Un sabio vivía en una isla en el centro del río de la vida. Muchos jóvenes se acercaban todos los días hasta allí, bien fuera en el ferry que cruzaba el río, en alguna de las barcazas que hacían aquel trayecto o en embarcaciones privadas, con el fin de aprender sus enseñanzas.
Para instruirlos, el sabio escribía sus lecciones en el agua, con una fina vara de abedul. Pero los trazos que dibujaba se desvanecían al instante y a los discípulos les resultaba imposible leerlos. Cuando le preguntaban qué había escrito, el sabio siempre respondía lo mismo:
– Nada.
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