28/3/09

Hierbas asesinas (botánica)

          La existencia de hierbas asesinas está bien documentada. Las hay en todas las familias, desde las gramíneas hasta las orquídeas. Las droseráceas o atrapamoscas lo son todas. 

          Las hierbas asesinas más conocidas son el cardo matagallegos o cardo lechero (silybum marianum), que es crudelísimo con sus víctimas; el aligustre o matahombres (ligustrum vulgare); la hierba matagallinas o torvisco (solanum dulcamara); y el acónito o matalobos. 

          El acónito y la hierba matagallinas son venenosas si se ingieren, pero el aligustre es mucho más peligroso, pues mata con un fuerte golpe de baya. Si se encuentra uno es conveniente evitarlo, dando un rodeo a una distancia prudencial.

          Se dice que Argantonio, rey de Turdatania, la antigua Andalucía, que vivió del 630 al 550 a.C. poseyó un aligustre amaestrado, que empleó a menudo a lo largo de su reinado para deshacerse de varios pretendientes al trono. 

          También puede resultar letal pese a su aspecto inofensivo la euphorbia exigua o hierbecilla traidora de la isla de Cerdeña, de la que Platón que la llamaba hierba sardónica, decía que si se mascaban sus hojas provocaba una risa repentina y la muerte. 

          Durante años se incluyó en este grupo de hierbas asesinas a succisa pratensis o mordisco del diablo, pero hoy se sabe que esta dipsacácea de flores esféricas, aunque puede llegar a provocar algún daño superficial con sus cuatro dientes triangulares, es incapaz de matar a una persona.

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