12/10/10

Un granjero


Un granjero le ponía nombre a todas sus sus gallinas y cuando las llamaba, atendían. Cada gallina tenía su propio nombre pues cada una tenía su personalidad, sus preferencias y sus manías; y el granjero las cuidaba a todas como si fueran sus propias hijas.


Heriberta era introvertida; Francisca, coqueta; Anita, juguetona... y así todas, cada una a su manera. Al gallo no le ponía nombre porque de todas formas no hacía caso. El granjero tenía mil gallinas y las conocía todas a la perfección. Las quería tanto que incluso se acostaba con ellas.


Si las gallinas por bromear se intercambiaban los huevos, el granjero se daba cuenta en seguida, les reñía cariñosamente y con una sonrisa de condescendencia, restituía a cada una los suyos.

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