Entre 1911 y 1913 Vincenzo Peruggia ocultó en su casa a la mujer más admirada de Francia. A lo largo de esos tres años, como un amante solícito la despertó cada mañana para mostrarle el sol; la acunó una y mil veces al caer la tarde; durmió a su lado; le sonrió; le contó todos los cuentos... Tal vez la besó. Nunca se lo perdonaron. Ella le sonreía.
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