31/3/11

Río perdido


Un río pequeño se perdió en una llanura. No encontraba el mar y se perdió. Después estuvo muchos años dando vueltas por ahí, haciendo meandros y más meandros sin rumbo fijo. Dio tantas vueltas que hasta llegó a cruzarse consigo mismo una vez e hizo un lago. Después siguió, pero el mar no aparecía por ninguna parte y el río no tenía ni la menor idea de hacia dónde podía caer.


Cuanto más buscaba el mar, más crecía el río. Se fue haciendo mayor y llegó a ser el río más grande del mundo. Entonces se convirtió en una atracción turística de fama internacional y mucha gente iba a verlo. El río siempre les preguntaba a todos:


– Por favor, ¿podrían decirme hacia dónde cae el mar?


Y unos le decían “por allí”, otros “por allá”, y era un lío. El río no sabía qué hacer y cada vez estaba más perdido. En una ocasión casi llega al mar. Aunque nunca lo supo pasó a tan solo unos centímetros de la orilla. Pero el gobierno había hallado una jugosa fuente de ingresos en el turismo y no estaba dispuesto a renunciar a ella. Construyó un dique enorme antes y el río no llegó al agua.


Como siguió dando vueltas llegó un día en el que todo el país era el río mismo, y ya no quedaba ni una franja de tierra por la que no pasaran sus aguas. En ese momento el gobierno tuvo que declarar el país zona catastrófica y la gente se fue.


Pero los patos, las garzas y los colimbos se quedaron. Y estaban encantados de la vida.

23/3/11

Una ilusión auditiva


Una mujer que vivía sola oía a menudo que llamaban a la puerta, pero cuando la abría nunca había nadie.


Preocupada, se lo contó a su médico y este le diagnosticó una Ilusión Auditiva Creciente (IAC), una enfermedad muy rara. Después, el propio médico le susurró al oído a la enferma: “te amo, te amo, siempre te he amado, siempre te amaré”.


Y la curó con el tiempo, visitándola cada día.

18/3/11

La estructura


“La estructura ha resistido”, afirmaron con contundencia a diez mil kilómetros del desastre los técnicos responsables de su construcción, tras estudiar a fondo durante varias semanas las desoladoras imágenes de las ruinas.


Coda: La realidad es un chiste de El Roto.

De las clases de indios


(Fragmento del “Viaje a el Yambí” de Pedro Lafuente, Crónica de Indias, s. XVI)


De las clases de indios.


Los hombres y mugeres destas Indias son en variedad como la misma tierra, de tantas clases y naciones diferentes que es asombro de todo el que viene a este Nuevo Mundo el verlo. Pues hay acá pueblos innumerables, todos distintos y cada uno bien separado de los otros por sus formas, lenguas, costumbres y habilidades.


Dixeron algunos autores antes, que yo lo he leído mucho, que anduvieron acá en estas Indias griegos y judíos y árabes y otros hombres, y que los que hoy vemos descienden de aquellos. Más no sé yo porqué ternían que haber andado desos y no franceses o españoles, porque a lo menos los que yo he visto, puedo descir que los de acá no son ni judíos ni griegos, que no se parescen en nada a ellos, ni la lengua que usan, ni sus cosas se le acercan. Yo creo que son todos pueblos nuevos, no conoscidos en España antes, que no se supo nunca dellos. Y esta no es sino otra maravilla de tantas como regaló dios al rey con la descubierta destas Indias.


En la Nueva Granada hay unos que llaman araucos. Son valerosos. Otros son la nación de los caribes, que también los llaman camajuyas y quiere decir este nombre relámpagos del cielo. Son belicosos y buenos guerreros, y muchos comen carne humana. Y hay chirigones y socorinos por el Paraguay; tupís y chavanes en el Brasil; hualpes, puelches, atacamas y otros de distinta condición por el reino de Chile y por el Pirú. Y charrúas en el río de la Plata, y chibchas en las tierras de Cartagena. Y los que llaman quichés son de la Nueva España.


Hay aun muchos más, que se llaman unos tehuelches, otros tobas, alakufes y onas. Y muchísimas naciones más pequeñas y distintas hay por las zonas boscosas de las Amazonas y por el Orinoco, y por las tierras del Brasil. Son amaibes, paguanas, chiriguanas y titibes, chimeres, picotas, ajaguas, buaques, micuaras, y concapayaras que son rubios e grandes, y goitacás que viven sobre el agua e son grandes nadadores. E incontables más hay, tantos y tan distintos unos de otros que sería larguísimo referirlos todos.


