25/11/09

San Sabiniano


San Sabiniano fue un santo increíble. Estaba un poco loco. Vivió en tiempo del emperador Aureliano (esto es fácil de recordar porque rima). Siendo Sabiniano muy joven, en cierta ocasión cruzó el Sena y se arrojó a él con la intención de bautizarse. Pero este santo tenía un coeficiente de flotabilidad extraordinario (podía caminar sobre las aguas) y le resultó imposible la inmersión. Sin embargo y a pesar de eso, desde entonces se dedicó a predicar la palabra de Dios.


Tenía poderes mágicos. Una vez clavó una simple vara en el suelo e inmediatamente la vara floreció. Por más que este hecho nos pueda causar sorpresa es totalmente cierto, ya que está corroborado por el testimonio de más de mil doscientas personas que lo vieron y se convirtieron al cristianismo en el acto. Otra vez lo encadenaron y se libró de todas las ataduras en un santiamén. Era más hábil que Houdini. Este tipo de cosas sacaban de quicio al emperador.


Lo mejor de San Sabiniano fue su martirio. Como con tantos otros santos hubo varios intentos de acabar con su vida, pero la cosa no resultó nada fácil. Primero el emperador lo mandó prender y ordenó que lo acribillaran con flechas. Lo ataron a una columna, en plan San Sebastián, y docenas de experimentados arqueros le dispararon al mismo tiempo, pero todos los proyectiles quedaron suspendidos en el aire a tan sólo unos centímetros del santo. Igualito que Matrix, pero mejor: las flechas se quedaron allí todo el día. Como los soldados no sabían que hacer, lo dejaron estar. Cuando volvieron a la mañana siguiente, las flechas seguían en el mismo sitio. Entonces el emperador Aureliano se enfadó de verdad. Increpó al santo maldiciéndolo, y al oirlo una de las flechas se puso en movimiento y se clavó entre los ojos del monarca, dejándolo ciego. Esto demuestra el infinito poder de Dios y la enorme influencia que tenía San Sabiniano en las altas esferas.


Al final optaron por decapitarlo. Un método cuya eficacia con otros santos ya había sido probada. El 1 de febrero del año 279 de nuestra era le cortaron la cabeza. Limpiamente. De un hachazo. Pero sus verdugos no se fueron de rositas así como así. ¡Ah, no! El cuerpo del santo se levantó, recogió su propia cabeza con las manos y caminó cuarenta y nueve pasos, nadie sabe en dirección a dónde. Después, por fin murió.


Siendo yo un niño, una hermosa gallina a la que mi madre acababa de cortar el pescuezo en la cocina, se le escapó, echó a correr, recorrió parte del pasillo y casi llegó hasta el hall. Una distancia similar a la de San Sabiniano. Obviamente la gallina se encaminaba hacia la puerta, lo que demuestra que el ave poseía una cierta inteligencia aunque ya no tuviera cabeza. Tal vez la inteligencia estuviera en sus patas. O tal vez no, pues de todos modos pensaba salir de casa... pero se dejaba la cabeza dentro. El caso es que al día siguiente la comimos estofada y que yo recuerde, esta gallina sabía exactamente igual que otras que no habían intentado huir. Ignoro si esto tiene algo que ver con lo anterior. Creo que no.

2 comentarios:

molano dijo...

Cómo son los franceses, siempre haciéndose notar. San Sabiniano de Córdoba fué tan martir como el que mas sin hacer tantos número de circo.

PATSY SCOTT dijo...

jajajajajaa, pues así son las cosas, Sabiniano acabó santificado y la gallina en estofado. De nada sirve la inteligencia (ni siquiera la de las patas) si no tienes influencias en las altas esferas.