El cuervo que engañado por la zorra abrió el pico y dejó caer el queso, actuó con una torpeza y una falta de sentido común increíble. Es cierto que la raposa fue muy hábil lisonjeando al cuervo, pero no se entiende que éste no se diera cuenta del engaño, pues había demasiados indicios de que la raposa no era del todo sincera. Muchos autores de prestigio, desde Esopo hasta Lamartine, han contado la historia con detalle y casi siempre de la misma forma. A sus libros remito a quienes quieran leerla entera.
Juan Ruiz, nuestro Arcipreste de Hita lo hizo también en El Libro del Buen Amor y por supuesto, no tenemos ningún motivo para dudar de su palabra: el Arcipreste es de fiar.
Sin embargo hay algunas cosas en la fábula que no cuadran. Que la zorra era una mentirosa compulsiva está claro. Parece ser que se llamaba Radamantis y provenía de una antigua familia cretense. Pero lo que no es posible es que el cuervo fuera tan ingenuo.
El principio del primer verso “¡Oh, cuervo tan apuesto!”, ya resultaba sospechoso. Cualquiera recelaría. Usted mismo, si oyera que alguien se dirige a usted diciendo “¡Oh, cuervo tan apuesto!”, lo primero que haría es ponerse en guardia: a ver qué va a pasar aquí. Claro que también puede ser que el ave tuviera una gran opinión (acertada o no) de su apostura y si así fuera, el saludo pudo haberle parecido lógico.
Hasta ahí bien. Pero su reacción ante el siguiente piropo: “del cisne eres pariente en blancura y en donaire”, sí que no tiene ninguna explicación. Ningún cuervo en su sano juicio pasaría por alto semejante animalada. Los cuervos son negros. Eso lo saben hasta los propios cuervos. Y no son tontos. Es más, se trata de aves extraordinariamente inteligentes, capaces de resolver problemas matemáticos y de realizar tareas complejas. Los famosos cuervos de Nueva Caledonia, por ejemplo, construyen herramientas y transmiten sus conocimientos de una generación a otra con toda naturalidad, tal como hacemos los humanos.
Se sabe de un cuervo natural de la ciudad de Rouen que sabía hallar raíces cuadradas y recitar la tabla periódica. Y muchas de estas aves tienen más de una carrera universitaria, pues son muy longevas. Pueden llegar a vivir más de trescientos años y por tanto dedican mucho tiempo al estudio. Isócrates de Apolonia, por poner otro caso, tuvo una grajilla muy inteligente que le escribía los discursos y se dice que esta ave era tan discreta y modesta que con respecto a este punto guardó silencio toda su vida.
Pero sigamos. Algunos investigadores han apuntado que el final del verso, “fermoso e reluciente”, al incluir dos adjetivos correctos y perfectamente ajustados a las características físicas del ave, pudo haber suavizado la mentira anterior y sirvió al mismo tiempo, para distraer al propietario del queso de las lógicas y naturales suspicacias que le habrían suscitado las primeras palabras de la zorra.
Es posible. El caso es que a continuación la zorra se lanza sin ningún pudor, a un encendido elogio de las capacidades cantoras del ave: “más que todas las aves cantas muy dulcemente, / mejor que la calandria ni que el papagayo, / mejor gritas que tordo, nin ruiseñor nin gayo”. Anonadante. Aquí se ve que la osadía del astuto cánido no tenía límites. En estos versos la suma de disparates es tan grande que llegamos a dudar de que la zorra quisiera engañar al cuervo.
Por su parte la actitud del ave no tiene justificación. ¿Realmente se creyó todo aquello a pies juntillas, tal como sugiere la fábula? No parece probable. Es más lógico pensar, como han apuntado recientemente algunos analistas, que el pájaro abriera el pico mucho antes. Cualquiera con un mínimo de sentido común y de decencia lo hubiera hecho en su situación. Al menos aunque sólo fuera para censurar con firmeza la actitud de la zorra y también, por supuesto, para aclararle que con semejante sarta de mentiras nunca conseguiría su propósito.
NOTA: La ilustración que encabeza este cuento no es mía. Aclaro esto porque en internet todo se roba, y en este blog el 99% de las fotografías o ilustraciones que se publican son mías. Pero en este caso no he podido evitar tomar prestada esta ilustración maravillosa, creo que de Trevor Boyer, extraída de una guía de campo de aves de Europa. Como he sido y soy un comprador compulsivo de esta clase de guías de animales y plantas (ocupan una buena parte de mi biblioteca), espero que el señor Boyer, a quién no conozco pero cuyo trabajo como cualquiera puede ver, es extraordinario, sepa perdonarme. Por si acaso y para que no se note mucho, he puesto la ilustración al revés (!).
Los aficionados a la ornitología sabemos bien como estos ilustradores especializados son capaces de retratar no sólo las características físicas más sobresalientes del ave, sino al ave misma. Hasta tal punto de que cuando la vemos por fin en vivo a nuestro lado, o la espiamos con los prismáticos desde lejos, descubrimos que en nuestra mente alguien la había pintado ya una vez de la misma forma: perfecta. Gracias, Mr. Boyer.
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