En cuanto Noé tuvo todo listo llamó a los animales que fueron entrando en el arca de dos en dos. Después, justo cuando cerró la gran puerta de madera empezó a llover torrencialmente. Mientras duró el diluvio Noé pasaba revista a los animales cada día. Iba por los pasillos del arca con las manos detrás de la espalda diciendo:
- Hola león, hola leona; buenos días cocodrilo y señora; ¿qué tal está usted hoy señora gaviota, ya le pasó el mareo?, y cosas así.
Todos los animales contestaban invariablemente con “hola señor Noé”, “buenos días, señor Noé” o “muy bien, muchas gracias, señor Noé”. Todos excepto uno. El ave fénix, que decía siempre:
- Buenos días señor Noé, -y añadía- ¿podría darme fuego, por favor?
Pero Noé nunca se lo daba, pues el arca era altamente inflamable y estaba terminantemente prohibido fumar en ella. Además, la voluntad de Dios no podía irse al traste por un simple descuido.
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