26/9/09

Carl Lewis


Esto no es un cuento como los que suelo publicar aquí. Es una foto de Carl Lewis pulverizando una vez más, con su habitual elegancia, el récord de los cien. Es una poesía. Una poesía de un tiempo aun próximo pero perdido, en el que para hacer una foto de la televisión había que montar la cámara en un trípode, detener la imagen del video en “pause”, y darle a la toma una exposición relativamente larga para que en la foto no saliera el corte de barrido de la imagen, pero no tanto como para que quedara demasiado movida. Vamos... que había que hilar fino para que saliera bien.


Hoy Usain Bolt sigue haciendo lo mismo con parecida elegancia y otro estilo, pero ahora ya no hay que hacer cálculos con la exposición. Ni siquiera hace falta trípode. Basta con capturar la imagen con una digital, mandarla directamente al portátil y listo. ¡Bien por Usain!


Lo que sí salía entonces con Carl era, dependiendo de la precisión del enfoque, las líneas. Seiscientas veinticinco líneas. Borrosas, eso sí. Pero ¡qué bonitas! ¿Por qué las fotos borrosas nos atraen tanto? Nadie ha conseguido explicarlo nunca. Ni siquiera Susan Sontag en unos cuantos ensayos. Yo he sido fotógrafo profesional durante años y esta foto, una de las peores que he hecho jamás, es una de mis favoritas. Y por supuesto no conservo el negativo; tan solo esta mala copia. Creo que a los humanos nos gustan las fotos borrosas porque nuestra propia vida es un poco borrosa. Quizás Julia Margaret Cameron, aquella señora que vivió en la isla de Wight y hacía fotos increíbles con un objetivo roto, tuviera la respuesta... pero ya no podemos preguntárselo. Mala suerte. En fin, que nuestra vida es borrosa, como dije.


Aparte de esto. Las manchas blancas que se ven sobre la foto y no he querido limpiar, son restos de cola ya que la copia estuvo durante mucho tiempo enterrada en una carpeta en contacto con un adhesivo.


¿No dije al principio que era poesía?

Afuma-lo gando


Nadie se tomó nunca la molestia de preguntar al ganado y a los otros animales domésticos si les parecía bien la práctica de ahumarlos la noche de San Juan. Probablemente si se hubiera hecho, veríamos esta costumbre ancestral con otros ojos.


Aunque los campesinos pensaban que el hecho de que el ganado respirara el humo servía para protegerlos de la peste, lo cierto es que en muchos casos se convertía en una fuente de problemas y dolencias para los pobres animales, especialmente para aquellos que padecían asma, alergia, bronquitis y otras enfermedades pulmonares.


Un cerdo irlandés que se llamaba Lug murió en 1735 en Bath, dos meses después de la noche de San Juan aquejado de una fuerte tos cavernosa de la que no pudo zafarse. El tratamiento de baños calientes e inhalaciones de eucalipto que le habían prescrito fue inútil. Y Marina, una vaca frisona de Cudillero, Asturias, falleció el 9 de julio de 1922 víctima de algún problema respiratorio que los médicos que la atendieron no lograron precisar.


Este caso es muy significativo pues según varios testigos presenciales y su propio esposo, Marina había sufrido un violento ataque de asma la noche del 24 de junio anterior, cuando su propietario la obligó a pasar sobre las brasas aun humeantes de las hogueras. Y fue precisamente a partir de entonces cuando empezó a tener dificultades para respirar correctamente.


Otro caso. Fernando da Cova, un asno que vivió hasta 1923 en Ordes, A Coruña, dejó repentinamente este mundo en la flor de la edad el 25 de junio del año citado. El desafortunado equino sufrió un fuerte ataque de bronquitis aguda la misma noche del 24, y murió diez y siete horas después tras una dolorosa agonía.


Todos estos datos deberían hacernos reflexionar. No todas las tradiciones deben conservarse. Algunas son crueles e inhumanas.

25/9/09

Transportadores

Los transportadores sirven, como su propio nombre indica, para transportar ángulos de aquí para allá.


Aunque todo el mundo sabe lo que son, no todos se dan cuenta de que son instrumentos maravillosos. Casi mágicos.


Ignoro si los niños de hoy siguen aprendiendo en el colegio cómo se usan, pero cuando yo era pequeño todos los chavales teníamos uno. Y lo empleábamos a menudo. Era muy útil. Si ibas por ahí y encontrabas un ángulo mal situado, bien porque estorbara o porque no estuviera donde debería, sacabas el transportador de la cartera y con un lápiz y un folio cambiabas el ángulo de sitio en un periquete. Limpiamente.


