12/11/10

Fantasmas en El Ermitage


A orillas del Neva los escasos y nostálgicos visitantes se reclinan en los fantasmas del Aurora y nos miran. Estos hombres y mujeres son como reflejos de algo distinto. No sé. Algo que se ha perdido.


Catalina, entretanto, nos guía pacientemente por el bosque de desolados marinos y soldados rotos que intentan, sin mucho éxito, abandonar los mármoles quemados de esta ciudad vendiendo medallas y recuerdos de la guerra. Una medalla, un dólar. Un dólar, un trago. Así, esta parece una guerra de plástico, alcohol y latón en lugar de una verdadera guerra de muertos.


Rusos guapos y jóvenes con zapatillas de deporte, envueltos en viejas mantas, arrastran un cielo de miniaturas de Siberia tras de sí, como una estela gris y trágica. Rusos con la cabeza gacha. Rusos, señor. Hay tantas lágrimas aquí como pasteles en una cesta.


A orillas del Neva se puede ver aun hoy un bello paisaje de la ciudad de los canales, pero en pocos días se perderá para siempre. Catalina nos trae y nos lleva. Las hojas caen y ella nos permite fumar y divertirnos en la Plaza Real. Y nosotros nos peleamos con el parque, nos paseamos libremente por los tejados de oro de las colecciones del mundo y nos convertimos al fin, mansamente, en una parte más de Leningrado. Una que se muere.


Este es un mundo de sombras y las sombras son asesinas... unas siguen a otras y en la oscuridad se apuñalan sin piedad.


(De “Los hombres-bomba no van al Paraíso”)

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