23/5/10

Man on wire


El hombre en el alambre tenía una sonrisa de oro y hablaba como un duende. Mientras estaba en el suelo solo pensaba en subir al alambre, y el alambre lo amó siempre con devoción. Cuando estaba sobre el alambre, entonces sí: dibujaba poesías en el cielo, besaba las nubes, hablaba con los pájaros, se tendía como un crucificado para que lo acariciara el sol. Hincaba las rodillas y el viento rezaba por él. Allá arriba era más que un hombre. Quienes lo veían desde abajo soñaban con paraísos y esperaban con asombro y ansia la buena nueva que venía a darles, ¿acaso no era un ángel? Pero él no decía nada. Tan solo bailaba en el azul, como un ave nacida de la mano de Dios.


El hombre en el alambre es un documental. Maravilloso. Man on wire. No se lo pierdan. A mi me recordó de principio a fin una frase de Chesterton: “Si en la tierra negra la semilla se transforma en estas rosas, ¿en qué se convertirá el corazón del hombre en su viaje a las estrellas?

Perpetua (botánica)


Esta planta, Perpetua (Helichrysum stoechas) también conocida como manzanilla real, es amarilla y sobre todo es eterna, razón por la que evitaré hablar de ella aquí. Tiempo habrá de sobra para que lo hagan otros.

Conejos


Este simpático mamífero es muy apreciado por su carne. El de monte, guisado es delicioso. Que se lo pregunten a Delibes; o a mi padre que los cazaba a menudo cuando yo era niño. Y bien que nos los comíamos en casa. Los conejos son corrientes. Los hay en todo el mundo excepto en Madagascar y en la Antártida, y son de muchas clases. Algunas sorprendentes. El conejo de angora por ejemplo, tiene un pelo finísimo y no se come sino que se esquila, pues su lana es tan apreciada como la de las mejores ovejas.


Pero estos despiertos roedores son también animales inteligentísimos hasta el punto de que algunos han llegado a protagonizar grandes novelas como La Colina de Watership, de Richard Adams. Solo falta que se les haga la película correspondiente, aunque las recientes negociaciones entre la productora de Spielberg y Quinto y Avellano, propietarios de los derechos del libro, de momento no han dado fruto.


El caso es que los conejos, como los asnos y otros animales domésticos, han enseñado muchas cosas a los hombres pues son sabios y generosos. Hasta el de Alicia era sabio a pesar de que siempre llegaba tarde a todas partes. Vuelvan a leer el libro y verán. Un conejo no muy conocido por el gran público es el conejo de la luna. Es gigantesco. Ocupa una cara entera de nuestro satélite y aun así nadie ha conseguido cazarlo nunca, pues en cuanto un cazador le echa el ojo este conejo se convierte en una señorita y se pone a leer un libro tranquilamente.


El cuento ruso del conejo que vivía en una roca en medio del mar también es muy bonito y me encantaría contárselo ahora a ustedes, pero no voy a hacerlo porque no tengo tiempo y me tengo que ir. Lo siento, será otro día. ¡Por mis barbas y bigotes, voto a tal! ¡Se me está haciendo tardísimo!

Elcano gana: 1-0


Se atribuye generalmente a Juan Sebastián Elcano la autoría de la primera vuelta al mundo, pero eso no es del todo cierto. En realidad Elcano sólo se ocupó de la segunda mitad del viaje, ya que hasta la isla de Mactán la expedición estuvo al mando del portugués Hernando de Magallanes.


Pero Elcano era un tipo con suerte. Eso se supo en cuanto se lo vio entrar en la barra de Sanlúcar la brillante mañana del 7 de septiembre de 1522. La gloria iba a ser suya, estaba cantado. El vasco de Guetaria sonreía abiertamente en la proa. Hambriento, enfermo y agotado sí, pero orgulloso y triunfante. Y cuantos estaban allí pudieron leer aun a sus pies, en el deteriorado casco del barco, el nombre. El nombre de la única nao superviviente: Victoria.

