2/7/10

El iceberg


Un rey tenía un reino en el desierto. Era un reino muy extenso pero nunca llovía en él y esto constituía un problema grave. El ministro de agricultura había ensayado ya toda clase de sistemas para intentar paliar la sequía, pero ninguno daba resultado. Por todo el reino los súbditos protestaban y el rey estaba muy preocupado. Lo último había sido una huelga general de camellos que había tenido paralizado el reino durante todo un mes.


Una mañana temprano llegó a palacio una mofeta muy emprendedora. Llamó a la puerta y le abrió el propio rey envuelto en una bata de baño y chorreando, ya que en aquel preciso momento estaba en la ducha y ningún criado quiso ir a abrir, pues todos estaban en la piscina. La mofeta, que se llamaba Claudia, le dijo al rey:


- Rey, tengo la solución para la sequía. Traeremos un iceberg de la Antártida.


El rey vio que la idea de la mofeta era buena y puso a su disposición todo lo necesario. Claudia contrató un barco, reclutó a los mejores canteros del reino y todos se embarcaron en él y partieron hacia la Antártida. Cuando llegaron a la Antártida escogieron un iceberg bien bonito. La mofeta se subió encima y dijo al resto de la tripulación:


- Muchachos, cogeremos este. Es el más grande.


Entonces vino la Antártida y dijo:


- No podéis llevaros este iceberg. Es mío.


La mofeta le contestó:


- Oh, no queremos llevárnoslo, querida Antártida. Sólo queremos hacerte un regalo. Lo tallaremos y haremos con él una escultura para tu casa.


- Pensándolo bien -se dijo la Antártida-, tengo la casa vacía y eso puede resultar decorativo. Además, si no me gusta, siempre puedo fundirlo. De acuerdo, adelante.


Y les dio permiso. Los canteros y la mofeta se pusieron manos a la obra. La Antártida estaba intrigada pensando qué esculpirían y venía cada mañana a ver como iba el trabajo. El tercer día ya se adivinaba qué era lo que estaban haciendo los escultores: un hermoso barco de 4 palos. La Antártida dijo:


- Vaya, es un barco; me encantan los barcos. Lo pondré encima del aparador y será la admiración de mis invitados.


La mofeta no dijo nada. Una semana después la escultura estaba terminada. Era un enorme barco idéntico en todo al barco en el que habían venido la mofeta y los canteros. De hecho eran tan iguales que resultaba imposible distinguirlos. Claudia le dio a la Antártida el barco de madera y le dijo:


- Querida Antártida, aquí tienes tu regalo.


- Cielos, es un barco precioso, -dijo la Antártida-, estoy muy emocionada. No sé cómo agradecéroslo.


La mofeta y los canteros se despidieron de la Antártida, embarcaron en el nuevo barco de hielo y se hicieron a la mar. Durante el regreso el calor derritió un poco el hielo, sobre todo los palos y el velamen, pero consiguieron llegar a puerto con el iceberg casi entero. Una vez allí el rey del desierto mandó romper el barco en cubitos pequeños y los envasaron todos en tetra-packs. Así tuvieron agua para muchos años.


Aparte también picaron un poco para los gin-tonics de la Reina Madre.

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