Hubo en China un pozo mágico que concedía deseos. Lo único que había que hacer era formular un deseo y arrojar al pozo algo valioso, como monedas o un brazalete. El pozo siempre concedía el deseo.
Rápidamente se corrió la voz por toda China y todos los chinos fueron al pozo. Se hizo una cola enorme de miles y miles de personas. Todos los chinos llevaban en la mano algo de valor: un collar, una sortija, un lingote de oro o cualquier otra cosa. Al llegar al borde del pozo arrojaban allí lo que fuera y formulaban sus deseos. Y el pozo los cumplía todos.
Con el tiempo el pozo se fue llenando de joyas hasta que estuvo hasta arriba, y entonces los que se asomaban a él podían ver que dentro había un tesoro fabuloso de perlas, brillantes, piedras preciosas y oro. Cuando estaba a rebosar, las cosas que echaba la gente rodaban hasta el brocal y caían fuera y los deseos ya no se cumplían.
Entonces el rey de China que era muy listo lo mandó vaciar, se quedó con el tesoro y el pozo volvió a funcionar como antes. Voilá.
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