20/5/10

Cuchús Pimentel (retrato)


Bien saben quienes me leen que yo parto de la idea, clásica, de que el retrato es un género literario. Y lo es. Como además he sido fotógrafo profesional durante años y he retratado a mucha gente, aquí va un retrato más de los que publico a veces en este blog. En este caso uno muy querido, de Cuchús Pimentel, genial guitarra flamenca (él dice “guitarra española”), que es sorprendentemente... gallego. Oir a Cuchús tocar por bulerías o por soleá y ver sus dedos bailando en el mástil y rasgueando las cuerdas es una maravilla inexplicable que pone los pelos de punta a cualquiera con un mínimo de sensibilidad.


Además Cuchús (aquellos que quieran comprar sus discos o buscarlo en internet aquí tienen una muestra de su arte) es un buen amigo aunque hace tiempo que no me lo encuentro por la calle. La foto en cambio no es buena, pero es la única que conservo de una época en que le hice muchas. En concreto esta formaba parte de una serie de fotos que hice en la playa de Samil durante una puesta de sol a Cuchús, Alberto Conde y Kin García, con bajos, teclado, amplificación y de todo extendido con cableado hasta la playa. Un espectáculo visual y sonoro gratuito, que los clientes del Camaleón (un pub) agradecieron entonces con muchos y muy gratificantes aplausos.


Yo hice cientos de fotos y después las manipulé hasta destrozarlas y darle el aspecto que pueden ver en la muestra. Entonces no existía el Photoshop y estas cosas las hacíamos a mano, y muy a menudo a oscuras. Después, con unas pocas hice unos grandes montajes fotográficos entrecortados e inesperados como lo que retrataban: puro jazz. Esta foto es un rastro diminuto de aquello. Una parte minúscula y hermosa de algo que solo pertenece a la memoria.


NOTA: En enero de 2010 publiqué un cuento en este blog titulado “Duendes” en el que no salía Cuchús, y me doy cuenta ahora de que en rigor tendría que salir. Por otra parte, en abril de 2009 otro, “Alberto Conde”, cuenta lo mismo. ¿Siempre hablamos de lo mismo? Cuchús: gracias por la música, muchacho. Es lo que vale.

Los niños sobredimensionados de América

Los niños sobredimensionados fueron un problema enorme a principios del siglo veintiuno en los Estados Unidos. Este tipo de niños que al nacer eran como los demás, pronto empezaban a aumentar de peso y a desarrollarse de forma anormal hasta alcanzar proporciones inauditas. Muchos padres no podían mover a sus propios hijos sin ayuda.


Un ejemplo: Robert Wincklet Jr. Nació en 1993 en New Jersey, hijo de una pareja normal (sus padres eran propietarios de un MacDonald). Al nacer pesó 3,5 kilos, o sea que bien, pero enseguida empezó a aumentar de tamaño. A los tres años pesaba 78 kilos. A los seis ocupaba él sólo la mitad del salón familiar, razón por la que su familia se cambió a un loft. Y a los ocho el muchacho tenía el tamaño aproximado de una ballena mediana, y para desplazarlo era necesaria una pequeña grúa. Cuando hizo la primera comunión sus padres tuvieron que alquilar San Patricio para él solo.


Al igual que Robert miles de niños a lo largo, y sobre todo a lo ancho de la geografía americana se convirtieron de pronto en niños sobredimensionados. Nadie sabía exactamente por qué. Algunos especialistas lo atribuían a la alimentación o a la vida sedentaria, pero otros no. El caso es que cada vez había más y más niños así. La cosa empezaba a ser preocupante. Llegó un momento en que ya no había niños normales en América, pues todos eran sobredimensionados. Entonces aquello se convirtió en un asunto de interés nacional y los políticos le dieron máxima prioridad. El Senado y el Congreso tuvieron que promulgar nuevas leyes ad hoc y habilitar una partida presupuestaria extra para hacer frente al problema. Hubo que reforzar carritos, tronas y cunas por todo el país; y hubo que anchear las puertas y cambiar el mobiliario de los colegios.


