24/1/11

La col ilegal

Un astrónomo que vivía en un castillo en la isla de Hierro tenía tres hijas; la mayor se llamaba Paca, la segunda Esmeralda y la tercera Inés. El astrónomo estaba siempre muy ocupado mirando las estrellas, y anotando ecuaciones muy raras en una libreta. Era muy, muy despistado, y no prestaba atención a sus hijas así que estas hacían lo que les daba la gana.


Paca se pasaba todo el día hablando por teléfono con Obesio, un príncipe vecino que era culturista; Esmeralda estudiaba leyes, y la pequeña Inés tenía que hacer la compra, dar instrucciones a los empleados y atender las visitas, pues como ya habéis visto, sus dos hermanas no hacían nada de nada. Inés también se ocupaba de la huerta, en la que cultivaban berros, alcachofas, coles y otras hortalizas, lo que constituía gran parte de su alimentación, pues el astrónomo y sus hijas eran casi vegetarianos estrictos. Un día llamaron a la puerta del castillo. Inés fue a abrir y se encontró con una berengena gigante.


- Buenos días, soy la sargento Berengena de la policía de inmigración. Quisiera hablar con el señor de la casa.


- El señor de la casa es mi padre, -respondió Inés-, pero está muy ocupado mirando las estrellas. Si puedo ayudarle yo...


- Verá -dijo la policía Berengena-, hemos recibido una denuncia que les atañe a ustedes.


- ¿Una denuncia?


- Efectivamente. Nos han dicho que esconden ustedes en su huerta una col lombarda de la variedad Dmitri. Pues bien, esa clase de col es ilegal aquí, en la isla.


- ¡Cielos! -exclamó Inés-, no lo sabía. Acompáñeme, por favor.


Inés llevó a la berengena gigante a la huerta y se dirigió a la col:


- Col lombarda, este señor dice que eres ilegal. ¿Es cierto eso?


La col, muy compungida, confesó.


- Sí, es cierto. Llegué a la isla arrastrada por la corriente, montada en una tabla de planchar. La verdad es que al principio pensé en entregarme a las autoridades, pero encontré este huerto tan bueno... pensaba ganar algo de dinero y más adelante traer a mi marido y a mis hijos y arreglar nuestra situación. Pero ahora todo ha terminado, ¡oh no!


Y se echó a llorar.


-Vamos, vamos, no te pongas así -dijo la cebolla echándole un brazo por encima para consolarla.


Entonces intervino el grelo.


- Venga, señora policía Berengena, la col no ha hecho daño a nadie. Es una col buenísima. Si no fuera una col sería un pedazo de pan.


- Lo siento mucho -dijo la policía Berengena-, pero tengo órdenes. He de detenerla y llevarla a la cárcel. Esta col debe ser congelada hasta nuevo aviso.


- ¡Desalmado, secuestrador! -empezó a gritar el berro muy exaltado desde el fondo de la huerta.


- Oiga, no nos ha enseñado usted su documentación -añadió el repollo muy serio-, ¿cómo sabemos que es una policía de verdad?


Y la alcachofa:


- Es cierto, no hemos visto su placa.


La policía Berengena empezó a ponerse nerviosa e Inés decidió intervenir. Le susurró al oído:


- De acuerdo, de acuerdo, señora Berengena; no vamos a tener una col ilegal aquí, eso por descontado. Tiene usted razón. Pero necesito algo de tiempo para arreglarlo. Ya ve como se está poniendo el resto de la huerta. Un escándalo no nos conviene ni a usted ni a mi. Por favor, acompáñeme al castillo y trataremos los detalles de este asunto tan enojoso en privado.


La berengena accedió y acompañó a Inés al castillo. Una vez allí, Inés, que pensaba que aquello era muy grave para resolverlo ella sola, llamó a su padre y a sus hermanas. El astrónomo bajó del observatorio todavía con cinco o seis estrellas pegadas al pantalón y dijo:


- ¿Qué pasa, Inés? Ya sabes lo poco que me gusta que me distraigan de mi trabajo.


- Verás, papá, esta berengena dice que nuestra col lombarda es ilegal y que tiene que llevársela. ¿Qué podemos hacer?


En ese momento llegó el novio culturista de Paca.


- Buenas tardes, señor astrónomo. Buenas tardes, Inés.


- Buenas tardes, Obesio -dijo Inés-, ¿vienes a ver a Paca?


- Sí, pensábamos ir al cine.


- Por favor Obesio, espera un momento -dijo el astrónomo.


- Desde luego señor, lo que usted diga -contestó Obesio, que siempre trataba de ser muy educado con el padre de Paca.


El astrónomo miró a la berengena de arriba a abajo mientras se pellizcaba el mentón. Inés supo que su padre estaba pensando, pues siempre se pellizcaba el mentón así cuando tenía que resolver algún problema difícil. Lo cierto es que la policía era una berengena magnífica y de gran tamaño, con la piel tersa y brillante de un bonito color morado. Entonces el astrónomo dijo:


- Qué podemos hacer ¿eh? Bueno, pues ya lo sé: berengenas fritas con queso. Hace mucho tiempo que no las comemos. ¿Qué te parece, Inés?


Inés dijo “¡genial!”. El astrónomo gritó “¡Obesio, ayúdame a sujetarla!” y se abalanzó sobre la berengena. Obesio lo secundó. La berengena intentó resistirse pero Obesio era muy fornido y la redujo. Una vez atada y silenciada la berengena policía, Inés se metió en la cocina para preparar la cena pero en el último momento abandonó la idea de las berengenas fritas... e hizo una Mousaka de chuparse los dedos.


Fin del cuento.


PD: La lectura de este cuento puede acompañarse, obviamente de una Mousaka, o bien de la relectura de aquellos famosos versos (s. XVI) del sevillano Baltasar del Alcázar: “Tres cosas me tienen preso / de amores el corazón / la bella Inés, el jamón / y berengenas con queso.”


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