Todo el mundo aspira a morir dignamente, pero lo cierto es que las cosas no siempre salen como uno desea. La muerte a veces es tan tonta que roza el ridículo. Una mala caída en la bañera o un simple susto son más que suficiente para acabar con la vida de una persona honrada, y entonces no hay nada que hacer. En esos casos no te salva ni la campana (?).
Antímaco, el astrólogo, tuvo una muerte así. Murió de una coz que le propinó una mula. Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Y eso que podía predecir el futuro y se supone que debía de estar preparado. Pues no.
La comida también es la causa de muchas muertes tontas. Don Diego de Sosa, un noble español que vivió en Ronda en el siglo XVI tuvo un criado portugués que según parece, murió de una indigestión de higos. Algo parecido le pasó al griego Zenofantes, que solía comer de forma muy atropellada hasta que se atragantó con un salmonete y dejó de comer para siempre. Claro que los griegos y romanos se atragantaban mucho: Anacreonte por ejemplo murió atragantado por una uva y Eubúlides el filósofo, también se atragantó y murió, aunque en su caso con un silogismo.
Estas historias nos enseñan que conviene comer reposadamente y masticar bien cada bocado. José Daviña Facal, un buen hombre natural de Santiago de Compostela y residente en Madrid al que conozco bien, mastica cada bocado al menos cincuenta y dos veces antes de tragarlo, y de momento le va estupendamente con este sistema. Si bien le dan las doce en todos los restaurantes, eso sí.
En fin, que las muertes tontas no son una rareza. Muy al contrario, la historia está llena de ellas. Lorenzo de Médicis por ejemplo, tuvo una jirafa que murió de anginas lo que ya es mala suerte; el padre Arriaga murió en un naufragio llegando a La Habana; Leandro, el enamorado de Hero, cruzaba cada noche el Helesponto para ver a su amada hasta que se ahogó; y lo mismo le pasó a Ledán, el apuesto joven de Pontedeume que cruzaba el río Eume a nado todos los días (entonces no había puente) para ver a la hija de los condes de Andrade.
Un caso distinto fue el de Hermógenes de Tarso que perdió la memoria a los veinte años y nadie recuerda como murió; ni siquiera él. Bien es cierto que lo de Hermógenes es lógico y se veía venir. Hay que tener en cuenta que la muerte no sólo es tonta, además es muy susceptible y a la mínima que te descuides te la juega.
También el papa Alejandro Borgia tuvo lo suyo. Se confundió de copa durante una cena y murió al ingerir el veneno que había dispuesto para un cardenal al que quería quitar de enmedio. Por cierto que este papa tenía una manía con eso. Quería quitar a todo el mundo de enmedio para ponerse él. En cierta ocasión le presentaron a tres frailes que habían sido sorprendidos cometiendo fornicio en los jardines del Vaticano y Alejandro sin dudarlo los mandó castrar. Después, cuando se los llevaban para cumplir la sentencia, añadió suspirando nostálgicamente su famosa frase: “felice el de enmedio...”. En fin.
Una de las muertes más tontas de las que se tiene noticia fue la de Esquilo: le cayó una tortuga en la cabeza. Y los Arbóreos, la legendaria raza de hombres que vivían en la luna también morían de una forma increíblemente tonta: simplemente se disolvían en humo.
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