4/1/10

Las piedras que hablaban

Las piedras que hablaban, Lacónica Gimnita y Lacónica Argentea apenas decían nada, a lo sumo una frase o dos al día. Sin embargo y a pesar de su parquedad verbal siempre se tuvo a estas piedras por sabias y en la Edad Media* fueron muy apreciadas por estudiosos, filósofos y alquimistas. Se llegaban a pagar grandes sumas de dinero por ellas y los que tenían la suerte de hacerse con una, eran considerados por los de su tiempo grandes maestros en todas las ciencias del conocimiento. Tal fue el caso de Marbod de Rennes que fue propietario de varias, e incluso llegó a escribir las biografías de las más notables en su tratado “De Lapidibus”.


Ya en la antigua Roma fue famosa en todo el imperio la Piedra del Escándalo, Petra Scandali, que estaba en el Capitolio y a la que tenían que tener amordazada permanentemente, porque no hacía más que decir barbaridades. Según se sabe Teobaldo de Villiers también tuvo una, de color verde claro, veteada de gris y muy pulida. Por lo que sabemos pudo tratarse de algún tipo poco conocido de silicato de magnesio. Era del tamaño de un huevo de gallina mediano y daba los buenos días educadamente todas las mañanas, en varios idiomas y en bretón.


Pero la piedra parlante más conocida de todas fue la que poseyó San Crisóstomo de Paula (1210 Colonia - †1263 Menorca). Parece ser que el joven y apuesto Crisóstomo obtuvo esta piedra en la universidad de París en el año 1246, de manos de Alberto Magno como pago a ciertos servicios no del todo aclarados, quién a su vez la había recibido de Tomás de Aquino que dudaba de su autenticidad y solía usarla como pisapapeles. La piedra era totalmente blanca y lisa, casi translúcida, y hablaba en voz muy baja con exasperante lentitud: pronunciar una sola sílaba le llevaba varias horas.


Se cree que fue precisamente esta piedra la que dictó al santo letra por letra, el grandioso e inacabado poema titulado “De la glorificación de los cien mil nombres del Altísimo uno por uno, y de los setecientos doce nombres de la Santa Madre de Dios, la Virgen María; seguido este canto del que enumera los otros nombres: los de los Ángeles Custodios y los de los Ángeles de la Luz. Y también los (nombres) del resto de las cosas del mundo dignas de mención, como son los (nombres) de los animales hermosos y los (nombres) de las gentes diversas que pueblan el cielo y los (nombres) de la tierra verde bendecida por Dios Nuestro Señor”. Por desgracia tan sólo se conserva un pequeño fragmento del primer verso de este poema, y no en muy buen estado.**


En el año 1263, estando de visita en las islas Baleares invitado por el rey Jaime II, San Crisóstomo murió de forma inesperada y trágica al resultar aplastado por la losa de una taula menorquina que cayó sobre él súbitamente, mientras el santo descansaba a su sombra. Según la leyenda local, la taula y la piedra aprovechando el profundo sueño del santo platicaban en voz baja sobre lo divino y lo humano cuando en algún momento de la conversación la primera montó en cólera al oir que la segunda ponía en duda el dogma de la encarnación del Verbo. Cegada por la ira, la taula dejó caer deliberadamente su losa superior sobre la piedra, y pulverizó así a la hereje.


* Si bien fue entre los siglos X y XIII cuando estas piedras alcanzaron mayor fama, eran bien conocidas desde la antigüedad y aparecen citadas ya por Teofrasto en el siglo IV a. C., y por otros cronistas. El propio Heleno, hijo de Príamo, tuvo una siderita de color negro que siempre decía la verdad, y se sabe que esta piedra participó activamente con sus opiniones y consejos en la planificación estratégica y militar de la guerra de Troya: es probable que la idea del caballo de madera fuese suya. En el siglo I, Gerberto, que fue papa con el nombre de Silvestre II, también tuvo una piedra parlante, pero era falsa pues se la había hecho fabricar él mismo. Numerosos autores atribuyen la facultad del habla a la simple obsidiana, pero puedo asegurar sin temor a equivocarme que dicha creencia es errónea. Yo mismo he comprado varias y tras someterlas a variados e intensivos interrogatorios durante días, no he conseguido obtener de ellas ni una palabra.

** Actualmente Rudof A. Heine y Alberto Castrillo-Jiménez, reputados profesores de literatura medieval de la universidad de Stanford, preparan la primera edición facsimilar, crítica y comentario de esta obra magna, cuya publicación ha generado una enorme expectación entre los especialistas de todo el mundo, ya que en palabras de los propios compiladores “aclarará de una vez por todas muchos de los misterios que existen aun hoy en día alrededor de la polémica y poco conocida figura de San Crisóstomo de Paula”.

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