo logró. Muchos de ellos, por el contrario, fueron tenidos por verdaderos demonios salidos del infierno. Una canción popular de la época lo demuestra: “Si te nace una hija, ahógala; si tienes un hijo, no lo críes. ¿No ves que el emperador está levantando la Gran Muralla sobre montañas de cadáveres?"


Y también los reyes incas se convertían en dioses en vida, en su caso inadvertidamente en el mismo momento de ser coronados. La divinidad iba asociada al cargo: si te hacían rey, te hacían Dios. Por eso cuando Francisco Pizarro entró en Cajamarca en 1533 y capturó y mandó ahorcar a Atahualpa, el cacereño no sabía que estaba dando muerte no a un hombre, sino a un verdadero Dios de los hombres. A raíz de aquel crimen todos los españoles que habían participado en la celada que llevó a Atahualpa a la tumba, murieron en extrañas y dolorosas circunstancias. Fue una venganza divina. El propio Marqués de la Conquista falleció en 1541 en Lima, violentamente asesinado tras una copiosa comida. Dios es implacable.


En América hubo muchos reyes dioses. El rey tortuga de Quiriguá de los mayas de Honduras fue un caso extraordinario. Primeramente fue un hombre hermoso, después una tortuga, y en el año 185 se convirtió por fin en Dios. Todo el mundo lo vio y lo supo. Usamanciel III, rey y señor de la ciudad de Palenque, también se convirtió en un ser divino que tenía cuerpo de mono. Y los reyes yucatecas de Menche, Naranjo, Chiapas, Balcalar, Piedras Negras y Tikal, si hacían el amor con un lagarto se convertían en serpientes y después en pájaros, y después en dioses perfectos y por último en piedras de jade. Entonces ascendían a los cielos como hijos de Kukulkán y se quedaban a su lado para siempre.


Los faraones egipcios se convertían en dioses muy a menudo. Ramsés II, el más grande de todos, cuyo cuerpo está enterrado en Abu Simbel, llegó a ser un Dios autentico y como tal tuvo 80 hijos varones, y a continuación 60 hijas más hermosas aun que los primeros.


Y los reyes andalusís de España también tenían el poder de convertirse en dioses a voluntad. Abul Acha Yusuf, que vivió en el siglo XIV en Granada y que mandó construir la Torre del Vino en la Alhambra; o Mohamed V que diseñó el Patio de los Leones fueron dioses verdaderos. Y también Boabdil, el rey Chico, que despreció a su lugarteniente Ridwán y tuvo que llorar desde las alturas de Sierra Nevada la pérdida de aquella hermosa ciudad, “el cielo en la tierra, el verdadero sueño hecho realidad”. Los dioses también se equivocan. Y es que la Alhambra fue morada de muchos dioses que habían sido hombres antes, de lo que dan fe los nombres de algunas de sus estancias como los “baños de niños”, los “baños de mujeres” o el más conocido “tocador de la Reina”.


O sea que la historia está llena de hombres que quisieron convertirse en Dios; y como ya hemos visto algunos lo lograron, pero otros no. En fin, qué le vamos a hacer.


También hubo el caso insólito de un Dios que se convirtió en hombre, pero eso es mucho más difícil de explicar y aquí no tenemos tiempo para contarlo en detalle.

Los príncipes sumergibles


Los príncipes sumergibles vivieron en la antigüedad en Persia, en Egipto, en Europa y en otras partes de nuestro mundo. Eran muy hermosos y sabios. Todos eran jóvenes, tenían la piel blanquísima y lucían una incipiente barba bien dibujada y perfectamente recortada en sus blancas mejillas, por lo que eran fácilmente reconocibles desde lejos. Su cabellera era oscura y abundante y según se decía, sus ojos refulgían como piedras de fuego sobre un volcán de plata.

