12/9/10

El zorro y las nubes


Unas nubes llegaron a la cima de una montaña y se instalaron allí. Eran unas nubes blancas y algodonosas. Si querías verlas de cerca no tenías más que subir a lo alto de la montaña y las nubes siempre estaban en el mismo sitio. Otras nubes viajaban constantemente: un día iban a descargar la lluvia al mar y otro volvían; o se iban a visitar otras montañas, otros valles y ciudades lejanas. Pero las de aquella montaña nunca se movían de su sitio. Estaban allí todo el año. Incluso en verano. Era un misterio.


Los animales del bosque se decían unos a otros: “¿Qué tramarán esas nubes?, todo el día ahí, sin hacer nada. Aquí hay gato encerrado.” Tan intrigados estaban que llamaron al zorro orejudo, que era un detective brillante, y lo contrataron para que investigara el caso y averiguara qué hacían las nubes allá arriba.


El zorro era un profesional riguroso. Por eso lo primero que hizo fue cobrar un adelanto de sus honorarios y a continuación documentarse a fondo sobre el tema. En la biblioteca del bosque encontró bastante material. Había varios libros sobre nubes y dedicó una mañana a leerlos tomando buena nota de todo lo importante. Una vez hecho esto decidió entrevistar a las nubes en persona, así que subió a lo alto de la montaña. El trayecto era largo y el sol pegaba de lo lindo. El zorro llegó arriba sudoroso y cansado.


– Buenos días, nubes, –dijo aun jadeando–, soy el zorro orejudo, ¿les importaría contestar a algunas preguntas? Es pura rutina.


Obsérvese que el zorro orejudo era un tipo muy directo.


– Buenos días, señor zorro, –contestaron las nubes–, es un placer conocerle. Por supuesto que no nos importa. Contestaremos a lo que quiera. A nosotras nos encanta charlar, aunque como usted podrá suponer no solemos tener muchas visitas por aquí. Pero ¡oh vaya, perdónenos!, está usted tan acalorado... ¿Le gustaría refrescarse un poco?


Antes de que el zorro pudiera contestar afirmativamente, las nubes descargaron sobre él 200 litros de agua y el zorro quedó hecho un trapo.


– Ejem, –dijo el zorro algo chafado, retorciéndose la cola y las orejas para escurrir el agua–, muchas gracias. Muchas gracias, sí. Bueno, pasemos a lo importante. No me andaré por las ramas. La primera pregunta es esta: ¿Qué demonios hacen ustedes aquí todo el día?


– Llovemos –dijeron las nubes como si llover uno mismo fuera la cosa más normal del mundo.


– ¿Llovemos? –replicó el zorro extrañado–. Llover es un verbo irregular. No existe “llovemos”, –añadió.


No bien hubo dicho esto, un segundo chaparrón se desató justo sobre su cabeza. Apenas se había repuesto de la mojadura anterior y ya estaba empapado otra vez. Empezó a estornudar.


– ¡Oh, pero qué desconsideradas somos! –dijeron las nubes–. Discúlpenos, ha sido sin querer. Se ha resfriado usted. Vaya por Dios. Nos apartaremos un poco para que pueda secarse al sol.


Dicho y hecho. Las nubes se abrieron y los rayos del sol entraron a toda velocidad por el hueco y llegaron hasta el zorro. Un rayo de sol dijo a los otros:


– ¡Eh chicos, mirad! Aquí hay un zorro muy peludo completamente empapado. ¡Genial! Venid todos, vamos a secarlo.


Los rayos envolvieron al zorro y empezaron a hacerle cosquillas con un calorcito muy agradable y este empezó a sentirse mejor. Después las nubes le ofrecieron un té caliente. El zorro se lo tomó de un trago y optó por no hacer más preguntas. Al cabo de un rato se despidió cortésmente y se fue, pero las nubes aun tuvieron tiempo de desatar sobre él un último chaparrón de despedida y el zorro acabó bajando la montaña a toda velocidad, con el rabo entre las piernas.


Una vez a salvo en su oficina y después de secarse bien, elaboró un detallado informe en el que explicaba que las nubes se limitaban a llover allí en la cima, y por lo demás eran inofensivas. Como el zorro orejudo tenía un gran prestigio y cobraba muchísimo, cuando los animales leyeron el informe se tranquilizaron de inmediato y dejaron de darle vueltas al asunto. Después, lo primero que hizo el zorro con sus honorarios fue comprar Frenadol y también una buena gabardina con solapas, lo que a partir de entonces le dio un aire mucho más profesional.

1 comentario:

Carcamal dijo...

Delicioso relato, amigo. Me pensaré lo de la gabardina, aunque continuaré en el campo amateur.

Muy bueno el vídeo que me comentaste. Imposible no recordar al viejo y polifónico amigo Pepín.