Un dibujo pequeñito llegó a un museo. Estaba mojado y un poco sucio, pero llamó a la puerta igualmente. No tenía miedo. Le abrió el conservador jefe.
El dibujo era muy pequeño, como ya hemos dicho. Diminuto. Y anónimo. Era un dibujo realmente mínimo, hecho con un simple lápiz en una hoja barata de papel cuadriculado. Y estaba roto. No hubiera llamado la atención a nadie y fácilmente podría haber acabado en cualquier cubo de basura, o arrastrado por la lluvia hasta un sumidero; o metido en las botas de algún vagabundo con un montón de periódicos viejos una noche y por fin, al día siguiente, consumido en una fogata de los arrabales alimentada por bandas de niños desnudos, obscenos y libres como duendes de Puk. Pero de momento el dibujo estaba allí. De pie y medio entero aun. Altivo y orgulloso. El conservador jefe lo miró de arriba a abajo.
– ¿Quién eres tú y de dónde vienes? –le dijo.
– Yo soy la línea de tu conciencia verdadera, –contestó el dibujo.–, la que ignoras. Me llamo Antoine. Soy las manchas blancas de tu corazón, que nunca llegarán a nada. Soy un zorro. Vengo de un país muy lejano.
– ¿Y qué país es ese? –preguntó el conservardor.
– Pentimenti. El país de los mil pensamientos, el país del error y la maravilla. Tú no lo conocerás nunca. Te está vedado.
– ¿Por qué?
– Porque has olvidado el secreto.
Al oir aquello, el conservador jefe frunció el ceño y cerró la puerta, indignado. Y entonces el dibujo se fue. Y simplemente, rió y bailó toda la noche llevado por el viento.
NOTA: el de la foto es Ángel Cerviño, gran pintor y amigo. Pueden ver obras suyas -háganlo y me lo agradecerán- en su sitio web: http://www.angelcervino.es/
1 comentario:
Sería pequeño pero tenía mucha imaginación. Y un poco de mala uva.
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