A los niños de entonces la idea de que se podía trasladar un ángulo con tanta facilidad no nos parecía sorprendente. A mí hoy me parece ciencia ficción.

Diane Arbus Paradise


Quienes me conocen o siguen este blog ya saben que me encantan la duplicaciones y repeticiones. Yo, es que me repito mucho. Perdón. Estas fotos forman parte de un experimento visual que consiste en unir un lado de un rostro con su mismo lado invertido. El resultado suele ser inquietante, aunque también hermoso de alguna manera. Salen una especie de “freaks”.


La belleza nunca es la perfección; y la creencia de que la simetría es un estadio superior del arte no es sino un engaño de nuestra mente. La belleza es inesperada. Esto lo explica muy bien Xuan Bello en un texto que ahora no recuerdo.


En su momento llegué a hacer un libro con estos retratos, titulado “The Arbus Paradise”. Tal vez porque los nuevos y sorprendentes rostros que aparecían al unirse a sí mismos me recordaban en algo, no sé en qué, a las fotos de doña Diane...

21/9/09

Et in Arcadia Ego


“Las ostras, cuando inicia el tiempo del año aparejado para engendrar,

abriéndose con ciertas maneras de bostezo, dizen henchirse con un

concepto o rocío, y parir después de preñadas, y ser el parto perlas.”

(Cayo Plinio Segundo, Historia Natural)


Es preciso desmentir cuanto antes la absurda idea tan extendida de que las ostras son peligrosas. No se sabe de ninguna que haya atacado a un hombre. Y eso que desde tiempo inmemorial nos las comemos vivas, o sea que razones no les faltarían. Pero la verdad es que estos delicados moluscos acéfalos a los que se ha colgado tal sanbenito, no hacen daño a nadie. Son inofensivos. Y exquisitos, desde luego. Los antiguos romanos ya las apreciaban y cultivaban con dedicación hace dos mil años; y Cleopatra las consumía sin pudor y con vinagre, perlas incluidas.


Más recientemente Carlos V, por citar a alguien de casa, sentía tal debilidad por ellas que se las hacía llevar a Yuste desde Sevilla; y Casanova solía desayunar cuatro docenas todas las mañanas, dieta a la que atribuía su extraordinaria potencia sexual. Otro conocido personaje al que se cita poco, el famoso detective Roberto Alcázar, también era muy aficionado a las ostras: se las preparaba Pedrín.


Además, y por darle un enfoque más científico a este tema, recordemos que el centenar de acaudalados pasajeros de primera clase que fallecieron el 14 de abril de 1912 en el hundimiento del Titanic las habían consumido en la cena, pero no fue eso lo que les sentó mal. Al contrario; se sabe que uno de ellos, el millonario Benjamín Guggenheim, acompañado por su fiel mayordomo Víctor, permaneció en la cubierta de proa del coloso hasta el último minuto de un excelente humor, vestido de etiqueta y bromeando alegremente con Wallace Hartley y su orquesta. Lo que prueba que no había sufrido ninguna molestia de estómago.


Y es que las ostras alegran el cuerpo y elevan el espíritu, hasta el punto de que Ángel Muro las llamaba “la llave que abre el apetito”, y las recomendaba a los convalecientes.


Las mejores ostras como todo el mundo sabe son las de Arcade, un bonito pueblo de la provincia de Pontevedra; aunque en la antigüedad tuvieron gran fama las de Tarento, en Italia. Arcade fue fundada por un griego que se llamaba Arcadio, un nieto del famoso y temido Rey Lobo del Paraño. Después de hacer un largo viaje por todo el Peloponeso, Italia y España, Arcadio llegó a Galicia donde fundó Arcadia, que con el tiempo vendría a ser Arcade, un lugar paradisíaco habitado por pastores y ninfas. Teócrito y Virgilio lo citaron a menudo con nostalgia, y muchos pintores famosos como Poussin o Corot inmortalizaron en sus obras sus hermosos paisajes. El caso es que Arcadio era muy listo y enseñó a los gallegos a cultivar trigo, y también ostras.


Actualmente en Arcade, además de buen pan se pueden degustar excelentes ostras de todos los tamaños; algunas enormes. Yo mismo he comido dos en cierta ocasión que solas me sirvieron de cena (si alguien quiere disfrutar de esta experiencia no tiene más que ponerse en contacto conmigo). Y digo más, ambas eran de sabor tan delicado como si fueran pequeñas lo que contradice las conocidas teorías de Obélix acerca de estos sabrosos moluscos.


Las ostras son bivalvos aplanados de concha calcificada. Hay muchas clases, pero no todas son buenas para comer. Las Ostras de Perro son muy bonitas; las Arcas son un tipo de ostras muy curiosas, cuya forma es perfectamente cuadrangular; y la Ostra Roja está recubierta de espinas.