Lo peor fue en Tejas. En Tejas los niños sobredimensionados fueron tantos y tan grandes que acabaron por ocupar ellos solos la superficie total del estado, y la gente normal apenas podía moverse por allí. Muchos tuvieron que emigrar.


Por alguna razón que nadie ha podido explicar a estos niños nunca, nunca los llamaron gordos.

17/5/10

El repollo flotante


Una colonia de cerdos marinos retozaba alegremente junto a la isla de Madeira cuando vieron flotando a lo lejos algo muy raro.


– ¡Muchachos! Mirad qué barco –dijo uno, señalando hacia el oeste.


Todos dirigieron sus miradas en aquella dirección pero lo que vieron no era un barco, sino algo rarísimo. Una maceta gigantesca que se balanceaba sobre las olas. Y en la maceta crecía un repollo de proporciones desmesuradas. Se acercaron a la maceta nadando, subieron a bordo y vieron que allí no había nada más que el repollo. Como olía muy bien y tenía un aspecto francamente apetitoso, empezaron a mordisquearlo. Entonces el repollo habló:


– ¡Eh, dejad de comerme! ¿Qué os habéis creído? Estoy vivo. Además soy un náufrago y está muy mal comerse a un náufrago.


– ¡Cielos! –exclamó uno de los cerdos–, este repollo habla.


– No sólo hablo –contestó el repollo–, sino que escribo.


Efectivamente. Aquel repollo había sido un autor de éxito en la vida civil, especializado en novelas policíacas. Cuando los cerdos se enteraron no podían creerlo. El barco en el que viajaba el repollo camino de América para pronunciar unas conferencias en aquel país, había naufragado en el mar de Alborán y las corrientes lo habían arrastrado hasta allí.


Los cerdos se compadecieron de él y lo adoptaron. A raíz de este encuentro fortuito, el repollo se quedó a vivir con los cerdos, se instaló en la isla y se dedicó durante el resto de sus días a escribir “Las Crónicas de la Colonia”, un bello libro en el que se relatan los avatares de la piara a lo largo de varias generaciones. Este libro puede consultarse, previa solicitud, en el Archivo General de Cerdos Marinos, en la ciudad de Funchal.

Una seta

Un hombre caminaba por el bosque y encontró una seta gigante. La seta era del tamaño de una casa pequeña y tenía una puerta y ventanas. El hombre gritó:


–¡Ah de la casa! ¿hay alguien ahí?


En seguida se abrió una ventana y asomó la cabeza un enano.


Fin del cuento.

El rey de las ranas


El rey de las ranas, a pesar de su aspecto leñoso y feo era un monarca muy sabio. Las ranas estaban muy contentas con él. Tenía muy buen juicio: nunca emitió una sentencia injusta.

Volando bajo


Un niño siempre soñaba que volaba bajo. No tenía alas, ni propulsores, ni nada de eso. Simplemente volaba de un lado a otro tal cual, vestido con su ropa de calle como un niño corriente. Pero volaba bajo. A un metro de altura. Eso era lo malo. Aunque agitara los brazos no conseguía elevarse más.


Un sueño típico del niño era este: El niño salía de su casa por la puerta, volando. Bajaba las escaleras de casa volando y se iba por ahí volando. Se encontraba con sus amigos y conocidos, pero nadie parecía prestar atención al hecho de que volara, porque volaba tan bajo que era como si anduviera. Entonces les decía:


– ¡Eh, estoy volando! ¿Es que no lo véis?


Y los demás le contestaban:


– Sí, claro que lo vemos, pero vuelas tan bajo que no tiene gracia.


El niño lo intentó todo para volar más alto. Se compró unas alas, consultó a un periquito y hasta se hizo piloto de aviación pero todo fue inútil. Incluso llegó a lanzarse desde un séptimo piso, pero tampoco funcionó, cayó normalmente como cualquier otra persona hasta llegar a un metro del suelo y a partir de ahí siguió volando como siempre: bajo. Era desesperante.