No están muchos reducidos aun, por ser las tierras tan vastas y más conocidas dellos y no haber entrado los españoles en todas. Y gran cantidad de indios murieron en las guerras y de hambre, y otros fueron menguando por enfermedades que, como es bien sabido, en el año de mil quinientos y diezyocho acabáronse los indios de la Española todos los que había a causa de las biruelas, que las trujo acá un esclavo de aquel señor Pánfilo de Narváez. Y en otras partes por otras enfermedades pasó lo mismo, que hubo e hay acá muchísimas pestilencias que fazen gran destrago entre los naturales. Más destas cosas hablaré luego.


También enflaquecieron muchos con otros sufrimientos y por descuido de los españoles. Es buena muestra desto lo que pasó a aquellos de don Antonio Torres el año de mil cuatrocientos noventa y cinco, que volviendo a España de las Indias con doce barcos y quinientos indios, hubo de tirar doscientos dellos a la mar cerca de las islas de la Canaria, porque en llegando allá se le murieron de frío. E así han ido menguando tanto los hombres y las mugeres que en algunos sitios han desaparecido todos y está la tierra adelgazada y sin remedio, agostada y sin gente para trabajar. Y en esta ruina fueron causa mayor los españoles como digo, que tuvieron mucha culpa deso por dar tan mal tratamiento a estos naturales y tantos trabajos que no eran los suyos propios, en las minas y en las pesquerías de perlas. Y sin derecho, siendo como es bien sabido que esta tierra era dellos antes que viniéramos a ocuparla, que así lo han dicho muchas veces grandísimos sabios como don Francisco de Vitoria y otros hombres de conocimiento y razón.


Y este menoscabo es grandísima penalidad para la corona, pues hallar a los indios y acabarlos es como perder el sol antes de que amanezca. Así me lo dixo en su casa de Cuzco el señor y capitán don Mancio Leguizamo, que anduvo con el Marqués Francisco Pizarro a detener al Inca Atahualpa. E yo digo que este hombre entiende mucho de tales cosas e hay gran verdad en sus palabras. Pues siendo aun joven él allá en Cajamarca, tuvo en sus manos el Sol de Coricancha, grandísimo tesoro del Cuzco, de los mayores que hubo en estas Indias, que se lo dio el Marqués de la Conquista en pago por apresar al Inca. Y la misma noche que se lo dió, el Sol, lo perdió don Mancio jugándolo a las cartas.


Porque el maltrato de los indios hiciéronlo los españoles desde el principio de su venida a esta tierra por mezquindad, que, con el cuento de andar a cristianar, hurtaban el puerco y daban los pies con dios, robando, matando y usando de hombres y niños sin consideración, y sometiéndolos a esclavitud. Y forzando a las muchachas y a las mugeres sin vergüenza, para venderlas aun más caras por estar empreñadas.


Fue tanta la maldad que se llegó a usar con ellos que algunos a los que tenían en cadenas y caían al suelo por estar enfermos, por no pararse a sacarle el hierro cortábanle la cabeza. E a otros los ponían en una cabaña e allí los asaban vivos. E a otros los mandaban despedazar los perros, o les sacaban los brazos y los ojos. E aun supe yo de uno, que dios lleve al infierno, que a unos rapaces de no más de diez años de edad mandó que les cortaran las cabezas, sólo por su placer. E así murieron muchos.


Más no siendo este el hacer de todos los españoles, que decirlo desa manera como hizo fray Bartolomé de las Casas en un libro suyo muy famoso sería faltar a la verdad, destas cosas bárbaras hiciéronse un ciento. Fue por eso que los indios llegaron a aborrescer tanto a los de España que ahora no quieren ni ver castellanos, y aun ni oir hablar dellos. Más hízose todo eso, lo digo así, contra las órdenes de sus majestades católicas don Fernando e Isabel; y después contra las mismas de su hijo Carlos emperador; y hácese también ahora contra las de nuestro rey Filipo que dios guarde. Pues todos estos monarcas proveyeron siempre bien que no se diera guerra ni esclavitud a los indios, sino doctrina y conversión para quitarles idolatrías y ponerlos en buenas costumbres en sus repartimientos, enseñándoles la lengua castellana y predicándoles el evangelio, lo que ya se va haciendo.


