– ¡Niños, la comida está lista! –gritó una voz en la distancia.
Entonces el castillo se desvaneció en el aire. Los escarpados riscos en los que asentaba sus murallas se disolvieron como humo. Y con él lo hicieron también los ejércitos que lo custodiaban y todas sus banderas. Y los soldados y los monstruos. La furiosa cascada enmudeció. Y los árboles, los senderos, las rocas, las aves y el mundo todo que vigilaba aquella tierra en guerra, fueron de pronto un sueño que se convirtió en nada.
Los dos chicos se miraron. Y se encogieron de hombros, y se echaron a reir al unísono antes de lanzarse a la carrera hacia la casa: ¿Quién llegaría primero?
1 comentario:
Muy bueno. Un poco Calvin y Hobbes, ¿no?
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