Un día conoció a una chica a la que le pasaba lo mismo, también volaba bajo. Se enamoraron inmediatamente. Se hicieron novios, se casaron, tuvieron pollitos y dejaron de preocuparse.

13/5/10

Gigantes (más notas acerca de lo mismo)

No todos los gigantes fueron tan monstruosos como Gerión que tenía tres cabezas. El famoso Bandolero Ruiseñor por ejemplo, un gigante ruso que vivía cómodamente instalado en un nido sobre doce robles cerca de Kiev, era galante y muy cortés, y a pesar de su tamaño estaba tan bien formado en todas sus partes que siempre tuvo mucho éxito entre las mozas casaderas de la región.


Otros casos. Américo Vespucio aseguró haber conocido a un pueblo entero de gigantes en Curaçao, y Cieza de León decía que los del Perú medían más de tres veces la altura de un hombre corriente. En América hubo muchos gigantes en los siglos XVI y XVII. Y también en España. Y si no, véase el Quijote. Ahí salen muchos. Pero los gigantes verdaderos eran hijos de la tierra. Nacían directamente de ella, y la mayoría eran efectivamente monstruosos y fieros. Por lo general tenían barba y sus piernas eran como enormes serpientes. Si se sembraban dientes de gigante en un suelo fértil, de ellos nacían otros gigantes. Esto es un hecho.


Goliath es un caso aparte que no viene a cuento aquí. Su historia es una enorme mentira. En realidad no era un gigante, ya lo he dicho otras veces: es que David era enano.

La lengua de dos palabras


El pueblo indio cuya lengua constaba tan sólo de dos palabras jamás emprendió una guerra. Tampoco dejó grandes monumentos para la posteridad y su producción literaria, aunque interesante, fue escasa.


Los numerosos filólogos modernos que estudiaron su lengua durante años nunca lograron ponerse de acuerdo sobre el significado exacto de las dos palabras. Básicamente hubo tres grandes corrientes interpretativas: la de aquellos que sostenían que las dos palabras querían decir “te amo”; una segunda para quienes las palabras debían traducirse por “hola” y “adiós”; y la tercera, cuyos defensores afirmaban que el significado exacto de los vocablos era “así es”.


En los siglos XV y XVI algunos eruditos situaron erróneamente a este pueblo en Laconia, confundiéndolo seguramente con los lacedemonios, un pueblo que también amaba la concisión en el lenguaje. Pero no tienen nada que ver. El pueblo de las dos palabras como ya hemos dicho era indio, y los lacedemonios eran griegos.


Es cierto por otra parte, que los lacedemonios o espartanos eran lacónicos en grado sumo; y de hecho la palabra lacónico viene de ahí. Tenían en tal aprecio la continencia verbal que despreciaban a los que hablaban demasiado. En cierta ocasión el rey Artajerjes les envió una embajada diciéndoles que iba a invadir su tierra para matarlos, quemar sus campos y destruir sus ciudades; y los lacedemonios le respondieron simplemente con este mensaje, también de dos palabras: “tú verás”.


Realmente eran lacónicos.

Dioses No

Existe un pueblo en Asia, los No, en el que cada hombre tiene su propio dios: su dios No. Todos los dioses No son distintos y todos son poderosos. Los No son nómadas, así que estos dioses personales les vienen al pelo, porque cada No puede llevar su propio dios No consigo allá a donde vaya, sin mayores preocupaciones. Todo No nace con su propio dios No y cuando muere, el dios No muere con él.


Los dioses No son intercambiables como los cromos: yo te doy uno y tú me das otro. Es posible cambiar un dios No severo por un dios No generoso, a condición de que ambas partes se pongan de acuerdo. Pero no es posible de ninguna manera tener dos dioses No al mismo tiempo, porque los dioses No no pueden comprarse ni venderse.


El número de dioses No es finito, y es exactamente el mismo que el número de hombres No.

