13/4/09

Tipos raros


          El mundo está lleno de tipos raros. No es nada nuevo. Los hay por todas partes. Puede que incluso usted sea un tipo raro. Tal vez tenga por costumbre ducharse seis veces al día; o comer entre horas y no en las comidas; o ponerle a sus hijos su propio nombre. Hay tipos raros de todas clases. 

          Las razones por las que un tipo se vuelve raro no están claras. Ser un tipo raro no tiene nada que ver con la inteligencia, ni con el sexo, ni con la raza. Ni con nada que se sepa. Aunque puede que sí tenga algo que ver con el dinero, pues entre los ricos suele haber más tipos raros: pueden permitírselo.

          Dionisio, el tirano de Siracusa, fue un caso de esos. Era inmensamente rico, hasta el punto de que se hizo construir un lecho nupcial rodeado de un foso con agua. Tenía puente levadizo y todo. Cada noche, después de cruzar el puente lo izaba y esta era la única forma en que Dionisio podía mantener relaciones maritales con su esposa legal.

          Jerjes, el rey de Persia, otro tanto de lo mismo. Odiaba cenar solo y solía hacerse acompañar a la mesa por al menos 15.000 hombres. De este modo aunque la comida no fuera buena, la sobremesa siempre resultaba animada.

          En nuestra historia también hay algunos casos finos de caray. Pedro de Valdivia, por ejemplo: el gobernador de Chile. No sólo era un tipo raro sino también un perfecto animal. En cierta ocasión capturó trescientos indios y mandó que les cortaran las narices a todos, lo que además contribuyó de forma inesperada a aumentar el número total de tipos raros que había en las Indias en aquel momento, que de por sí ya era considerable. 

          Claro que peor aun fue el rey de Macoco. Este monarca africano, famoso por sus rarezas, mandó apresar a doscientos de sus súbditos un día, los hizo matar a todos y se los comió cocinados; eso sí, de distintas formas y con distintos adobos para no aburrir al estómago.

          Sin embargo los tipos raros no siempre son como los que hemos citado. Hay de todo. 

          Cleantes de Tarento era raro pero inofensivo. Hablaba siempre en verso y en eso consistía su rareza. O sea, nada. En realidad hasta caía bien. Hacía gracia y era tan entretenido que lo invitaban a todas las fiestas. Tuvo mucho éxito social en su tiempo. 

          El famosísimo Juan Blanco, que vivió en España entre los siglos XVI y XVIII también era raro, sobre todo porque a pesar de su nombre era negro. 

          Otro caso. Un hombre natural de San Juan de Tabagón, en la provincia de Pontevedra, sólo tomaba el café una vez que le había echado el azúcar suficiente para que la cucharilla se sostuviera de pie en el centro de la taza; una rareza sin consecuencias salvo para sus niveles de glucosa. 

          Mr. Green, un ornitólogo que vivió en Ceilán acabó por convertirse en pájaro un día, aunque no del todo porque no volaba. Este hombre tampoco hizo daño a nadie salvo tal vez a su señora, que optó por abandonarlo cuando descubrió que a su marido le empezaron a salir plumas. 

          Otro, Oliverio de Malmesburry, un teólogo inglés del siglo XII. Aunque no tenía plumas como Mr. Green podía volar y lo hacía a menudo. Eso sí, siempre a escondidas para no ser descubierto por sus superiores que censuraban dicho comportamiento y lo consideraban una herejía. 

          En la Iglesia ha habido siempre muchos tipos raros. El papa portugués Pedro Julião es un ejemplo de primera clase. Aborrecía todas las órdenes religiosas y se interesaba más por las ciencias y las artes que por la propia Iglesia (!).

          Otro tipo raro poco conocido fue un cacique indio natural de Charcas, en el virreinato del Perú. Fue amigo íntimo del doctrinero compostelano Bartolomé Álvarez, y según cuenta éste en su Memorial a Felipe II, dicho indio tenía catorce hijos, de los cuales los ocho varones se llamaban Juan y las seis mujeres Isabel; y cinco nietos que se llamaban Alonso. 

          Pero con todo uno de los tipos más raros que ha habido nunca fue el sabio chino Zhang Hua. Podía pasar más de seis meses seguidos leyendo, y otros seis sentado junto a una planta sólo para admirar su crecimiento. Además tenía una cacatúa con la que conversaba diariamente. 

          Zhang Hua fue poeta y militar, y llegó a ser consejero del emperador y uno de los hombres más respetados de su tiempo. En un libro suyo traducido por Yao Ning y Gabriel García Noblejas, he leído que Zhan Hua creía firmemente que la integridad moral de los reyes influía de forma decisiva en el tiempo atmosférico, y por tanto en las cosechas y en el bienestar del pueblo. 

          Una idea maravillosa, sin duda. Y tal vez no tan rara.


          Nota: El tipo raro que ilustra este cuento, que quizás no sea tan raro porque puede que solo esté arreglando la persiana, fue fotografiado por Ángel Rueda (otro tipo raro). Pueden saber más de él (de Ángel) en su magnífico blogdediseñadoresypublicitarios.com

          Gracias. (Claro que tal vez debiera decir aquí “de nada”; si se deciden ustedes a visitar su blog sabrán por qué).

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