11/9/09

Por la gracia de Dios

Aunque en la enseñanza básica se dan unas ligeras nociones de historia y se suele contar a los niños someramente las vidas de ciertos reyes, de algunos se omiten detalles interesantes como por ejemplo que Carlos V nació en un retrete, o que Isabel II sólo comió tocino y garbanzos toda su vida. Y de otros muchos apenas se habla. Tal vez por falta de espacio... los libros de texto tienen sus limitaciones.


Por eso vamos a hablar hoy aquí de cuatro de los más gloriosos y destacables monarcas de nuestra corona: Carlos II, Fernando VII, Carlos IV y Felipe V. Ojalá que el recuerdo de sus aficiones y talentos contribuya a fortalecer el inconmensurable amor y la veneración que sentimos por nuestra patria. Arriba España.


Carlos II (1665-1700). A pesar de su ordinal siempre sale de primero cuando se habla de estas cosas. Era un deshecho humano ya cuando nació. Subió al trono a los cuatro años, pero era tan enfermizo que a esa edad ni siquiera sabía ni podía andar. Con las mismas malamente aprendió a leer a los quince y fue un idiota mental hasta su muerte. Disfrutaba matando palomas y gorriones, y lo mejor que se puede decir de él (ya lo ha dicho alguien) es que carecía por completo de raciocinio.


Trabajosamente se mantuvo con vida durante años a este engendro, pues era el último varón de la dinastía. Su naturaleza era tan débil que toda la realeza de Europa esperaba con ansia a que se muriera de una maldita vez para hacerse con las propiedades de la Casa de Austria. Pero el tipo aguantó hasta los cuarenta. Con razón lo llamaron El Hechizado.


Muerta su primera esposa, María Luisa de Orleáns, sin haber tenido hijos, como era preciso que dejara un descendiente lo casaron con Mariana de Neoburgo, una chica que tenía 23 hermanos, confiando tal vez en que esta muchacha hubiera heredado algo de la naturaleza prolífica de su madre, lo que no pudo llegar a comprobarse. Lamentablemente y como era de prever Carlos fue incapaz de reproducirse y la de Neoburgo, que si hubiera sido algo más lista podría haberse buscado un apaño, no lo hizo. Sic transit gloria mundi.


Otro rey inolvidable fue Fernando VII de Borbón y Borbón (1808-1833). Lo llamaron El Deseado, aunque no se sabe bien por qué, ya que no lo quería nadie. También lo llamaron El Narizotas y ese apodo sí que estaba bien puesto. Era feo con ganas, apocado y sin carácter. Su propia madre lo calificó en cierta ocasión cariñosamente de “marrajo cobarde”. Lo único que sabía hacer este imbécil, aparte de lo de siempre de los Borbones era jugar al billar. Tenía mesas de billar por todas partes. Aun así jugaba fatal y tenían que prepararle las carambolas.


Por si sus tribulaciones fueran pocas, Fernando padeció incontinencia urinaria hasta los veinte años y un sinnúmero tal de enfermedades que no vamos a reseñar por no aburrir al lector. Baste señalar que la universidad española estuvo a punto de permitir en los años setenta la convalidación de los estudios de Historia del XIX con la asignatura de Patología de la carrera médica.


Este rey se casó cuatro veces, aunque nunca dedicó muchas atenciones a sus esposas legales. Fue un crápula incorregible, que salía todas las noches de palacio embozado como un delincuente para hacérselo con la primera paisana que pillara por delante. Tuvo innumerables amantes y le gustaba hacerlo mientras comía naranjas de Valencia. ¿Sorprendente verdad? Muchos políticos británicos amantes del erotismo y las perversiones tendrían mucho que aprender aquí.


Debido al desorbitado tamaño de su miembro viril, aun mayor que su nariz que ya es decir, y aconsejado por sus médicos practicaba el coito utilizando una almohadilla perforada en el centro por la que introducía el pene para así acortar su longitud. A pesar de eso era casi impotente, lo que no le impidió violar brutalmente a su última esposa, María Cristina de Borbón, en la misma noche de bodas. Por lo demás Fernando VII fue un ignorante y un perfecto animal. Cuando murió se alegró todo el mundo.


Carlos IV (1788-1808), su predecesor. Este también tuvo lo suyo. Según la creencia popular él y su esposa María Luisa de Parma se lo hacían con Godoy, pero esto es improbable ya que Carlos IV era totalmente infantiloide. Apenas sabía pensar. Este rey, por llamarle algo, se había hecho fabricar una armada en miniatura con barcos de todas clases y mini-cañones que disparaban de verdad. Con esta tontería (una especie de “lego” de la época) se divertía en Aranjuez jugando a las batallitas como un niño. Por supuesto siempre las ganaba él. Y mientras tanto... las de verdad se perdían. Por lo demás lo único que supo hacer dicho impresentable durante toda su vida fue coleccionar relojes (bien), cazar (regular) y tocar el violín (mal). Si el lector quiere hacerse una idea aproximada de la estulticia del personaje no tiene más que darse una vuelta por el Prado, salas de Goya, y echarle un vistazo a su cara.


En 1808 mientras los madrileños daban la vida en las calles luchando contra los franceses, Carlitos que estaba bien a salvo en Bayona, vendió la corona española a Napoleón a cambio de una pensión vitalicia. Hay que joderse con el Rey.


Por último, la perla de las perlas: Felipe V (1700-1746). Holgazán a más no poder, desequilibrado, glotón e ignorante. Estaba tan chiflado que desayunaba a la hora de la cena, comía de madrugada y salía a cazar de noche haciéndose acompañar por todo su séquito. Este rey tenía un apetito sexual desbocado, pero era muy piadoso y un observante estricto de la preceptiva religiosa, así que se negaba a hacerlo con otra persona que no fuera su esposa legal ...o consigo mismo (esto último a menudo). Fue un gran consumidor de toda clase de afrodisíacos y los primeros años de su matrimonio con María Luisa Gabriela de Saboya los pasó en la cama con ella. Jodiendo, claro. De él dijo su confesor acertadamente que tan sólo necesitaba de un reclinatorio y de una mujer, no se sabe si al mismo tiempo.


Como tenía que estar casado por narices para satisfacer sus instintos sexuales, a la muerte de María Luisa pasó seis meses desquiciado por la abstinencia, y tuvieron que buscarle otra señora enseguida: Isabel de Farnesio. En cuanto estuvo casado de nuevo se tranquilizó. Mano de santo.


En 1724 como se aburría decidió abdicar y abdicó. Y se retiró a La Granja con la Farnesio para entregarse por entero a lo único que realmente le interesaba. Pero era tan inconstante que poco después decidió volver al trono: los españoles alucinaron. Felipe V pasó los últimos años de su vida sin lavarse ni afeitarse nunca y dedicado en cuerpo y alma a la práctica del “bel canto”, en un intento infructuoso de parecerse a su querido Farinelli.


En fin... que así son las cosas. Ya vemos cómo se las gastaba la realeza en otros tiempos. Como conclusión, niños, y visto lo visto, lo mejor que podemos hacer es dejar este tema... ¡Dios salve al Rey!


P.S. Un título alternativo para este cuento podría ser “Bonito póker”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin desperdicio todos ellos. Si los hubiesen colocado en el trono "a dedo", tendría más sentido el espectáculo dado durante sus reinados.

maikix dijo...

Genial. Si me hubiesen explicado la historia así cuando iba al colegio, no sería una ignorante como soy en estos temas.