11/5/10

Gallinas


¿Qué decir de las gallinas? Nos las comemos, sí, pero ¿son tan idiotas como apuntó Lorca en cierta ocasión en un famoso cuento para niños? No. En absoluto. En aquello Federico se equivocó. Ellas se dejan comer, es cierto, pero es porque son nuestras madres. Son sabias. Son la piel del mundo. Son las alas del tiempo que no vuela, pero sobre las cuales sin saberlo cabalgamos. Son las espigas de los hombres. Son niñas y a la vez muchachas, y mujeres que tienen en su rostro el color del cielo antes de la tempestad.


En algunos pueblos eslavos es costumbre el día de Todos los Santos que los padrinos regalen a sus ahijados un pastel con forma de gallina. Una tradición llena de simbolismo. Y es que las gallinas son las que escarban en la tierra por nosotros, para que no nos humillemos, buscando el alimento del mundo que nos nutre a todos. Son, cada una de ellas, una historia maravillosa de plumas y garras hechas grano.


Gallinas... Fijémonos en ellas. Están construidas con un gesto condescendiente y único, como dibujadas por el trazo y la pincelada de un artista perfecto. Su paso revela el futuro. Sus andares, la paciencia. Su mirada es una selva amorosa y ordenada. Ellas son la belleza del sol en la mañana que habrá de cantar al otro día. Son plebeyas coronadas reinas. Son hijas y hermanas. Son plazuelas de la verdura llenas en fin, de un inconmensurable deseo, nacido tal vez del destierro y de la bondad.


Y si son todo esto ¿qué son entonces? ¿No serán acaso ellas nosotros mismos?

9/5/10

Los pies


Una niña pequeña perdió los pies en la playa. Fue sin querer. Cuando sus padres se dieron cuenta, rápidamente movilizaron a toda la familia y amigos en busca de los pies, ya que sin ellos la niña no podía andar, ni nadar, ni ir al cole ni hacer nada de nada. Los padres de la niña, sus hermanos, tíos, tías y amigos se dispersaron por la playa removiendo la arena y preguntando a todo el mundo.


– Oiga, por favor, ¿ha visto usted por aquí unos pies de niña pequeña?


Pero nadie los había visto. Después de varias horas de buscar afanosamente estaban a punto de abandonar, pero un hombre gordo les dio una pista:


– Pues ahora que lo dicen... he visto una medusa muy sospechosa junto a aquellas rocas de allá, –dijo señalando hacia el final de la playa–. Vayan a ver.


Cuando llegaron a las rocas vieron a la medusa. Tenía unos pies pequeños y bonitos, muy parecidos a los de la niña. La medusa estaba flotando en la superficie con los pies extendidos, como haciendo el muerto, y se entretenía moviendo los dedos que salían fuera del agua.


– ¡Eh, tú! –gritó el padre de la niña–, ¿de dónde has sacado esos pies?


– ¿Cómo que de dónde los he sacado? –contestó la medusa sobresaltada–, son míos.


Y lo eran. Pero ninguno había visto nunca una medusa con pies y no la creyeron.


– Ya. No nos hagas reir. Las medusas no tienen pies. Los has robado, ladrona.


Y diciendo esto se abalanzaron todos sobre la medusa sin darle tiempo a reaccionar, le quitaron los pies y se los pusieron a la niña.


Este hecho sumió a la medusa en una profunda depresión durante varios meses, pues aquella medusa era bailarina profesional de claqué en la vida real y los pies eran suyos. Estuvo de baja muchos meses. Sin embargo, a pesar de aquello con el tiempo logró reponerse y rehizo su vida dedicándose a la abogacía.


La niña en cambio era tan pequeña que ni siquiera se dio cuenta de que los nuevos pies no eran los suyos. Se adaptó a ellos y, con el tiempo, también llegó a hacer una vida normal.