Todas las ostras son muy longevas. La mayoría pueden vivir hasta cincuenta o sesenta años, pero normalmente nos las comemos antes: a los dos o tres. Las dos clases de ostras más conocidas son la Común u Ostra Plana (Ostrea edulis) que es redonda; y la que en Galicia llamamos habitualmente francesa, más grande, larga y acostillada. Ambas son buenas.


Los ingleses, un pueblo que se ha hecho famoso por su refinamiento gastronómico, tal vez porque ellos tienen poco que comer, son muy aficionados a las ostras y se han convertido en grandes expertos en su clasificación, preparación y consumo. En Londres hay numerosas ostrerías donde se las ofrecerán a distinto precio según su origen: escocesas, galesas, noruegas, francesas, españolas, etc. Incluso puede pedir usted que le pongan una docena variada, dos de cada, para probarlas todas. Es una experiencia.


Y eso sí, aquí los ingleses no fallan nunca, siempre se las servirán acompañadas de buen champán.

20/9/09

A veces la muerte es tonta


Todo el mundo aspira a morir dignamente, pero lo cierto es que las cosas no siempre salen como uno desea. La muerte a veces es tan tonta que roza el ridículo. Una mala caída en la bañera o un simple susto son más que suficiente para acabar con la vida de una persona honrada, y entonces no hay nada que hacer. En esos casos no te salva ni la campana (?).


Antímaco, el astrólogo, tuvo una muerte así. Murió de una coz que le propinó una mula. Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Y eso que podía predecir el futuro y se supone que debía de estar preparado. Pues no.


La comida también es la causa de muchas muertes tontas. Don Diego de Sosa, un noble español que vivió en Ronda en el siglo XVI tuvo un criado portugués que según parece, murió de una indigestión de higos. Algo parecido le pasó al griego Zenofantes, que solía comer de forma muy atropellada hasta que se atragantó con un salmonete y dejó de comer para siempre. Claro que los griegos y romanos se atragantaban mucho: Anacreonte por ejemplo murió atragantado por una uva y Eubúlides el filósofo, también se atragantó y murió, aunque en su caso con un silogismo.


Estas historias nos enseñan que conviene comer reposadamente y masticar bien cada bocado. José Daviña Facal, un buen hombre natural de Santiago de Compostela y residente en Madrid al que conozco bien, mastica cada bocado al menos cincuenta y dos veces antes de tragarlo, y de momento le va estupendamente con este sistema. Si bien le dan las doce en todos los restaurantes, eso sí.


En fin, que las muertes tontas no son una rareza. Muy al contrario, la historia está llena de ellas. Lorenzo de Médicis por ejemplo, tuvo una jirafa que murió de anginas lo que ya es mala suerte; el padre Arriaga murió en un naufragio llegando a La Habana; Leandro, el enamorado de Hero, cruzaba cada noche el Helesponto para ver a su amada hasta que se ahogó; y lo mismo le pasó a Ledán, el apuesto joven de Pontedeume que cruzaba el río Eume a nado todos los días (entonces no había puente) para ver a la hija de los condes de Andrade.


Un caso distinto fue el de Hermógenes de Tarso que perdió la memoria a los veinte años y nadie recuerda como murió; ni siquiera él. Bien es cierto que lo de Hermógenes es lógico y se veía venir. Hay que tener en cuenta que la muerte no sólo es tonta, además es muy susceptible y a la mínima que te descuides te la juega.


También el papa Alejandro Borgia tuvo lo suyo. Se confundió de copa durante una cena y murió al ingerir el veneno que había dispuesto para un cardenal al que quería quitar de enmedio. Por cierto que este papa tenía una manía con eso. Quería quitar a todo el mundo de enmedio para ponerse él. En cierta ocasión le presentaron a tres frailes que habían sido sorprendidos cometiendo fornicio en los jardines del Vaticano y Alejandro sin dudarlo los mandó castrar. Después, cuando se los llevaban para cumplir la sentencia, añadió suspirando nostálgicamente su famosa frase: “felice el de enmedio...”. En fin.


Una de las muertes más tontas de las que se tiene noticia fue la de Esquilo: le cayó una tortuga en la cabeza. Y los Arbóreos, la legendaria raza de hombres que vivían en la luna también morían de una forma increíblemente tonta: simplemente se disolvían en humo.

