El capitán Cook es un caso extraordinario en la historia de la gastronomía. Más conocido como navegante, fue también un experto nutricionista y muchas de sus excelentes invenciones culinarias han llegado hasta nuestros días. En 1773, y esto lo sabe muy poca gente, durante su segundo viaje alrededor del mundo y mientras atravesaba el círculo polar antártico, se le ocurrió desmenuzar un iceberg e inventó el gin-tonic. Una de las razones y no la menos importante, por la que sus compatriotas y especialmente la Reina Madre (Dios la tenga donde se merece) han tenido siempre su memoria en tan alta estima. También fue el descubridor de la cerveza de abeto, que preparaba cociendo juntas hojas de abeto y té durante varias horas, agregándole al final de la cocción melaza, agua y levadura y dejando reposar la mezcla unos días. Esta cerveza a juicio de quienes la probaron tenía un gusto exquisito, aunque era algo astringente.
Se adelantó trescientos años a las modernas teorías nutricionales y dietéticas, siendo un gran defensor del consumo de zumos naturales, verduras y frutas frescas, mérito éste que no se le ha reconocido nunca suficientemente. Entre sus platos favoritos se contaban el repollo, el caldo de guisantes y la fricasé de pato, siempre convenientemente regados con mosto dulce o vino de Madeira.
Lamentablemente se ha perdido la receta del “perrito de Pascua con coles”; un plato que tenía extraordinarias propiedades curativas. El perrito, que era propiedad de Mr. Forster, el científico de la expedición, fue adobado y cocinado por el doctor Patten cuando el Resolution se aproximaba a la Isla de Pascua en 1773, y contribuyó de forma notable al rápido restablecimiento de Cook que a la sazón, se encontraba aquejado de estreñimiento. Algunos malintencionados han sugerido que el consumo abusivo de cerveza de abeto pudo ser la causa de su dolencia, pero este punto no ha podido probarse.
En cualquier caso, en 1778 James Cook alcanzó la cima de la gastronomía universal al descubrir las islas Sandwich, archipiélago en el que moriría de forma trágica al año siguiente a manos de unos indígenas que lo devoraron, haciendo honor a su apellido, asado.
El capitán King, su sucesor al mando de la expedición consiguió, tras no pocas negociaciones con los nativos, recuperar las partes no cocinadas de Cook: las manos y el cráneo. Y como homenaje póstumo y perfecto broche de oro a una vida entera dedicada a la gastronomía, King decidió que lo mejor que se podía hacer con aquellos restos era conservarlos en cerveza. Y así lo hizo.
Cook fue un sibarita hasta el final.
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