Saber tirarse un farol es importantísimo en esta vida. Y si no, que se lo digan a los jugadores de cartas: ellos lo saben muy bien. Michael Wordsmouth, un jugador profesional natural de Virginia, se echó un farol en la ya legendaria partida de póker de Richmond de 1954, y perdió quince mil dólares en el acto. Otro caso no tan conocido fue el de don Marcial Bello, un orondo cura asturiano amante de la buena sidra, que fue párroco de Mieres a principios de siglo. Este clérigo falleció de un ataque al corazón jugando al mus cuando sorpresivamente y estando a falta de una, su compañero echó un órdago a la grande. Don Marcial era un gran jugador y mientras agonizaba aun tuvo tiempo de pasar una seña de dos pitos, que todos los presentes pudieron ver con claridad.
Estos son dos casos extremos de faroles que al final salieron mal, pero lógicamente, uno se tira un farol para que le salga bien. Y cuando ocurre así, el resultado es extraordinario.
El farol más increíble de toda la historia fue el de la sibila Amaltea. Era una maestra indiscutible en ese arte. En cierta ocasión fue a ver al rey Tarquinio el Soberbio, le mostró tres libros y le pidió 300 monedas de oro por los tres. El rey se echó a reir pues le pareció un precio excesivo y la sibila, indignada, quemó uno de los libros allí mismo. Después le pidió al rey 300 monedas de oro por los dos restantes. Una vez más el rey se burló. La sibila quemó otro de los libros y le pidió al rey 300 monedas de oro por el último.
Y entonces, Tarquinio se asustó y lo compró. Voilà.
1 comentario:
De farol, nada. Lo de Amaltea fué puro marketing.
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