Esto no es un cuento


Escribí este extraño texto el 4 de diciembre de 2002, mientras la marea negra del Prestige llegaba a las islas Cíes. A cualquiera que como yo haya estado allí alguna vez la noticia le reventaría el alma de lágrimas; y no hay que olvidar que las lágrimas no son más que agua salada. En realidad nosotros mismos somos en la mayor parte agua salada. Los gallegos lo sabemos bien y eso explica por qué entonces todos saltáramos a las playas y a la costa para defenderlas: simple instinto de supervivencia. Son nosotros.

El día anterior, veinte días después de la primera marea negra vino el rey. Le dijo a las cofradías de marineros de Muxía que lo importante era arrimar el hombro. Textualmente: “como en Fuenteovejuna, todos a una”. Pero lo que me sorprendió en aquel momento fue que el rey hizo la declaración haciéndose acompañar por el comendador. Se ve que este borbón lee poco a los clásicos -pensé-.

Así que salió esto. No es un cuento. No sé qué es. Son sólo nombres. Tal vez los nombres eternos de sal y de hierro de quienes sólo se tienen a sí mismos. Puede que en voz alta sean música. Y por supuesto... no tienen rey.


Y los nombres, primero, son los nombres del norte azotados por el viento: Estaca de Bares, Punta Muller Mariña, Isla Coelleira, Punta do Castro, Siguelos, Punta da Bandexa y Pena Furada. Los nombres de sus gentes y de sus sitios: Praia Sarrigal, Praia de Eirón, la bella Ortigueira, Punta Cabalar e Illa de San Vicente. Y también el nombre de la dulce Cariño que se adentra en el mar por Pico Gargacido y después, como una doncella desesperada, se arroja por los riscos de Cabo Ortegal hasta Cabalo Xoan, el reino intocable del rey robaliza.


Así son los nombres de aquí. Nombres mágicos que dejan en la lengua un viento salado y eterno: Serra da Capelada, Teixidelo, San Andrés, Punta Valteira la ciudad de las pardelas; Furado Vello, Prado, Valdoviño, Illa Castelo y Santa Comba. Y dentro de estos nombres resuenan los otros, los de verdad. Los de las mujeres y los hombres de Cabo Prior y Punta Xarrido, hijos de las ballenas y de los peces. Y otros de oro como Mugardos, Ferrol, Ares, Illa de Miranda, Seselle y Praia de Raso, donde los gavilanes y las ardillas se alimentan del mar; o Cabanas, Punta Redonda, Bañobre, Miño, Sada, Gandarío e Illa do Carbón. He aquí los nombres hermosos de los sueños; los de los cuervos oceánicos; los del país de los calamares y las esponjas reunidos al fin: Praia de Lobos, Cornoedo, Punta Lourido, Seixo Branco, Garroteira, Punta Redonda.


Amanece en Illa A Marola y el último de los araos grazna a las estrellas de la mañana otros nombres aun, los perdidos, los de sus hijos imposibles que nunca vendrán. Y ese sonido hermoso y terrible a la vez llega a Punta Rosa y se extiende como un lamento fúnebre por la ensenada de Canabal y Punta de Mera. Pues los nombres sin fin son también Betanzos, Bastiagueiro, Santa Cristina, la indómita Barrañán, Caión, Malpica la brava, Muxía y Punta de Castro. Y Sisarga Grande, la isla triple de los alcatraces; y Barizo, Punta Queimada, Corme, el Roncudo, Camelle, O Capelo y Praia do Trece.


En Cabo Vilano un albatros navega contra el sol en un día blanco y su imagen se proyecta como un destello sobre Vilán de Fora. En Punta de Oidos las nutrias cruzan el canal de O Centolo y se lanzan jugando y volando sobre las olas hacia O Costado. Y al mismo tiempo en Praia Lourido, en Cuño, en Coido das Negras, en Nemiña, en Praia do Rostro bandadas de correlimos y andarríos recorren los arenales y las rocas como diminutos ejércitos inquietos y alados en busca de un rey. Piando tal vez los nombres secretos de este otro final del mundo: Cabo da Nave, Langosteira, Mar de Fora, Fisterra, Cabanas.