Si se le pedía a uno que hablara, entonces su lengua parecía cobrar vida propia y estar hecha de sal; y contaba historias maravillosas. Y las palabras que salían de su boca se solidificaban al contacto con el aire con la forma exacta del objeto que designaban.


Estos príncipes fueron muy abundantes en los ríos y lagos de Europa y Asia en los siglos anteriores al Descubrimiento. Pero cuando el mundo se hizo redondo todos se fueron a América caminando bajo el mar, huyendo del pensamiento europeo.


Y allí, donde el mundo y todo lo demás era tan nuevo como ellos, se convirtieron en reyes, y por fin desaparecieron para siempre.

Mentira

SÍ, es mentira. Pero es una mentira antigua: debes creerla.

13/6/09

Cook y el perrito de Pascua con coles


El capitán Cook es un caso extraordinario en la historia de la gastronomía. Más conocido como navegante, fue también un experto nutricionista y muchas de sus excelentes invenciones culinarias han llegado hasta nuestros días. En 1773, y esto lo sabe muy poca gente, durante su segundo viaje alrededor del mundo y mientras atravesaba el círculo polar antártico, se le ocurrió desmenuzar un iceberg e inventó el gin-tonic. Una de las razones y no la menos importante, por la que sus compatriotas y especialmente la Reina Madre (Dios la tenga donde se merece) han tenido siempre su memoria en tan alta estima. También fue el descubridor de la cerveza de abeto, que preparaba cociendo juntas hojas de abeto y té durante varias horas, agregándole al final de la cocción melaza, agua y levadura y dejando reposar la mezcla unos días. Esta cerveza a juicio de quienes la probaron tenía un gusto exquisito, aunque era algo astringente.


Se adelantó trescientos años a las modernas teorías nutricionales y dietéticas, siendo un gran defensor del consumo de zumos naturales, verduras y frutas frescas, mérito éste que no se le ha reconocido nunca suficientemente. Entre sus platos favoritos se contaban el repollo, el caldo de guisantes y la fricasé de pato, siempre convenientemente regados con mosto dulce o vino de Madeira.


Lamentablemente se ha perdido la receta del “perrito de Pascua con coles”; un plato que tenía extraordinarias propiedades curativas. El perrito, que era propiedad de Mr. Forster, el científico de la expedición, fue adobado y cocinado por el doctor Patten cuando el Resolution se aproximaba a la Isla de Pascua en 1773, y contribuyó de forma notable al rápido restablecimiento de Cook que a la sazón, se encontraba aquejado de estreñimiento. Algunos malintencionados han sugerido que el consumo abusivo de cerveza de abeto pudo ser la causa de su dolencia, pero este punto no ha podido probarse.


En cualquier caso, en 1778 James Cook alcanzó la cima de la gastronomía universal al descubrir las islas Sandwich, archipiélago en el que moriría de forma trágica al año siguiente a manos de unos indígenas que lo devoraron, haciendo honor a su apellido, asado.


El capitán King, su sucesor al mando de la expedición consiguió, tras no pocas negociaciones con los nativos, recuperar las partes no cocinadas de Cook: las manos y el cráneo. Y como homenaje póstumo y perfecto broche de oro a una vida entera dedicada a la gastronomía, King decidió que lo mejor que se podía hacer con aquellos restos era conservarlos en cerveza. Y así lo hizo.


Cook fue un sibarita hasta el final.

7/6/09

Gentilicios


          Los “siameses” son una clase de gatos, y también todos los nacidos en Siam. Así que cuando uno habla de “siameses” podría estar refiriéndose a gatos o a personas. Esta duplicidad de significados en una misma palabra puede conducir a situaciones tan absurdas como la siguiente. 

         Dado que existe un asno específico en nuestra península que es el “asno español”, un zoólogo podría referirse en una disertación al conjunto de dichos asnos con toda tranquilidad, llamándolos simplemente “los españoles”. Por extensión y sin alejarnos demasiado de nuestro entorno geográfico, pueden citarse multitud de ejemplos parecidos con otros animales: “holandesas” por vacas; “ingleses” por cerdos, (especialmente los de Cornualles); o “italianos” por gallitos. 