Item más. Que los españoles no tienen disculpa en estas cosas, pues ya en el año de mil cuatrocientos noventa y tres la reina doña Isabel, habiendo tenido noticia de que el Almirante había dado por paje a don Bartolomé de las Casas un indiezuelo traído de Indias, dixo con enojo: ¿Pero quién dió licencia a Colón para repartir mis vasallos con nadie? Y después mandó pregonar por Castilla y por toda la Tierra Firme que quienes tuviesen indios esclavos y presos no podía ser, y que los volviesen libres a sus tierras. Y en mil quinientos once el dominico Montesinos fizo aquel famosísimo sermón en la misa de la Española, en que dixo “Ego Vox Clamantis in Deserto”, y fue delante de don Diego Colón y de muchos encomenderos que les habló de aquella manera “¿qué andáis faciendo con éstos, es que no son hombres o no tienen ánimas, o es que sois vosotros peores que moros que renegáis de Jesucristo?”. Y de aquello fue que el fraile hubo de volver a España a dar cuenta al rey Fernando, y por lo que le dixo al rey se hicieron entonces las Leyes de Burgos.


Aun digo más. Que por el mal tratamiento que se daba a los negros, con razón se le rebelaron todos al hijo del Almirante en la isla de Santo Domingo. E fue la culpa toda de don Diego, e muchos murieron dello. Item más, que el emperador en el año de jesucristo de mil y quinientos cuarenta y tres dexó bien dicho por escrito a don Francisco de Orellana, cuando se fue éste a tomar la gobernación de la Nueva Andalucía que había descubierto, que no había de perjudicar a los indios por ninguna causa en nada, y que nunca se les había de hacer la guerra. Que eran hombres del rey, y que así eran las Leyes Nuevas que se habían de cumplir.


E todas estas cosas fueron siempre bien conoscidas de los castellanos, pero muchos las retorcieron a su antojo y no tienen disculpa en ello. Pues ya dixo Isaías “vae qui dicitis bonum malum et malum bonum”. E todos aquellos gobernadores y encomenderos sabían bien cuánto estaban haciendo contra dios e contra el rey, e sólo miraron para su bolsa, e no tuvieron vergüenza de llamarse cristianos siendo peor que árabes. Y yo esto lo digo así en este libro, más lo que todos esos hayan de ser al fin en sus conciencias y en su alma, queda a la consideración y al juicio de dios, y al de los hombres que hayan de venir.


Pues como se dice tantas veces en esta tierra y esto es muy cierto e no ha de olvidarse nunca: sin indios no hay Indias.

13/3/11

La verdadera historia de Chuang Tzu


El sueño de Chuang Tzu suele contarse incompleto de la siguiente forma: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa, y al despertar no sabía si era un hombre que había soñado ser una mariposa, o una mariposa que soñaba ser un hombre”. Lo que no se cuenta nunca es lo que le ocurrió a Chuang Tzu durante el sueño, y por qué al despertar tenía esa duda. He aquí la historia completa.


Una fresca tarde de primavera Chuang Tzu llegó a la orilla de un lago y se sentó a descansar. Al poco rato se quedó dormido y soñó que era una mariposa. La mariposa que una vez había sido Chuang Tzu se fue revoloteando por ahí, viendo que el mundo era hermoso y estaba lleno de flores y aromas. Al principio, a la mariposa que una vez había sido Chuang Tzu, le costó un poco adaptarse a las alas que le parecían demasiado grandes y poco manejables. Además, su cuerpo era tan liviano como un sueño y una suave brisa bastaba para arrastrarla varios metros y hacer que variara de rumbo. Pero poco a poco se fue acostumbrando. Aprendió a dejarse llevar y a aprovechar las corrientes de aire para desplazarse más cómodamente de flor en flor. La mariposa que una vez había sido Chuang Tzu enseguida aprendió también a libar las flores con su trompa extensible, y descubrió que el néctar era embriagador.


En un momento en que se estaba poniendo como el quico de riquísimo néctar, descubrió aterrada que a sólo un paso de ella acechaba un enorme camaleón verde que no había sido nunca Chuang Tzu, perfectamente inmóvil como una estatua del templo de Shao Li. Si hay algo que produce pánico a las mariposas es un camaleón. Y este camaleón, que no había sido nunca Chuang Tzu, estaba hambriento.


La mariposa que una vez había sido Chuang Tzu se quedó muy quieta, conteniendo la respiración y sabiendo que su vida pendía de un hilo finísimo. El camaleón que no había sido nunca Chuang Tzu y por tanto no podía sentir ninguna compasión ni afecto por la mariposa que una vez había sido Chuang Tzu, la vigilaba con el ojo izquierdo, atento a su más mínimo movimiento; pues para el camaleón que nunca había sido Chuang Tzu, la mariposa que una vez había sido Chuang Tzu no era más que comida.


