El Vendedor de Vientos vive en una roca en medio del Mar. Todos los pescadores y hombres bien nacidos, cuando necesitan un viento para cualquier cosa van allí. El Vendedor tiene un amplio catálogo de vientos y los compradores pueden elegir el que más convenga a sus necesidades.
Los vientos que ofrece el Vendedor son de muchas clases: ageostróficos, ciclostróficos, de gradiente, de cara, de cola, eulerianos, ionosféricos, alisios... etc. Uno muy bonito es el anabático, un viento que asciende por la ladera de una montaña en busca de la felicidad. Suelen comprarlo las princesas y los sastrecillos valientes. Otro viento curioso es el dominante, que manda sobre los demás vientos. Además los vientos pueden ser, atendiendo a su velocidad, flojitos, flojos, frescos, fresquitos, fuertes, duros y muy duros (estos son los nombres técnicos). El más gracioso y entrañable es sin duda el fresquito, un viento educado y agradable cuya velocidad oscila entre los 17 y 21 nudos.
Los precios de los vientos son muy variables. Un monzón o un viento polar pueden costar mucho dinero; en cambio un viento local que sopla solo en una zona o a unas horas determinadas resulta más asequible. De todas formas el Vendedor ofrece fórmulas de financiación a la medida, y si se compran varios vientos a la vez hace un precio conjunto.
Según don Álvaro Cunqueiro el viento más caro es el oeste-suroeste, que sirve para llevar las naves a Islandia. Por cierto que el famoso escritor gallego conoció en persona a un hombre que era Pastor de Vientos, un oficio emparentado con el de Vendedor aunque más noble, eso sí.
Enhorabuena anticipada por el hombre sin ayer que vendrá pasado mañana.
ResponderEliminar¿Esos vientos existen de verdad? No me refiero a los de nombres técnicos, que de éso sí sé, sino a los populares...
ResponderEliminar¡Qué ignorante soy!
¡Qué placer, Víctor! Gracias.
ResponderEliminar¡Qué placer, Victor! Gracias.
ResponderEliminarDelicioso y ventilado relato.
ResponderEliminarMe ponga cuarto y mitad de ciclostrófico, sisplau.
P.D.: Contestado tu comentario.
Quiero que me sople el anabático. Precioso, Víctor. ¿Mañana sale el libro, verdad?
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