Un niño holandés tuvo la suerte de encontrar un platillo volante una vez. Iba paseando por el campo cuando el platillo apareció en el cielo, justo encima de él. Era un platillo anaranjado con muchas luces. El niño se quedó mirándolo mientras bajaba lentamente y aterrizaba a su lado. Un poco más allá pacía una vaca. Después las luces del platillo se apagaron, aunque quedó una intermitente de color amarillo. Se abrió una pequeña puerta en un lado y bajó un extraterrestre. El extraterrestre era muy peludo. En lugar de orejas tenía trompetillas y caminaba con bastante torpeza. O sea, para aclararnos, el típico extraterrestre, en una palabra. Se acercó al niño y le habló:
- Hola, niño humano, soy un extraterrestre de una civilización superior. Te llevaré a mi planeta en la Galaxia del Sombrero y verás cosas maravillosas.
El niño le contestó:
- Vale. Pero tenemos que llevar también la vaca, -y señaló la vaca que seguía paciendo, ajena a todo, a unos cuantos metros de allí.
El extraterrestre se lo pensó un poco y estuvo de acuerdo, así que se pusieron manos a la obra. Les costó bastante trabajo meter la vaca dentro del platillo, ya que el platillo no era precisamente amplio y la vaca no ponía nada de su parte para ayudarles, pero al fin lo consiguieron. Agotados y sudorosos tras el esfuerzo, se sentaron en el suelo a descansar y conversaron un poco.
- Oye, ¿en tu planeta tenéis vacas? -preguntó el niño.
- Sí, pero no son como esta. Tienen dos cuernos y todo el cuerpo con manchas blancas y negras.
- ¡Qué vacas tan raras! ¿Y dan leche?
- Sí, merengada.
- Mmmh, genial, -añadió el niño relamiéndose.
La vaca asomaba la cabeza por la ventanilla. Entonces el niño y el extraterrestre repararon en que tenían un problema. Por culpa de la vaca en el platillo ya sólo cabría uno de ellos. El niño dijo:
- Tienes que ir tú, porque yo no sé conducir el platillo.
El extraterrestre se rascó las orejas y después de meditarlo a fondo contestó:
- Pues tienes razón. Qué mala suerte. En fin, ya nos veremos otro día.
Se despidió del niño, montó en el platillo, despegó y se alejó a la velocidad de la luz. El niño volvió a su casa y le contó toda la historia a su madre. Su madre le dijo:
- Javier, Javier... te va a crecer la nariz.
El niño no entendió muy bien aquello y se pasó toda la noche en vela, delante del espejo, midiéndose la nariz a cada rato.
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