Entonces llegó un ruidoso abejorro que tampoco había sido nunca Chuang Tzu. El camaleón dedicó al abejorro toda la atención posible con su otro ojo, el derecho. Y la mariposa que una vez había sido Chuang Tzu supo que tenía una oportunidad de salvar la vida.


Lo siguiente ocurrió en apenas una décima de segundo: el abejorro que tampoco había sido nunca Chuang Tzu, haciendo el mismo ruido que una avioneta perdiendo altura, hizo un quiebro en el aire sobre la cabeza del camaleón que no había sido nunca Chuang Tzu; y en ese momento el camaleón que no había sido nunca Chuang Tzu, disparó su larquísima y pegajosa lengua con la velocidad del rayo y lo atrapó; y entonces la mariposa que una vez había sido Chuang Tzu desplegó las alas y una ráfaga de viento la arrastró fuera del alcance del camaleón que no había sido nunca Chuang Tzu.


Y la mariposa que una vez había sido Chuang Tzu respiró aliviada. Su diminuto corazón latía desbocado mientras las alas la llevaban más lejos a toda prisa y se decía:


-¡Dios mío!, me he salvado de milagro. Estoy temblando como una termita. Tengo que relajarme y descansar.


Y la mariposa que una vez había sido Chuang Tzu encontró una cómoda hoja de junco en la orilla del lago. Se posó en ella con las dos alas muy juntas... y se quedó dormida. Entonces la mariposa que una vez había sido Chuang Tzu que soñaba que era una mariposa, soñó que era un hombre, Chuang Tzu, y por tanto no sintió miedo del camaleón y pudo dormir sin temor.

Comentarios al Herbolario Perdido


Apenas conservamos unos pocos fragmentos del Herbolario Perdido. La obra, cuyo origen se atribuye a Quirón, gozó de gran difusión en el mundo antiguo, de lo que dan fe los testimonios de Plinio que la cita varias veces en la Historia Natural; y de Dioscórides que se sirvió de ella para escribir De Materia Médica. Ciertos autores sostienen que el libro fue bien conocido hasta finales del siglo XVI. Según parece el señor Rafael Hitlodeo poseyó uno, camuflado bajo el aspecto de un Tratado de las Plantas de Teofrasto, y lo llevó consigo en su viaje a Utopía. Por desgracia dicho ejemplar fue brutalmente mutilado por un macaco juguetón que arrancó casi todas sus páginas e inconscientemente las arrojó al mar.


En fecha más reciente, en el año 1678, aun pudo existir una copia tardía más o menos completa que en algún momento debió de estar en poder de H. A. van Reede, gobernador de la costa Malabar, ya que el gobernador hace referencia al Herbolario en varias ocasiones a lo largo de su Hortus Malabaricus.


Los textos de que disponemos actualmente, cinco en total, aparecen repartidos entre el manuscrito bizantino Botanicum Esplendens (2), obra de Laurindo de Sales; el Macer Floridus del siglo XII (2), y un papiro de época romana (1). Su mal estado de conservación tan sólo nos permite hacer conjeturas. ¿Se trataba tal como parece sugerir Apolonio de Tirce en sus Plantum, de un auténtico tratado científico y mágico de las plantas cuyo conocimiento estaba reservado tan sólo a unos pocos iniciados? ¿O como ha apuntado recientemente el especialista germano Karl von Fritz, basándose en la interpretación del fragmento IV, era en realidad un extenso poema epopeico inspirado en la naturaleza y compuesto originalmente para ser cantado en honor de Dioniso?


Tal vez nunca lo sepamos. El hecho de que varias de las plantas citadas ya no existan no hace sino contribuir a dificultar la correcta interpretación de estos hermosos textos. Los comentarios que siguen, a cargo de Marc McGinty y G.W. Dimbley, fueron publicados por primera y única vez en el Bothanical Review de Chicago en 1967.


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Fragmento I (Macer Floridus)

“...de flores semidobles, la sorprendente catáfora...”

