23/4/12

Hágase la Luz








La luz es una forma de energía, y también una radiación electromagnética visible por el ojo –no necesariamente humano–. Empecemos por decir esto, tan elemental y que todos sabemos desde niños, aunque Platón sostenía que la luz era una sustancia producida por los propios ojos, y tal vez tuviera razón. Si tuviéramos ojos ¿acaso lo primero que haríamos no sería producir luz?


La luz es esencial para la vida en la Tierra. Si no fuera por ella la mayor parte de los seres vivos, animales, plantas y nosotros mismos, no existiríamos. “Yo soy la Luz, la Verdad y la Vida”, dijo Jesús. Y lo primero que dijo fue “la Luz”. La verdad y la vida vendrían después. Hay más: muchos creen firmemente todavía hoy que la Verdad... aun no ha llegado.


El caso es que hay muchas clases de luz. Por lo general la gente conoce solo unas pocas: la luz del día, la del sol, la luz de tu risa, la del cielo –a la que Calderón llamaba “mentira azul de las gentes”–, la de la luna, o la luz inagotable de las estrellas. Incluso me han dicho que algunas personas poco afortunadas tan solo conocen tres luces: las de los semáforos, lo que resulta aun más sorprendente que todo lo anterior.


Pero hay muchas luces más. Una es la luz zodiacal, por ejemplo, que aparece en el cielo nocturno hacia el oeste, al anochecer y cuyo verdadero origen y naturaleza se ignora; otra la luz terrestre que puede verse claramente desde el espacio, pues la Tierra también emite su propia luz, una bellísima y claro está, de un intenso color azul; y otra por cambiar de tercio, la luz de Velázquez de la que tanto hablan los guías turísticos en el Prado ante Las Meninas, pero que pocos pueden llegar a percibir claramente. Por cierto y a propósito de esta luz singular, si no la han visto nunca ustedes les recomiendo que vayan allí, al Prado, se arrimen discretamente a uno de esos guías y presten atención a sus palabras: la luz de Velázquez es de las que iluminan a fondo –a este sevillano del XVII la Verdad sí que le llegó a tiempo– el alma y el corazón.


Pero ¿cómo nació la luz? Pues bien, no es ningún misterio. Se puede rastrear su origen en multitud de textos antiguos, desde La Biblia o el Gilgamesh hasta el Bronwynn de Juan Eduardo Cirlot, el famoso poeta medieval que vivió en la Barcelona del siglo XX. O por citar otra fuente más conocida y más a mano, en el “Gylfaginning”, la Edda de Snorri Sturlusson. En esta obra perfecta se cuenta en detalle como los hijos de Borr crearon la luz al principio de los tiempos, mucho antes de que la Tierra existiera. Lo hicieron de una forma muy simple. Tomaron las chispas y pavesas que brotaban del Muspell, la región llameante del sur que tenía vida propia, una vida de fuego, y las pusieron fijas en el cielo del norte para que iluminaran el mundo y le dieran calor:


“No sabía el sol donde estaban sus salas,

no sabía la luna cuál era su poder,

no sabían las estrellas cuál era su lugar.”


Así pues, antes de la luz ni siquiera los planetas sabían quiénes eran de verdad. Pero la luz, aquel animal hermoso e impredecible, era al principio salvaje como una niña rebelde y maleducada. No prestaba obediencia a nadie. No tenía amo ni señor. Y los dioses tuvieron que crear a los poetas y a los fotógrafos, para que enseñaran a la recién llegada a comportarse. Los poetas llegaron primero y la ataron con la palabra. Y después hicieron su aparición los fotógrafos... armados con las sombras.



NOTA: Como mucha gente me ha pedido más fotos, para ilustrar este texto he elegido unas pocas fotos de una serie titulada Swim-Swim, que hice hace un par de años (puede que ya haya publicado alguna otra vez, sorry). Es una serie de imágenes inspiradas en la playa y en la estética de las ilustraciones de pin-ups de los años 50. Son en realidad pequeños fragmentos de otras fotos, tratados con filtros para unificarlas y darles un aspecto pictórico, como de póster. Las fotos originales son todas -creo recordar- de un amigo, él sí gran fotógrafo: Mario Sierra. Gracias a eso el resultado es tan bonito (las fotos originales eran mucho mejores).

Ginkgo Biloba (botánica)


Este es uno de mis árboles favoritos. Y lo es por muchas razones.

1- Las hojas son preciosas, como pequeños pai-pais; o diiminutos abanicos chinos.

2- Es único en su especie. Casi un fósil viviente. Y esto es admirable, porque es como un poema que se ha perdido para siempre, y del que solo queda un verso, una música, un rastro... quizás nada.

3- Es el único ser vivo que sobrevivió a (y floreció después de) las bombas de Hiroshima y Nagasaki. A esto los humanos lo llamamos resistencia y también lo consideramos admirable.

4- Se le atribuyen tantas propiedades curativas y benéficas desde hace tanto tiempo que inevitablemente, tiene que ser mágico.

5- Aguanta lo que le echen. Esta es la razón por la que se planta tanto como árbol de alineación en Estados Unidos, en Japón y en otros sitios, en las calles de las grandes ciudades, entre rascacielos, donde nunca llega la luz, la contaminación es muy alta y ningún otro árbol sobreviviría.

6- En invierno y esto es lo mejor de todo, a medida que amarillean las hojas el árbol entero se vuelve una brillante joya amarilla y bronce que reluce como un sol. Y en verdad que es como un ramo de oro, gigantesco, hermosísimo e inesperado.

Como el ginkgo crece muy lentamente no hay muchas oportunidades, al menos en Europa, de ver uno bueno, aunque últimamente se plantan más en nuestras ciudades. Personalmente me gustan tres. Uno está en los jardines de Kiew (Londres), justo junto a la entrada del parque. Otro en Madrid, enfrente del Ritz, en plena calle de Recoletos. Y otro en Santiago de Compostela, junto a Correos.

Pero por supuesto, si usted viaja a Japón tendrá la oportunidad de ver muchos más... y lógicamente, mejores. Hágalo. Los ginkgos japoneses además, caminan y conocen la lengua de los hombres.

9/4/12

Locuras de cuisine





El otro día fotografié un abrelatas. Y me pareció que era un guerrero salido de una película de George Lucas. Acto seguido y en vista del resultado fotografié unas tijeras de cocina... y pensé que eran un precioso tiburón. Después, ya puesto, fotografié también el típico abrelatas "explorador" que todos tenemos en casa, pues pensé que daría bien como una especie de marrajo o pececillo neurótico; y por último fotografié una pala de ensalada como si fuera un enorme abrazo generoso y de verdad. Gracioso ¿no? Saludos.