Y desde Corcubión a Punta Gures; desde la atalaya de O Pindo donde duermen las águilas hasta Carnota; desde Punta Queixal hasta la Illa de Creba suenan también otros nombres en el viento. Son los de sus hijos alados: fulmares, colimbos boreales, pardelas, gaviotas de Anduin, frailecillos, alcatraces de pies azules, paíños de Wilson, príncipes en fin del agua y del cielo.


Más abajo los nombres se vuelven dulces y amargos a la vez: Noia, Barro, Punta Barquiña, Portosín, Punta Sagrada donde van las ballenas antes de morir, Arnela y Baroña la ciudad de piedra que nació del mar; y Prado do Río, Pedras Negras, Furnas y Espiñeirido. Y en Corrubedo el chorlito y el avefría silban entre las dunas mientras el diminuto esmejerón se lanza en pleno vuelo, azul y mortal, sobre una presa, y su agudo chirrido de victoria despierta del sueño inmóvil a la garza y al orondo negrón.


Así son los nombres de estos sitios, hechos de agua y de luz. Castiñeira, Santa Uxía, A Pobra, Niñeiriños, Boiro, Mañós, Pedra Rubia y As Redondas. Ferreiros, Lobrigo, Praia das Cunchas y Malveira. Y los de las islas Fociño do Porco, Con de Raño, Castelete, Carballás, Arousa, Sálvora, A Cruz, Ons y Beiro. Y el nombre único de Punta Faxilda, donde las mujeres se hermanan con las aguas. Y los nombres de Portonovo, Canelas, Samieira, Poio y Pontevedra.


En la isla de Tambo y en Cabo Udra los álamos inundan las playas con el secreto de sus hojas pequeñas en voz baja, y desde Samil hasta Baiona y Santa Tegra las rocas batidas por el mar siguen cantando una letanía de nombres eternos: Cabo Silleiro, Covaterrea, Punta Centinela, Mougás, Porto da Espuma, Oia.


En las playas de Portomaior y Tulla, en septiembre, los charranes se arremolinan y se zambullen en las aguas bajas, llenando el mundo con sus gritos de oro. Y al oirlos en la distancia los señores arroaces de la Punta de Aldán recorren la Costa da Vela hasta Cabo Home y las islas Cíes. Y al llegar a Monte Agudo, enfrente a Punta do Cabalo, las alcas, los pendencieros págalos, los ceñudos cormoranes y las gaviotas patiamarillas, reidoras y sombrías los reciben con un griterío ensordecedor en el que si se presta atención, se pueden distinguir claramente los nombres. Estos nombres. Todos los nombres...

Hierba mora (botánica)


La hierba mora (Solanum nigrum), son los muy conocidos “tomatillos del diablo”. El diablo usa los frutos de esta planta para adobar las ensaladas, ya que según él dan a las mismas un agradable sabor picante, pero no es recomendable que hagan lo mismo los humanos. Los tomatillos en cuestión son una especie de bayas negras o anaranjadas muy bonitas. Plinio la despreciaba y la consideraba un simple veneno, sin más utilidad que la de provocar visiones lascivas y, en dosis altas la muerte por lujuria. Los griegos en cambio, la consumían muy a menudo de muy distintas formas: frescas, fritas, cocidas. Y no les iba tan mal.


La hierba mora y la reina mora no tienen nada que ver. La hierba mora sabe música y ama a Falla.

Un remedio contra la sed

Un remedio infalible contra la sed es el siguiente: se vierten tres gotas de agua fresca en un vaso grande lleno de agua fresca; se revuelve suavemente con una cucharilla hasta su completa disolución y se ingiere al momento. Este remedio es muy antiguo, mágico, y extraordinariamente eficaz. Mitiga la sed durante varias horas, no tiene contraindicaciones y puede tomarse siempre que se quiera.

4/5/10

Jabalí (gastronomía)


La pasión de Obélix por este sabroso artiodáctilo es bien conocida. Asado y acompañado de castañas resulta un manjar exquisito. El simpático guerrero galo los consumía habitualmente de dos en dos, aunque yo no recomendaría dicha dieta a nadie.


