El caso del aprendiz de adivino del siglo II al que los examinadores le preguntaron si pasaría el examen o no y contestó que no, ha dado siempre mucho juego literario. Muchos brujos famosos a lo largo de la historia, como Jorge Luis Borges entre otros, han sacado partido a esta conocida anécdota, por lo demás bien tonta. Resulta obvio que si el aprendiz hubiera contestado que sí, que sería aprobado, los examinadores podrían haberlo suspendido sin problemas, ya que la respuesta del examinando probaría su nula capacidad adivinatoria. Sin embargo al contestar que sería suspendido, puso a sus maestros en un verdadero brete.
Fue una situación muy delicada para el tribunal. Cualquiera puede entenderlo fácilmente. Si lo suspendían el poder del muchacho quedaría demostrado, y con ello también la ineficiencia y falta de previsión del jurado. Pero si lo aprobaban, igualmente se pondría en evidencia lo segundo.
En cualquier caso todo el mundo pensaría que había habido tongo, así que fuera cual fuera el resultado los maestros no iban a salir bien parados. Aquel grupo de sabios no lo tuvo nada fácil. Por eso se retiraron a deliberar con calma. Y por eso aun siguen en ello...
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