Un platillo volante


Un niño holandés tuvo la suerte de encontrar un platillo volante una vez. Iba paseando por el campo cuando el platillo apareció en el cielo, justo encima de él. Era un platillo anaranjado con muchas luces. El niño se quedó mirándolo mientras bajaba lentamente y aterrizaba a su lado. Un poco más allá pacía una vaca. Después las luces del platillo se apagaron, aunque quedó una intermitente de color amarillo. Se abrió una pequeña puerta en un lado y bajó un extraterrestre. El extraterrestre era muy peludo. En lugar de orejas tenía trompetillas y caminaba con bastante torpeza. O sea, para aclararnos, el típico extraterrestre, en una palabra. Se acercó al niño y le habló:


- Hola, niño humano, soy un extraterrestre de una civilización superior. Te llevaré a mi planeta en la Galaxia del Sombrero y verás cosas maravillosas.


El niño le contestó:


- Vale. Pero tenemos que llevar también la vaca, -y señaló la vaca que seguía paciendo, ajena a todo, a unos cuantos metros de allí.


El extraterrestre se lo pensó un poco y estuvo de acuerdo, así que se pusieron manos a la obra. Les costó bastante trabajo meter la vaca dentro del platillo, ya que el platillo no era precisamente amplio y la vaca no ponía nada de su parte para ayudarles, pero al fin lo consiguieron. Agotados y sudorosos tras el esfuerzo, se sentaron en el suelo a descansar y conversaron un poco.


- Oye, ¿en tu planeta tenéis vacas? -preguntó el niño.


- Sí, pero no son como esta. Tienen dos cuernos y todo el cuerpo con manchas blancas y negras.


- ¡Qué vacas tan raras! ¿Y dan leche?


- Sí, merengada.


- Mmmh, genial, -añadió el niño relamiéndose.


La vaca asomaba la cabeza por la ventanilla. Entonces el niño y el extraterrestre repararon en que tenían un problema. Por culpa de la vaca en el platillo ya sólo cabría uno de ellos. El niño dijo:


- Tienes que ir tú, porque yo no sé conducir el platillo.


El extraterrestre se rascó las orejas y después de meditarlo a fondo contestó:


- Pues tienes razón. Qué mala suerte. En fin, ya nos veremos otro día.


Se despidió del niño, montó en el platillo, despegó y se alejó a la velocidad de la luz. El niño volvió a su casa y le contó toda la historia a su madre. Su madre le dijo:


- Javier, Javier... te va a crecer la nariz.


El niño no entendió muy bien aquello y se pasó toda la noche en vela, delante del espejo, midiéndose la nariz a cada rato.

19/9/09

El retratista


Nadie quiso contratar nunca al retratista que pintaba también las almas. Tuvo que dedicarse al paisaje.

16/9/09

Caballos (gastronomía)


El caballo no se come. Hubo un tiempo en que sí pero ya no. Al menos en Europa. La verdad es que ya desde Jonathan Swift comer caballo casi nos parece antropofagia.


Yo nunca he probado el caballo, aunque aun recuerdo que hace años subsistían algunas carnicerías en Madrid especializadas en la comercialización de la carne y las vísceras de este hermoso y noble solípedo. No sé si siguen existiendo. Según parece el sabor de la carne de caballo es dulce.


El caso es que los caballos han sido siempre demasiado apreciados como para devorarlos así por las buenas. Ha habido tantos caballos sabios en la historia, que resulta cuando menos difícil pensar en comerse uno. Sería como zamparse a Aristóteles.


Ramsés II por poner un caso, tenía dos caballos que se llamaban respectivamente “Victoria en Tebas” y “Mut está contenta”. Sólo viendo los nombres que les puso es obvio que el faraón en ningún momento pensó en sacrificarlos. Y menos aun en cocinarlos. Se nota que los apreciaba demasiado.


Otro caso parecido fue el de Boabdil, el rey Chico de Granada que alimentaba a sus caballos con leche. Lógicamente si lo hacía era porque los quería mucho, y no porque pensara hacer con ellos una tarta. O sea que comer caballo es una salvajada y no hay más que hablar.


Por cerrar este tema: parece ser que los hunos hacían el amor con sus mujeres montados en sus caballos, mientras cabalgaban, lo que dice mucho no solo de la extraordinaria destreza de aquellos jinetes y de sus esposas... sino también de la de sus monturas.


NOTA: Por supuesto, el joven de la imagen no pretende comerse al caballo. ¿Ya se habían dado cuenta, verdad? La fabulosa foto es de Miguel Morales. Pueden ver más fotos suyas en http://www.barnaponte.net/FOTOS_WEB/index.html

14/9/09

Nostalgia Selvática


Don Juan de Castilla, un indio traído a España por Colón en su primer viaje y convertido en noble castellano por los Reyes Católicos con todos los honores era capaz, según se dijo en su tiempo, de fabricar insectos vivos con sus propias manos, lo que se tuvo entonces por un milagro cierto en todo el reino.