          Cualquiera puede darse cuenta de que esta peculiaridad de nuestro idioma podría llevarnos a situaciones muy embarazosas e incluso violentas, sobre todo en el terreno de las relaciones internacionales.

          Pero gracias a Dios y por lo general, en esos casos la gente no se da por aludida.

6/6/09

El hombre que podía predecir el futuro

          El hombre que de verdad podía predecir el futuro nunca lo comentó con nadie, porque pensaba que era lo normal.

La moción de Tiberio


          Según cuenta Tertuliano en las Apologías, el emperador Tiberio llegó a presentar, inducido por un Pilatos arrepentido, una propuesta al senado de Roma para conseguir que se declarara dios a Jesús. También según Tertuliano parece ser que Tiberio estaba plenamente convencido de la divinidad del hijo del hombre. 

          La verdad es que esto suena un poco raro tratándose de Tiberio. Era un tipo sin escrúpulos. Un parricida, asesino, sádico, cruel y disoluto que en los últimos años de su vida, habiendo perdido todo interés en el gobierno, se retiró a Capri donde se dedicó básicamente a violar jovencitos y poco más. Los romanos lo llamaban “caprinus”, en parte por su amor a Capri y en parte por sus peculiares inclinaciones sexuales: “El cabrón (caprinus) lame los genitales de las cabras”, solían decir.

          Suetonio, que es bastante de fiar, lo califica de “viejo hirsuto y pestilente” y dice de él que “no amó con afecto a ninguno de sus hijos” (aquí se ve que hoy ya no hay historiadores como Suetonio). Además cuenta que, entre otras animaladas, este glorioso emperador propenso a toda clase de vicios disfrutaba obligando a niños lactantes a que le practicaran fellatios. Para colmo era tacaño y avaro. O sea que las tenía todas. Mejor no sigo.

          En cualquier caso el senado rechazó la moción, que es a lo que íbamos. Es lógico, los romanos ya tenían demasiados dioses. Qué duda cabe que de haber prosperado aquella propuesta, hoy las cosas serían muy diferentes. Si el panteón romano hubiera llegado a asimilar a Jesús, otro gallo nos cantaría. Ahora bien, ¿cuál? Hay muchos gallos y dependiendo de qué gallo, la cosa podría haber resultado de una forma o de otra.

          Los gallos son los machos de las gallinas. Esto lo sabe todo el mundo, pero pocos reparan en que esta definición de un macho por contraste con su hembra, resulta cuando menos curiosa. Se da en muchos animales. No se dice de la gallina que sea la hembra del gallo. No. La gallina es la gallina. Es el gallo el que es “el macho de”. 

          El caso es que hay muchos gallos. De pelea, domésticos, de roca, italianos, de las praderas, enanos y, en fin, de tantas clases que resultaría interminable citarlas todas. Uno de mis gallos preferidos es el gallito enano, que en Galicia cuando yo era pequeño solían llamar kiriko. Mi tía Ricarda tuvo uno muy despierto en Tabagón, El Rosal, que era un consumado velocista y llegó a batirse en una ocasión con Carl Lewis, aunque perdió. El gallo enano es muy vistoso y a pesar de su diminuto tamaño se comporta como si fuese enorme: manda mucho.

          Otro gallo curioso es el Houdan, un gallo chino. Seguro que lo han visto alguna vez: siempre parece que acaba de salir de una peluquería de lujo de la Quinta Avenida.

          Pero nos estamos perdiendo en disquisiciones inútiles. Nada de esto interesaba a Tiberio. A él los gallos no le preocupaban en absoluto. Lo único que le traía de cabeza era su sucesión, hasta el punto de que hizo testamento por duplicado. Y por supuesto no citó a Jesús en él.

          ¿Mintió Tertuliano?