El fragmento I ha sido siempre uno de los más controvertidos. La transcripción de la palabra catáfora es clara y ningún especialista la ha puesto nunca en duda. El problema es que dicha planta no se conoció en el Mediterráneo hasta el siglo XVIII. La catáfora variabilis, también llamada Dalia del rey Felipe, era una planta vivaz de raíz tuberosa y flores semiesféricas. Fue descubierta en el siglo XVII por el Padre José de Acosta, quien envió un ejemplar a España para que la viera el rey y diera su aprobación, cosa que este no llegó a hacer por falta de tiempo. No sería hasta muchos años después que el botánico español Cavanilles la describiría y clasificaría correctamente, dándole el nombre de dalia en honor a su amigo Dahl, un sueco al que no hay que confundir con Roald. No tienen nada que ver; Roald es galés.


La catáfora, ya desaparecida, se daba sólo en el altiplano de Méjico. Las numerosas variedades de dalia de jardín (dalia variabilis) que se cultivan hoy en todo el mundo por su valor ornamental, hace mucho que han perdido las propiedades mágicas de la planta original. En un ambiente propicio la catáfora podía germinar antes de ser plantada; en ese caso florecía antes de echar el brote y producía el fruto antes que la flor. Si el clima era muy bueno, escribía libros. El adjetivo sorprendente con el que la califica el verso, es pues exacto.


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Fragmento II (Macer Floridus)

“...oirás, Cnido, a la amable...” -intraducible- “...epinicia susurrarte...” –intraducible– “...secretos; embellecerá...” –falta una palabra– “...tu...” –falta un párrafo– “...del rayo..” –borrado– “...Dafne...“ –intraducible–


Este fragmento no plantea ninguna duda. El autor se refiere a un conocido arbusto mediterráneo siempreverde de la familia de las lauráceas, llamado antiguamente Epinicia laurus. Sus hojas se empleaban como condimento, al igual que se hace aun hoy con el laurel común. La epinicia era una planta con voluntad propia. A menudo una rama se dividía espontáneamente en dos y tomaba la forma de una corona, sobre todo si se aproximaba al arbusto una moneda o un bajorrelieve conmemorativo.


La epinicia fue muy apreciada por los antiguos romanos que valoraban, sobre todo, la extraordinaria capacidad de esta planta para el elogio sincero. Julio César tuvo una que le era muy querida. Parece ser que Cratevas del Ponto, médico y botánico del siglo I a.C. sentía gran aprecio por esta planta a la que dedicó varias páginas de su famoso herbario. Según Teofrasto, si se permanecía en silencio al lado de un arbusto de epinicia el tiempo suficiente y se ponía mucha atención, se lo podía oir hablar en voz muy baja. Y siempre decía la verdad.


Parece ser que entre las 40 cajas de laurel genovés que trajo a Madrid Benedetto Babestrelli en 1638 para plantar en los jardines reales, venían camufladas varias plantas de Epinicia laurus que el jardinero italiano regaló a Felipe IV. Y se cree que fue precisamente una de esas plantas la que cinco años después, aconsejó al rey prescindir de los servicios del Conde Duque de Olivares.


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Fragmento III (Botanicum Esplendens)

“...habla tú, dueña de las aguas...” –anotado al margen “Laminaria”, probablemente de mano del propio Laurindo de Bizancio–.


Gracias a la certera anotación del Gran Laurindo este fragmento tampoco presenta problemas de interpretación. Se trata de la Laminaria omnisciente, una alga marina antes muy común en los mares fríos. Coriácea y de color pardo oscuro, antiguamente podía llegar a alcanzar los doce metros de longitud. Sus descendientes actuales son mucho más pequeñas y apenas miden uno o dos metros.


Aunque hoy la mayoría de los botánicos niegan su existencia, no se descarta la posibilidad de que aun existan algunos bosques submarinos no descubiertos de esta alga gigante en el Mar del Norte. El tallo de la laminaria omnisciente estaba dividido en docenas de largos lóbulos con forma de cinta, que solían dar vueltas y vueltas sobre sí mismos arrastrados por las mareas, reflexionando entre dos aguas acerca de lo divino y lo humano. Esta alga lo sabía todo... pero se negaba a contarlo a los hombres.


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Fragmento IV (Botanicum Esplendens)

“...Stipa, hija de –falta una palabra–, a la que llaman Halfa, cúidate del asno...”


Este texto ha dado pie a numerosas interpretaciones. Aunque la mención de la Stipa tenacissima, más conocida como esparto común es evidente, menos comprensible resulta la frase “cúidate del asno”. El profesor Lawson, de la universidad de Cambridge, ha propuesto la tesis (no compartida por Karl von Fritz) de que la palabra ausente pudo haber sido “Ocno”. Así, el texto se referiría a la conocida fábula de Ocno, el soguero que trenzaba una cuerda, eternamente devorada por un asno. En nuestra opinión es una teoría tan válida como cualquier otra.