Lamentablemente don Juan, que era de natural melancólico, murió a los dos años de su estancia en la península, aquejado con toda seguridad de Nostalgia Selvática, una rara dolencia. Y fue enterrado cristianamente en la ciudad de Burgos.


Aunque fabricar insectos vivos es poco corriente, en el año 2004 yo mismo conocí a un joven de origen oriental en Roma en las inmediaciones de Piazza Navona, que practicaba este milagro con gran soltura y admirable maestría. Fabricaba el insecto que le pidieras, cortando y plegando hábilmente hojas verdes de palmas, palmitos, cordilinas y dracenas o árboles de la felicidad. Una vez que tenía el insecto terminado, lo introducía en una bolsa transparente, le insuflaba vida con un soplo y te lo vendía por dos euros. Se ganaba la vida así.


Mi ex y yo le compramos en aquella ocasión tres ortópteros: dos langostas verdes (Tettigonia Viridissima), y un insecto-hoja indoaustraliano (Phyllium Siccifolium), que después regalamos a unos niños ingleses por la “Pasquetta”, el lunes del ángel.


Nostalgia Selvática... seguramente.

El tres, número mágico

El tres es un número mágico, esto es obvio. Segun parece los magos daban tres vueltas alrededor de la mandrágora antes de recogerla, y en la antigüedad había numerosos ritos y creencias relacionados con la tríada. Piénsese en la Santísima Trinidad, o en cómo se representa a dios con un triángulo; o en el hecho de que ya los griegos y romanos consideraban el trébol como un signo de buena suerte.


La historia está llena de cosas que vienen de tres en tres. Para agasajar a Apolo en su nacimiento Zeus le regaló una mitra, una lira y un carro. Y también a Jesús le hicieron tres regalos cuando nació. Además, el hijo de Dios vivió exactamente treinta y tres años. Ni uno más.


A veces el tres se interpreta en sentido contrario, como un mal augurio. Por ejemplo, en cierta ocasión en que el escritor ruso Pushkin se dirigía a Moscú, se cruzó con tres liebres y decidió suspender el viaje, pues pensó que aquello le traería mala suerte.


O sea que el tres es un número muy recurrido, y no sólo en las películas porno. Se echaba, y se echa mano de él para todo. En el mundo moderno en el que la magia casi ha desaparecido, el tres ha encontrado sin embargo un acomodo de primera en la música popular. El famoso chotís que empieza “Cuando llegues a Madrid, chulona mía, voy a hacerte Emperatriz de Lavapiés” lo usa en el estribillo: “Madrid, Madrid, Madrid”. Y también docenas de boleros y canciones como “quizás, quizás, quizás”, “volver, volver, volver”, o “chogüí, chogüí, chogüí” lo emplean con gran éxito.


Por supuesto hay multitud de variantes, y el tres no siempre se manifiesta con una repetición tan obvia como las citadas más arriba. Por ejemplo en “...me falta tu risa, me faltan tus besos, me falta tu despertar”, o en “...que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada”, también se esconde el tres, pero hay que fijarse bien para detectarlo.


Y es que el tres es muy listo. Para mi gusto un tres imbatible, de los mejores que conozco, es éste: “lo dudo, lo dudo, lo dudo”.

13/9/09

La máquina de gorjear


La máquina de gorjear de Paul Klee puedo haber sido uno de los inventos más importantes del siglo XX. Más que el automóvil. Si algún empresario como Henry Ford u otro parecido hubiera creído en aquel proyecto en su momento y se hubiera atrevido a fabricarla, tal vez hoy el mundo sería muy distinto.


La máquina constaba de cuatro pájaros gorjeantes bien anudados entre sí por una compleja estructura de alambre en forma de carpa de circo. El conjunto se apoyaba en un hueco hecho en el suelo y en un pequeño pez que señalaba al sur, como una brújula china (las brújulas chinas en lugar de una flecha tienen un pez y en lugar de señalar al norte, señalan al sur). Dos de los pájaros tenían cola y los otros dos sólo pico y lengua. El resultado era elegante y sobrio como un llavín.


El objeto de la máquina, como su propio nombre indica era gorjear eficientemente, lo que hacía a la perfección. La utilidad de la máquina, o sea para qué servía en realidad estaba por ver. Pero lo mismo le pasó al Ford-T al principio: todo el mundo pensaba que era un invento absurdo. Total, para andar por ahí de un lado a otro ya estaban los coches de caballos... Muy pocos creyeron en el invento de Ford excepto él mismo.


Klee no tuvo a su lado a alguien con esa misma fe.