Los jabalíes son salvajes. De hecho y más concretamente se trata de “cerdos salvajes”. Sin más. Uno muy fiero mató a Adonis. En cautividad resultan difíciles de controlar, aunque hoy en día se crían con relativo éxito y en los supermercados suele haber carne de jabalí a menudo. Y también en los restaurantes. La semana pasada yo mismo estuve en uno en el que me la ofrecieron, pero me acordé de Obélix y rehusé amablemente.


El rey David tuvo un jabalí muy famoso, el legendario “Asolador de la Viña del Señor” del que tanto se ha hablado. Pero no conseguía tenerlo nunca bien sujeto y le destrozaba las cepas. Al final tuvo que deshacerse de él, ya que puestos a elegir y haciendo un inteligente uso de su proverbial buen juicio, prefirió el vino.

Tsong Khapa


Un lama tibetano, Tsong Khapa, se convirtió en Dios después de muerto. Es uno de los dos únicos casos que se conocen y hubo muchos testigos. Ocurrió de la siguiente forma.


Primero murió. Después, los monjes que entristecidos velaban su cadáver pudieron apreciar como las arrugas de su rostro se volvían trazos finísimos y se desvanecían en la nada, hasta que la piel de Tsong Khapa quedó tersa y limpia como la de un bebé. A continuación su cuerpo entero se fue haciendo cada vez más pequeño. En unos minutos el anciano se convirtió en un hombre; el hombre en un joven; el joven en un niño de leche y el niño en una fruta o quizás en una luz, esto último nunca ha podido aclararse. Por último desapareció sin dejar rastro.


El otro caso fue el de un joven hijo del rey de Ceilán, a quien algunos confunden con el Buda. Este hombre era santo, muy guapo y siempre iba vestido como un señorito de Madrid. Murió al menos ochenta y cuatro veces, y también se convirtió en Dios.

La ciudad de los genios

La ciudad de los genios es horrible. No se puede vivir allí. En la calle el suelo está siempre lleno de lámparas. Vas tropezando con ellas. No se puede ni andar, de verdad, y los genios te hacen la vida imposible. Hay millones y no paran de asaltarte y preguntarte si quieres que te concedan un deseo. Eso es aun peor. Si le haces caso a uno y pides un deseo, la fastidiaste. Entonces ya no te dejan en paz. Se te pegan todos y no hay forma de sacárselos de encima. Eso pasa porque los genios necesitan un amo. Sin amo no valen para nada, así que andan todo el día como locos buscando uno.


Cristina Diéguez, una niña que fue allí una vez, lo pasó tan mal que no quiso volver a oir hablar de ello en toda su vida. Quedó hasta el gorro de genios. Desde entonces en los cumpleaños esta niña, al soplar las velas nunca pide nada.

Dos loros


Una niña tenía dos loros que se llamaban Inteligencia y Memoria. La niña llevaba siempre un loro en cada hombro y los dos le susurraban al oído lo que tenía que pensar y decir. Esto resultaba muy cómodo, porque los loros resolvían multitud de problemas diarios. Por ejemplo si la niña no se acordaba de un teléfono, el loro Memoria que estaba en su hombro izquierdo le decía al oído: 273 85 99. Y la niña ya sabía el teléfono. Otro ejemplo. La niña iba de paseo con sus padres. De pronto se encontraban con doña Eulalia, la vecina del quinto, y doña Eulalia le decía a la niña:


- ¡Uy! qué niña tan guapa. Qué ricura, ¿A quién quieres más, bonita, a tu papá o a tu mamá?


Entonces, el loro Inteligencia que estaba en el hombro derecho de la niña, le susurraba: A los dos. Y la niña decía en voz alta:


- A los dos.


Con esto doña Eulalia quedaba encantada. Decía “¡pero qué lista es esta niña!”, se dedicaba a charlar con los padres y dejaba a la niña en paz. Los dos loros eran invisibles, así que ni doña Eulalia ni los padres de la niña podían sospechar nada...