Las mujeres de la isla de Chíos, así lo aseguraba Heródoto, poseían habilidades extraordinarias. Podían domesticar a las perdices de modo que fueran tan obedientes como perritos. Una vez así adiestradas, sacaban a estas aves al campo por la mañana como si fueran rebaños de ovejas, y las recogían por la noche con un simple toque de silbato. Los hombres, en cambio, carecían de ese don.
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