12/9/09

El hombre sin ayer

Cornelius Ryan, honrado zapatero, fiel esposo y padre de seis hijos, falleció en Glasgow confortado por su familia un lluvioso 28 de septiembre de 1986, a la avanzada edad de 98 años.


Este hombre carecía de ayer. En vida, si se le preguntaba cualquier dato acerca del día anterior era incapaz de recordar nada. Después de muerto siguió ocurriendo lo mismo, aunque entonces este hecho insólito ya no sorprendió a nadie.


Lo de Cornelius no era amnesia parcial u otro problema neurológico más o menos complejo. Si así fuera el caso no tendría mayor interés que el puramente médico. No. Si se hacían las mismas preguntas a sus amigos, familiares, conocidos o incluso a su propia esposa, ninguno podía dar razón de él en las 24 horas precedentes. Era un misterio. Nadie lo había visto; nadie sabía qué había hecho; nadie había hablado con él y que se supiera, no había estado en ningún sitio. A todos los efectos Cornelius Ryan no había existido el día anterior.


El caso fue estudiado a fondo por el doctor Thomas Reich, reconocido psiquiatra de la época. Sus conclusiones aunque no arrojan ninguna luz sobre el caso, son divertidas, aparecen en su famoso libro “El Hombre Nocrónico” y si bien carecen del mínimo rigor científico, constituyen al menos una lectura entretenida. El profesor Reich llegó a elaborar y proponer una compleja y arriesgada teoría sobre el caso Cornelius, apoyada por innumerables testimonios de sus coetáneos: según Reich era “el día anterior” y no Cornelius, el que no había existido el día anterior. A pesar de la pasión y entrega con que el profesor se dedicó a esta investigación durante varios lustros, sus colegas y la comunidad científica nunca lo tomaron en serio.


Lo cierto es que a causa de aquella extraordinaria peculiaridad Cornelius Ryan padeció tantos y tan variados problemas y contratiempos a lo largo de su singular existencia, que su enumeración aquí resultaría demasiado prolija y tediosa, y excedería con mucho el marco natural de un texto de estas características.


Sin embargo y sin entrar en más detalles, es fácil entender que numerosas acciones cotidianas a las que las personas normales apenas prestamos atención y damos por hechas, llegaban a convertirse para Cornelius en gigantescos obstáculos, a veces insalvables. Baste decir por ejemplo, que al día siguiente de su boda ni los invitados, ni el cura, ni su esposa, ni él mismo recordaban que hubiera estado presente en la ceremonia.


Además sus conflictos con las administraciones públicas fueron constantes. Todavía hoy, más de veinte años después de su muerte, la Agencia Tributaria inglesa sigue reclamándole cantidades impagadas por valor de 37.228 libras.


El asunto de su funeral fue muy confuso y aun está por aclarar. En el apéndice IV de “El Hombre Nocrónico”, en un exhaustivo trabajo de campo del profesor Reich, se recogen los testimonios de más de trescientas personas que asistieron a su sepelio, y ninguna de ellas lo recuerda.

Li Tai Po


Se dice que Li Tai Po, el más grande de los poetas chinos, murió ahogado la noche en que en una de sus habituales borracheras junto al río quiso besar el reflejo de la luna en el agua.


Es una calumnia cruel y malintencionada: su amor por la luna era el mismo cuando estaba sobrio.

La opinión del dragón

Sí, dijo el dragón, yo también he oído hablar a menudo del unicornio pero nunca he visto ninguno. Sinceramente, no creo que exista.

11/9/09

La prueba del aprendiz


El caso del aprendiz de adivino del siglo II al que los examinadores le preguntaron si pasaría el examen o no y contestó que no, ha dado siempre mucho juego literario. Muchos brujos famosos a lo largo de la historia, como Jorge Luis Borges entre otros, han sacado partido a esta conocida anécdota, por lo demás bien tonta. Resulta obvio que si el aprendiz hubiera contestado que sí, que sería aprobado, los examinadores podrían haberlo suspendido sin problemas, ya que la respuesta del examinando probaría su nula capacidad adivinatoria. Sin embargo al contestar que sería suspendido, puso a sus maestros en un verdadero brete.


Fue una situación muy delicada para el tribunal. Cualquiera puede entenderlo fácilmente. Si lo suspendían el poder del muchacho quedaría demostrado, y con ello también la ineficiencia y falta de previsión del jurado. Pero si lo aprobaban, igualmente se pondría en evidencia lo segundo.


En cualquier caso todo el mundo pensaría que había habido tongo, así que fuera cual fuera el resultado los maestros no iban a salir bien parados. Aquel grupo de sabios no lo tuvo nada fácil. Por eso se retiraron a deliberar con calma. Y por eso aun siguen en ello...