La Stipa tenacissima es una planta monocotiledónea del Mediterráneo occidental que todavía existe, y es capaz aun hoy en día de producir sin esfuerzo sogas de gran calidad. Antiguamente se atribuía a la Stipa un talento especial para el pensamiento matemático, que sus descendientes parecen haber perdido por completo.


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Fragmento V (papiro)

“...el feo Sileno te tiene, Apotegmática, en gran estima...”


La Apotegmatica tuberosum o patata sagaz era una solanácea con flores blancas ya extinguida, muy parecida a la patata que los españoles traerían de América siglos más tarde. Fue una planta escasa y muy apreciada. Se sabe que Jean Nicolás Ceré cultivó un ejemplar de Apotegmática en su famoso Huerto de los Pomelos, en Isla de Francia, en el siglo XVIII. Dicho ejemplar según dicen quienes lo vieron, era especialmente hermoso y parece ser que acabó, sin el consentimiento de Ceré, acompañando un huevo de dodo frito y unos pimientos en el plato del sevillano Francisco Noroña, que por entonces había arribado a la isla muy hambriento.


Los antiguos griegos y romanos cultivaron con dedicación esta planta, pero no por las propiedades nutritivas de sus deliciosos tubérculos, sino por poseer este curioso vegetal un acusado sentido moral que expresaba con acierto mediante sentencias breves, llenas de inteligencia y sutileza. Su prima, la patata común, nunca ha tenido ese don.


Además la patata sagaz, como su propio nombre indica era una gran observadora. Tenía docenas de ojos y no se le escapaba nada de cuanto veía a su alrededor. Y de todo tomaba buena nota, razón por la cual tuvo prohibido durante tanto tiempo su acceso a las mesas de la nobleza.

6/3/11

El jabalí y el cazador


Un jabalí vivía tranquilamente en el bosque. Era un animal hogareño que amaba a su esposa e hijos, llevaba una vida ordenada, sin sobresaltos, y disfrutaba con los pequeños placeres cotidianos y familiares. En cierta ocasión se encontró acorralado por un cazador. Entonces se puso de rodillas y suplicó:


- ¡Por favor, buen hombre, no me mates, soy padre de familia, tengo dos jabatos y dos jabalinas que alimentar! Piensa en lo que les pasaría a esas criaturas si yo no volviera a casa. Imagina por un momento su desconsuelo y su soledad; abandonadas a su suerte, sin un padre que las proteja y cuide hasta que puedan valerse por sí mismas. Si las vieras te inundarían el corazón de ternura, te lo aseguro. ¡Por Dios, no me mates!, te lo ruego, no seas cruel. ¿Acaso no estamos hechos tu y yo de la misma materia, carne y sangre, y huesos, y alma? ¿No somos ambos hijos de la misma tierra que nos da cobijo y alimento? ¿No eres tú también padre, o no has sido hijo una vez?


Y el cazador, emocionado, se echó a llorar y dejó ir al jabalí.


Este jabalí fue famoso por su elocuencia, escribió un tratado de oratoria y vivió felizmente en el bosque hasta el fin de sus días. Sus hijos fueron a la universidad, estudiaron Derecho y fundaron un prestigioso bufete de abogados.

Monstera asesina (botánica imaginaria)


Planta trepadora de aspecto imponente y nombre amenazador que fue descubierta en México en el año 1502 por Rodrigo de Viana, quién murió atrapado entre sus poderosas raíces aéreas antes de poder contarlo.


La monstera es parecida al ficus pero sus hojas son negras por el haz y blancas por el envés. Las flores parecen rojas aunque su color verdadero no se ha podido determinar.


Esta planta da un fruto parecido al plátano pero de sabor exquisito, si bien hasta la fecha nadie ha logrado probarlo. La monstera mata con la lengua.

Trola


En Trola todo el mundo dice unas mentiras enormes, el alcalde, el del butano, el taxista... todos. Les encanta mentir y van por ahí mintiendo todo el día como condenados.


Vas por la calle tranquilamente y de pronto, sin comerlo ni beberlo se te acerca un desconocido y te cuenta una bola grandísima, como por ejemplo que esa misma mañana mientras desayunaba, fue atacado por una bandada de gorrinos voladores.


Bueno, pues eso es una mentira increíble porque en Trola, y esto lo sabe todo el mundo, los gorrinos voladores nunca salen antes de las cinco de la tarde. Además son pacíficos y no atacan a nadie.