Un hombre que viajó a isla Mauricio se encontró con lo que menos se esperaba encontrar allí: un dodo. El dodo se llamaba Ramiro, tenía una educación esmerada y era muy culto. Había estudiado ciencias políticas y antropología en la Sorbona y hablaba varias lenguas. Escribía un voluminoso ensayo científico titulado “Supervivencia y Bondad”.
Este dodo tenía esposa e hijos. La señora doda, doña Isabel, se ocupaba exclusivamente de las tareas caseras, pues las ideas de la liberación femenina aun no habían llegado a la isla. De joven la señora doda había tenido aspiraciones literarias y se decía entonces, un gran talento para la poesía. Sin embargo con los años, las cargas y responsabilidades matrimoniales y la maternidad habían acabado por sepultar aquellas inquietudes, que apenas eran ya un leve recuerdo agridulce en su memoria. Pero no se quejaba y se daba por satisfecha con sus hijos, a los que amaba con locura.
Los hijos eran seis. Se llamaban Bermudo, Ordoño, Alfonso, Enrique, Fernando y Sancha. Bermudo, Ordoño y Alfonso eran los mayores. Los tres estudiaban leyes y eran muy buenos chicos. Enrique y Fernando eran gemelos y Sancha, que era la benjamina, de mayor quería ser bailarina del Bolshoi y se pasaba todo el día ensayando en la playa.
El hombre estaba realmente sorprendido, pues siempre había tenido por cierto que los dodos se habían extinguido hacía mucho tiempo. Pero el dodo le aseguró que no era así.
– Somos los últimos de nuestra raza, es cierto –le dijo–, pero abrigamos aun la esperanza de encontrar otros dodos; incluso tenemos una página web en la red, “savethedodo.com”, aunque sabemos que las posibilidades de encontrar a otro dodo son escasas. La verdad es que los de mi especie nunca hemos tenido mucha suerte, –añadió.
Y así era, pues no aparecía otro dodo ni a la de tres. Con el tiempo el hombre se hizo buen amigo del dodo. Todas las tardes iba a tomar café a su casa y la familia de dodos acabó por tomarle aprecio y considerarlo como uno de los suyos.
Pero esta historia tuvo un final terrible. Un día Ramiro recibió una oferta de Simon & Schuster para la publicación de su libro. Además debía impartir una serie de conferencias como profesor invitado en Harvard y en el colegio Vasar. Con aquel motivo los dodos planearon un viaje a Nueva York en el que irían todos, y que incluiría de paso sus vacaciones con estancias en Las Vegas, Florida y otras ciudades. Estaban emocionados. Ramiro preparó cuidadosamente su equipaje sin olvidar el manuscrito original de su libro y las notas para sus conferencias. Después se despidió del hombre, ya que éste había decidido quedarse en la isla porque tenía cosas que hacer.
– Adiós amigo mío, –le dijo, dándole un abrazo–, siento que no puedas venir con nosotros. Será un viaje estupendo.
– Por supuesto que lo será. No dejéis de visitar el Museo de Historia Natural. ¡Ah!, y suerte con tu libro.
Lamentablemente aquello era lo único que no tenía el dodo: suerte. Sobrevolando Nueva York el avión tuvo problemas y el piloto ni siquiera pudo intentar un aterrizaje de emergencia. El aparato, un boeing de American Airlines, se estrelló en la pista tres del aeropuerto Kennedy y todos los pasajeros murieron en el acto. Fue una tragedia. Cuando el hombre se enteró del suceso quedó horrorizado y tuvo una depresión enorme, pues los dodos habían sido sus mejores amigos. Pasados unos meses, ordenó retirar la página web. Después se retiró a la isla Santa Cruz donde trabó amistad con George el Solitario, el último de los galápagos.
El libro del dodo se perdió para siempre y nunca llegó a ver la luz.
2 comentarios:
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