Por la gracia de Dios

Aunque en la enseñanza básica se dan unas ligeras nociones de historia y se suele contar a los niños someramente las vidas de ciertos reyes, de algunos se omiten detalles interesantes como por ejemplo que Carlos V nació en un retrete, o que Isabel II sólo comió tocino y garbanzos toda su vida. Y de otros muchos apenas se habla. Tal vez por falta de espacio... los libros de texto tienen sus limitaciones.


Por eso vamos a hablar hoy aquí de cuatro de los más gloriosos y destacables monarcas de nuestra corona: Carlos II, Fernando VII, Carlos IV y Felipe V. Ojalá que el recuerdo de sus aficiones y talentos contribuya a fortalecer el inconmensurable amor y la veneración que sentimos por nuestra patria. Arriba España.


Carlos II (1665-1700). A pesar de su ordinal siempre sale de primero cuando se habla de estas cosas. Era un deshecho humano ya cuando nació. Subió al trono a los cuatro años, pero era tan enfermizo que a esa edad ni siquiera sabía ni podía andar. Con las mismas malamente aprendió a leer a los quince y fue un idiota mental hasta su muerte. Disfrutaba matando palomas y gorriones, y lo mejor que se puede decir de él (ya lo ha dicho alguien) es que carecía por completo de raciocinio.


Trabajosamente se mantuvo con vida durante años a este engendro, pues era el último varón de la dinastía. Su naturaleza era tan débil que toda la realeza de Europa esperaba con ansia a que se muriera de una maldita vez para hacerse con las propiedades de la Casa de Austria. Pero el tipo aguantó hasta los cuarenta. Con razón lo llamaron El Hechizado.


Muerta su primera esposa, María Luisa de Orleáns, sin haber tenido hijos, como era preciso que dejara un descendiente lo casaron con Mariana de Neoburgo, una chica que tenía 23 hermanos, confiando tal vez en que esta muchacha hubiera heredado algo de la naturaleza prolífica de su madre, lo que no pudo llegar a comprobarse. Lamentablemente y como era de prever Carlos fue incapaz de reproducirse y la de Neoburgo, que si hubiera sido algo más lista podría haberse buscado un apaño, no lo hizo. Sic transit gloria mundi.


Otro rey inolvidable fue Fernando VII de Borbón y Borbón (1808-1833). Lo llamaron El Deseado, aunque no se sabe bien por qué, ya que no lo quería nadie. También lo llamaron El Narizotas y ese apodo sí que estaba bien puesto. Era feo con ganas, apocado y sin carácter. Su propia madre lo calificó en cierta ocasión cariñosamente de “marrajo cobarde”. Lo único que sabía hacer este imbécil, aparte de lo de siempre de los Borbones era jugar al billar. Tenía mesas de billar por todas partes. Aun así jugaba fatal y tenían que prepararle las carambolas.


Por si sus tribulaciones fueran pocas, Fernando padeció incontinencia urinaria hasta los veinte años y un sinnúmero tal de enfermedades que no vamos a reseñar por no aburrir al lector. Baste señalar que la universidad española estuvo a punto de permitir en los años setenta la convalidación de los estudios de Historia del XIX con la asignatura de Patología de la carrera médica.


Este rey se casó cuatro veces, aunque nunca dedicó muchas atenciones a sus esposas legales. Fue un crápula incorregible, que salía todas las noches de palacio embozado como un delincuente para hacérselo con la primera paisana que pillara por delante. Tuvo innumerables amantes y le gustaba hacerlo mientras comía naranjas de Valencia. ¿Sorprendente verdad? Muchos políticos británicos amantes del erotismo y las perversiones tendrían mucho que aprender aquí.


Debido al desorbitado tamaño de su miembro viril, aun mayor que su nariz que ya es decir, y aconsejado por sus médicos practicaba el coito utilizando una almohadilla perforada en el centro por la que introducía el pene para así acortar su longitud. A pesar de eso era casi impotente, lo que no le impidió violar brutalmente a su última esposa, María Cristina de Borbón, en la misma noche de bodas. Por lo demás Fernando VII fue un ignorante y un perfecto animal. Cuando murió se alegró todo el mundo.


Carlos IV (1788-1808), su predecesor. Este también tuvo lo suyo. Según la creencia popular él y su esposa María Luisa de Parma se lo hacían con Godoy, pero esto es improbable ya que Carlos IV era totalmente infantiloide. Apenas sabía pensar. Este rey, por llamarle algo, se había hecho fabricar una armada en miniatura con barcos de todas clases y mini-cañones que disparaban de verdad. Con esta tontería (una especie de “lego” de la época) se divertía en Aranjuez jugando a las batallitas como un niño. Por supuesto siempre las ganaba él. Y mientras tanto... las de verdad se perdían. Por lo demás lo único que supo hacer dicho impresentable durante toda su vida fue coleccionar relojes (bien), cazar (regular) y tocar el violín (mal). Si el lector quiere hacerse una idea aproximada de la estulticia del personaje no tiene más que darse una vuelta por el Prado, salas de Goya, y echarle un vistazo a su cara.


