Explicación: Abundando en el tema del post anterior y ya que a Maikix le ha gustado, pongo este. Un texto breve que pertenece a un “diccionario” que terminé hace un mes, más o menos, en el que salen muy a menudo señores como los del post anterior. Se trata de un diccionario satírico sobre la España actual. He aquí la entrada “piratas”.
Dado el cariz de este diccionario, seguro que a estas alturas esperaban ustedes que en esta definición hubiera alguna referencia a ciertos personajes públicos bien conocidos por todos. Pues bien, no. No la hay. Esos en los que están pensando no son piratas, sino otra cosa que descubrirán en la última línea de esta entrada. Algo peor. Los piratas suelen ser bastante más decentes. Y me explicaré.
Cuando yo era un adolescente solía reunirme con mis amigos en un bar mágico, decadente e indescriptible como una cueva de Alí Babá: el “Tucho, O’Voltér” en Orense, un local ya desaparecido. Entonces todavía lo regentaba el ya mayor pero aun singular “Tucho”, que yo creo que nos apreciaba tanto -éramos una pandilla de críos- como nosotros lo temíamos a él. El bar había sido en los sesenta lugar de reunión de intelectuales gallegos que habían llenado sus curvadas formas y sus irregulares techos, como en una Altamira moderna y vanguardista de poemas, pinturas, esculturas y maravillas. Los que lo conocieron lo recordarán así, como una especie de sueño loco, un maravilloso disparate libertario que tal vez por eso fue destruido sin contemplaciones.
El apodo “O Voltér” fue una humorada galleguizante que le puso Vicente Risco -uno de los clientes habituales-, en honor al “Cabaret Voltaire” de Zúrich donde se había fundado el Dadaismo. Y efectivamente resultaba apropiado, pues hasta el mismo Tucho tenía bastante de surreal.
Pero aun en aquellos años, cuando el Tucho (el bar) se derrumbaba como un antiguo palacio que hacía mucho había sido abandonado por sus príncipes, a mi y a mis amigos nos parecía que eran la literatura, la osadía y el talento que llenaban sus paredes los que heroicamente todavía lo mantenían en pie, como una reliquia viva, extraña y secreta. Y en él uno se sentía un poco como en una catedral. Una que estaba a punto de perderse para siempre.
Yo solía sentarme en el mismo sitio y enfrente de mi, en la pared y en el techo, escrito y profusamente decorado había un poema -no sé de quién, lo siento; de un poeta gallego en cualquier caso-, del que nunca he podido olvidar estos magníficos versos ya que a lo largo de los años me los repetí mentalmente en incontables ocasiones:
“Ya no quedan piratas.
¡Rebeliones!
Ya todos somos bueyes, bueyes, bueyes
para aguantar el yugo de las leyes
que en su provecho dan los piratones.”
4 comentarios:
¡Qué mágico ambiente el de ese bar! Y muy sabios esos versos del poeta gallego.
Un abrazo.
Amigos, licor café, ideas, humo, locuras... A ninguno se nos olvidarán esos tiempos que nos hicieron como somos.
He investigado un poco y he encontrado dos cosas. En la primera, una referencia que atribuye esos versos inolvidables a Antón Tovar.
La segunda la he encontrado por casualidad y me ha sorprendido. No se si estás al tanto. Echa una ojeada, por si acaso.
Una historia muy grata la que cuentas. Un abrazo.
Gracias por escribir con tu magia.
Un saludo.
Ruper
¡Qué versos más actuales!
Y qué lastima que desaparezcan sitios así.
Un abrazo.
Publicar un comentario