Santa Tecla es una santa rarísima; no se entiende muy bien por qué la hicieron santa. Hace unos años los informáticos españoles intentaron convertirla en su patrona, pero no sé si con éxito.
Siendo tan solo una jovencita recién casada, Tecla abandonó el domicilio conyugal. No fue un caso de malos tratos ni nada de eso. Su marido, Zamiro, era un buen tipo. Pero Tecla un día oyó predicar a San Pablo y se largó tras él. Así de simple. Hasta su madre se lo echó en cara. El caso es que la juzgaron por eso y la condenaron a la hoguera. Una condena excesiva, sin duda. Y desacertada además, porque al igual que otras muchas santas y santos Tecla era ignífuga y la cosa no salió bien: no ardió. Entonces la echaron a las fieras pensando que con eso acabarían con ella, pero tampoco funcionó: las fieras se mataron entre sí.
Cualquiera que haya visto un par de documentales de naturaleza de la BBC presentados por David Attenborough (”sssh, no hagan ruido, el tigre podría despertarse”) se dará cuenta enseguida al leer lo anterior de que la simple presencia de la santa en la arena provocó a las pobres bestias un estrés terrible, que hizo que se atacaran unas a otras y se despedazaran. Lo que nos lleva a la conclusión de que Tecla no podía ser tan buena como decían sus partidarios. Es más, después de lo de las fieras la arrojaron a un foso lleno de cocodrilos y los inocentes saurios murieron en el acto. En cualquier caso y aun dejando estas hazañas ¿zoológicas? aparte, que se sepa esta santa no hizo nada especial salvo hacer turismo con San Pablo por Antioquía (tonta no era).
En A Guardia, Pontevedra, se la venera el segundo domingo de agosto en una fiesta pantagruélica. Dura todo el día y desde la mañana a la noche los cientos de tambores de las cofradías de marineros que en ningún momento dejan de sonar, atronan el aire por todo el pueblo. Y el suelo tiembla. Se parece algo a Calanda, de lejos. La fiesta se llama Fiesta del Tecla (Tecla es la santa, pero también el maravilloso monte y el castro celta que coronan la villa de A Guardia sobre el mar).
Pues bien, la fiesta consiste en lo siguiente: el día señalado todos los habitantes de la localidad y una increíble multitud de foráneos, convenientemente cargados de botellas y garrafones de vino tinto, suben al monte de Santa Tecla a primera hora de la mañana vestidos de blanco purísimo y bajan por la noche de color morado intenso, tras haber bailado durante horas bajo cataratas de vino. Nunca he entendido por qué eso a nadie le parece milagroso.
NOTA: Lo de las cataratas de vino es literal: los mozos sostienen sobre su cabeza con ambas manos garrafones de vino boca abajo, mientras las mozas, alegremente, bailan con ellos.
4 comentarios:
Muy buena y divertida reseña, sobre todo para quienes tenemos el Monte cerca. Sólo un pero: no sé si es "atronan" o "atruenan". (no publiques mi comentario si no te apetece) Abrazos.
Por discreción, sólo comentaré que, en cierta medida, añoro los viejos tiempos de la fanfarria y la tofina. Debe ser la edad.
Saludos.
Víctor, celebro que sigas tan creativo. Me encanta el relato y me trae buenos recuerdos. Un abrazo.
Antonio Labrador
Víctor, celebro comprobar que sigues siendo tan creativo. Me encanta el relato; me trae buenos recuerdos. Un abrazo.
Antonio Labrador
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