En 1808 mientras los madrileños daban la vida en las calles luchando contra los franceses, Carlitos que estaba bien a salvo en Bayona, vendió la corona española a Napoleón a cambio de una pensión vitalicia. Hay que joderse con el Rey.


Por último, la perla de las perlas: Felipe V (1700-1746). Holgazán a más no poder, desequilibrado, glotón e ignorante. Estaba tan chiflado que desayunaba a la hora de la cena, comía de madrugada y salía a cazar de noche haciéndose acompañar por todo su séquito. Este rey tenía un apetito sexual desbocado, pero era muy piadoso y un observante estricto de la preceptiva religiosa, así que se negaba a hacerlo con otra persona que no fuera su esposa legal ...o consigo mismo (esto último a menudo). Fue un gran consumidor de toda clase de afrodisíacos y los primeros años de su matrimonio con María Luisa Gabriela de Saboya los pasó en la cama con ella. Jodiendo, claro. De él dijo su confesor acertadamente que tan sólo necesitaba de un reclinatorio y de una mujer, no se sabe si al mismo tiempo.


Como tenía que estar casado por narices para satisfacer sus instintos sexuales, a la muerte de María Luisa pasó seis meses desquiciado por la abstinencia, y tuvieron que buscarle otra señora enseguida: Isabel de Farnesio. En cuanto estuvo casado de nuevo se tranquilizó. Mano de santo.


En 1724 como se aburría decidió abdicar y abdicó. Y se retiró a La Granja con la Farnesio para entregarse por entero a lo único que realmente le interesaba. Pero era tan inconstante que poco después decidió volver al trono: los españoles alucinaron. Felipe V pasó los últimos años de su vida sin lavarse ni afeitarse nunca y dedicado en cuerpo y alma a la práctica del “bel canto”, en un intento infructuoso de parecerse a su querido Farinelli.


En fin... que así son las cosas. Ya vemos cómo se las gastaba la realeza en otros tiempos. Como conclusión, niños, y visto lo visto, lo mejor que podemos hacer es dejar este tema... ¡Dios salve al Rey!


P.S. Un título alternativo para este cuento podría ser “Bonito póker”.

4/9/09

Tortugas (gastronomía)

Las tortugas son reptiles de forma ovalada y caparazón duro. Las hay acuáticas y terrestres. Las acuáticas se llaman galápagos y pueden ser de mar o de río.


Todo el mundo ha oído hablar de la sopa de tortuga, un plato que se puede degustar fácilmente en cualquier restaurante chino, pero que pocos han probado por suspicacia. Sin embargo las tortugas dan mucho más de sí, pues estos quelonios fueron un alimento usual en siglos pasados, sobre todo para los navegantes.


En algunas zonas de sudamérica ciertas clases de tortugas gigantes se crían en granjas, ya que su explotación intensiva resulta mucho más rentable que la de la vaca. De la tortuga se aprovecha todo.


En España no hay tortugas gigantes. Tan sólo algunas especies pequeñas de galápagos y algunas variedades de tortuga terrestre como la tortuga griega, la romana y la moruna. La tortuga griega a pesar de su nombre no habla ni una palabra de dicho idioma. Lo sé porque tuve una.


A título de curiosidad y hablando de tortugas españolas, podemos recordar aquí el famoso caso de Ignacio Espeleta, un extraordinario cantaor natural de Cádiz que fue amigo íntimo de Pastora Pavón, “La Niña de los Peines”. Este hombre se parecía tanto a una tortuga romana que en ocasiones era confundido por los profanos con dicho animal.

2/9/09

Un encuentro fortuito

Un perro saxofonista de jazz iba tocando tranquilamente “Rapsode in Blue” por la plaza mayor de Chinchón (Madrid), cuando se tropezó con un inglés. No había nadie más en los alrededores. El perro dejó de tocar y dijo educadamente:


– Buenas tardes, caballero. Perdone que le moleste, ¿podría decirme qué hora es, por favor?


– Por supuesto. Con mucho gusto, –contestó el hombre con amabilidad al tiempo que sacaba un hermoso reloj de bolsillo del chaleco–. Faltan exactamente diez minutos para las dos, –añadió.


– ¡Cielos, qué tarde es! –dijo el perro.


Y se fue con la música a otra parte.