14/3/13

El flautista de Hamelín


          Como todo el mundo sabe, el flautista de Hamelín tenía una flauta mágica con la que atraía a los niños tras de sí. Pero lo que hacía el flautista con ellos siempre ha sido un misterio. Con la misma flauta también atraía ratones... pero esa es otra historia.
          Durante años el flautista fue acumulando niños en una cueva de la montaña. Eran tantos que tenía que tenerlos apilados unos sobre otros, porque si no, no cabían. Los niños estaban tan apretados que ni siquiera podían moverse y se aburrían mucho. Había tantos que el flautista no sabía que hacer con ellos y eso le preocupaba. No paraba de darle a la cabeza pensando qué podría hacer. Además, como tocar la flauta le ayudaba a pensar estaba todo el día tocando y eso no hacía sino aumentar el problema, porque cada vez venían más y más niños. La montaña estaba a reventar. 
          Por fin un día encontró la solución: los reunió a todos en grupos de once e hizo una liga de futbito. Como sobraba uno lo puso de árbitro... y los niños se lo pasaron bomba.

El millonario y su nariz


          Un multimillonario aborrecía la forma de su nariz. Tanto le disgustaba que por fin un día, aunque le iba a costar dinero, decidió recurrir a la cirugía estética. Entonces contrató a los mejores cirujanos del mundo y les pagó enormes fortunas para que operaran al resto de los hombres, a fin de que todos tuvieran una nariz igual la suya.
          Al principio la cosa fue bien pero después, con el tiempo, el millonario comprobó con consternación que los hijos y nietos de todos aquellos hombres no heredaban aquellas narices parecidas a la suya, sino unas normales; como las que habían tenido sus padres y abuelos antes.
          Y se sintió engañado por el destino. Murió así: convencido de haber sido objeto de una broma cruel.

Un sapo


          Un sapo iba diciendo por todas partes que era un príncipe, pero nadie lo creía. Como ya estaba harto decidió ir a palacio y exponer el asunto directamente al rey. Al verlo llegar el rey, al igual que hacía con todos sus súbditos, lo saludó diciéndole:
          – ¿Qué te trae por aquí, hijo mío?
          Y al sapo aquello le bastó.